Discurso del presidente de México al inaugurar el Congreso de la familia

Apoyo de Felipe Calderón al Encuentro Mundial de las Familias

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CIUDAD DE MÉXICO, miércoles, 14 enero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció este miércoles el presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, en la inauguración del Congreso Teológico Pastoral del VI Encuentro Mundial de las Familias.

 

* * *

Gracias.

Muy buenos días, amigas y amigos.

Los saludo con afecto, con gusto, fraternalmente.

Saludo, desde luego, al señor Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para las Familias.

Al señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México.

A Monseñor Carlos Aguiar Retes, Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Y les agradezco muchísimo la invitación que nos formularon a Margarita y a mí, bueno, nos la formularon a toda la familia, pero los niños tienen clase el día de hoy, así que no pudieron venir.

A todos nuestros distinguidos visitantes.

Saludo, desde luego, a mi amigo el Gobernador Marco Antonio Adame, Gobernador del Estado de Morelos.

A Mayela, su esposa.

También a presidentas del Sistema de Desarrollo Integral de la Familia, aparte de Margarita Zavala, a Cristina Maiz, de Nuevo León; a Gabriela López, de Durango; a Isabel Aguilera, de Chiapas; a Imelda Guzmán, de Jalisco; a Tere Calles, de Tabasco; Margarita García, de Puebla; a Martha Martínez, de Guanajuato; y especialmente a la señora Xiomara Castro de Zelaya, esposa de mi amigo, el Presidente de Honduras, Manuel Zelaya, que está aquí presente.

Saludo también a todos los señores obispos, arzobispos, cardenales, invitados especiales.

Saludo también a los pastores, obispos y líderes de otras iglesias y asociaciones religiosas presentes en México.

Y a todos ustedes, a todas y a todos ustedes, amigas y amigos, que vienen de distintas partes del país, y especialmente a quienes vienen de distintas partes del mundo, sean ustedes muy bienvenidos a México.

Sean ustedes bienvenidos, como ya dijeron aquí los señores cardenales, a esta tierra de María de Guadalupe y de San Juan Diego, también de los Mártires de la Persecución, y también, no puedo omitir el comercial, del primer santo mexicano, que es además mi patrono, que es San Felipe de Jesús.

Las palabras de la Suave Patria, de López Velarde, que dicen, precisamente, ahora a propósito de los tiempos que vivimos que: Suave Patria, frente al hambre y al obús, un higo te dará San Felipe de Jesús; se aplican precisamente a lo que mucho siente y mucho quiere este pueblo de México.

Saludo a todos los que vienen, insisto, del mundo; saludo a quienes desde todos los continentes se hacen aquí presentes, en México. También saludo a las mexicanas y a los mexicanos aquí presentes, que hicieron un gran esfuerzo para organizar este Encuentro de las Familias.

Saludo a mis paisanas y a mis paisanos michoacanos, que sé que se dejaron venir en serio. Saludo también a quienes han sido parte, responsables, no faltará quien diga que culpables, pero en fin, de mi formación y mi educación, son varios: a los Hermanos Maristas, desde luego, a las Misioneras del Espíritu Santo, a las hermanas del Verbo Encarnado.

Y también por aquí saludé a las Hermanas Guadalupanas del Plancarte, que está a una cuadra de mi casa, allá en Morelia, y que me dio mucho gusto saludar; y desde luego, a quienes se encargan, además, de la educación de mis hijos que son las Hermanas de la Asunción, a quienes les tengo un gran aprecio y afecto.

Quiero darles la bienvenida, amigos, en nombre del pueblo y del Gobierno de México. Me es muy grato que hayan escogido a nuestro querido país como sede de este Encuentro de las Familias, y puedo asegurarles que para cualquier evento de cualquier signo, ideología, religión, que precisamente, promueva valores y principios fundamentales para México, nuestra Patria siempre tendrá los brazos abiertos.

Quiero decirle al señor Cardenal Ennio Antonelli, se lo diré al señor Cardenal Bertone y, desde luego, les transmito a los miembros del Colegio Cardenalicio, aquí presente, que le transmitan un saludo muy respetuoso a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que la verdad es que lo extrañamos en México y que aquí lo vamos a seguir esperando siempre con los brazos abiertos.

Para los mexicanos es un gran honor ser anfitriones de este VI Encuentro Mundial de las Familias, en especial nos sentimos orgullosos de que esta importante reunión se realice por segunda ocasión en una Nación latinoamericana.

Asisto con emoción a la inauguración de este foro que busca una mejor convivencia humana. Saludo a quienes nos visitan del extranjero y, desde luego, a las y a los participantes mexicanos.

Celebro que en esta edición se aborde un tema que convoca a la unidad y al trabajo conjunto de todos los seres humanos: el papel que juega la familia en la formación de valores y, particularmente, en la construcción del bien común de nuestras sociedades.

Como ustedes saben, los recibe una Nación con una firme tradición familiar. Decía Manuel Gómez Morin, que la familia mexicana mantuvo con su propia integridad la integridad de los más altos valores humanos y nacionales, y conservó para México la posibilidad de vida y de reflorecimiento.

Estoy convencido de que la familia no sólo es el corazón de México, sino el corazón de toda sociedad; es la estructura que da sentido a la vida económica, política, social y cultural; es la base sobre la que se construye la identidad, los principios y los valores de las personas y la premisa básica para alcanzar un desarrollo humano sustentable, que definiera Paulo VI, como el paso de condiciones menos humanas a condiciones de vida cada vez más humanas.

El hogar es la primera y la más decisiva fuente de educación, que permite desarrollar todas las demás capacidades del ser humano. Es ahí donde se forjan y se transmiten los valores culturales, éticos, sociales, espirituales; los valores económicos, los valores políticos, todos ellos esenciales para el bienestar y el progreso de las personas y de las sociedades.

La familia es también el primer ámbito en el que se experimenta y se vive la comunidad, es el espacio donde se forja la vocación de servicio a los demás, la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia, la honestidad, el respeto a los demás, el amor al trabajo; valores fundamentales para alcanzar una vida comunitaria en paz y en armonía.

Es en la familia donde se puede aprender el principio fundamental de la solidaridad, que uno es responsable no sólo del destino propio, sino del destino de los demás.

Es ahí donde verdaderamente puede fundamentarse un desarrollo humano integral o donde también puede perderse.

Una familia unida, protectora y transmisora de valores, que promueve el desarrollo de virtudes cívicas y de virtudes humanas es, sin lugar a dudas, un entorno favorable para el aprendizaje y especialmente para el ejercicio de la justicia y el ejercicio de la honestidad, tan necesarios en nuestra sociedad contemporánea.

En México, como en todo el mundo, la sociedad está cambiando y con ella también se está transformando la vida de las familias y de las personas.

Tenemos que ver que son ya millones de niños los que nacen o se forman en el seno de una familia integrada únicamente por la madre y su hijo.

En México más de cinco millones de familias están encabezadas por la madre, por una mujer. También presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica de divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración y de reintegración, en ocasiones hacia nuevos núcleos familiares.

Este fenómeno es real y, aunque preocupante, es fundamental afrontarlo desde la perspectiva de los valores. Esta situación a lo que debe impulsarnos es a fortalecer, y fortalecer más que nunca, lazos familiares fundados en v
alores, sustentados en la confianza, en la lealtad, en el respeto recíproco, en la sinceridad y, sobre todo, en el amor.

El amor en todas sus expresiones dentro de la familia, amor paterno, amor conyugal, amor filial, amor fraterno.

Ahora bien, que el hecho de que estos fenómenos ocurran y ocurran cada vez más, no debe llevarnos ni a ignorarlos y menos a dejar en el desamparo a quienes viven en esta situación.

Las personas tenemos el deber de incorporar y de respaldar a quienes forman parte de una familia integrada por una madre soltera y su hija o hijo, o bien por un nuevo matrimonio o, particularmente, de quienes en los suburbios de las ciudades o en los pueblos que sufren la migración en nuestro país carecen de la presencia cotidiana de sus padres o de sus hijos.

Tenemos que encontrar la manera de apoyar a quienes por diversas razones no forman parte de un  núcleo familiar tradicional.

Decía San Pablo, a quien por cierto se celebra en este año eucarístico, en uno de sus más bellos tratados, que permanecen la fe, la esperanza y el amor, pero de estos tres el mayor es el amor.

Por eso el elemento cohesionante que es, precisamente, amor o caridad en la familia debe de expresarse no sólo con quienes las integran, sino también con aquellos que por alguna u otra razón no tienen la oportunidad de crecer o formarse en un núcleo familiar estable y con principios firmes.

Quienes tenemos la fortuna de pertenecer o de formar parte de una familia sólida estamos obligados a la solidaridad, a transmitir los valores que nos dan fuerza y nos identifican y a buscar la manera de compensar subsidiariamente desde la comunidad, desde las organizaciones sociales, desde las comunidades intermedias, desde las instituciones públicas y, por supuesto, desde el Gobierno a quienes no tuvieron esa oportunidad de vida de familia.

Por eso, y solidaria y subsidiariamente, nuestro esfuerzo debe ser cada vez más intenso y más fuerte con quienes no tienen y nada tienen, con quienes carecen de todo, con quienes requieren subsidiariamente de la sociedad para esa formación indispensable del ser y del quehacer humano.

Tenemos una responsabilidad especial con quienes más lo necesitan, con quienes más sufren la carencia de familia, como lo son, por ejemplo, las niñas y los niños en situación de calle. Este grupo vulnerable, como muchos otros, es un claro ejemplo que clama y que exige un llamado a la solidaridad, a la justicia, a la caridad.

En este caso su única familia sólo puede ser, y me atrevo a decir, que debe ser la sociedad misma.

Por ello, es responsabilidad del Estado reconocer y tutelar la familia que es la célula básica de la sociedad. A los gobiernos nos corresponde este papel subsidiario y solidario de crear condiciones de seguridad, de seguridad económica, de seguridad social, de seguridad pública, de seguridad jurídica, de seguridad cultural y política que hagan posible el pleno desarrollo de las familias y de cada uno de sus integrantes.

Por eso el Gobierno debe diseñar y rediseñar, una y otra vez, políticas públicas transversales y que atiendan integralmente las necesidades de las familias.

Por eso la construcción del bien común, que exige de todos, y especialmente de quienes gobernamos, una definición cotidiana, una realización cotidiana de este bien común, una determinación y claridad acerca de cuáles son las condiciones de la vida social que  permiten y propician un desarrollo integral de las personas, por esa razón estamos trabajando en muy diversos frentes, a partir de una perspectiva de bien común que entiende a la familia como un núcleo central de la sociedad.

Algunos de esos frentes son, por ejemplo, en el terreno de la seguridad.

Hoy las familias mexicanas, como en muchas otras naciones, particularmente nuestra América Latina, enfrentan un paisaje y un ambiente de inseguridad; el crimen y la violencia, la exacerbación de la violencia amenazan la tranquilidad de quienes más queremos.

También amenaza esa tranquilidad la misma apología del delito; por ello, hemos desplegado y seguiremos desplegando todo el poder del Estado en contra de aquellos que amenazan la paz y pretenden esclavizar con la droga a nuestros hijos, al mismo tiempo que construimos los cimientos de legalidad para mejorar nuestras leyes y nuestras instituciones de seguridad pública y de justicia.

Nuestro compromiso es firme y lo hemos asumido con toda determinación; sabemos que sembramos hoy lo que queremos que otros mexicanos cosechen mañana.

Hoy sembramos un compromiso claro y determinado para liberar a nuestras sociedades de las garras de los delincuentes, para enfrentar a la criminalidad, para vencer a la nueva esclavitud del Siglo XXI, que son las adicciones, y que el día de mañana las familias mexicanas, las nuevas generaciones de mexicanos disfrutarán, estoy seguro, un nuevo escenario de paz, de justicia, de seguridad y de tranquilidad que desde hoy estamos construyendo los mexicanos.

Vale la pena señalar, amigos, que la proliferación de individuos que hacen de la violencia, del miedo, del crimen y del odio su forma de vida coincide, por desgracia, en una gran medida, con la fragmentación y la disfuncionalidad que afectaron su entorno familiar.

Un gran porcentaje de personas que fallecen en enfrentamientos entre grupos criminales en México y que provocan, desde luego, la mayor atención de la sociedad y de los medios de comunicación son particularmente jóvenes y jóvenes que están totalmente desarraigados de un núcleo familiar; son adolescentes y jóvenes que se formaron en la carencia absoluta no sólo de valores familiares, sino de familia misma.

De ahí la importancia de avanzar también en la regeneración del tejido social, en la impartición de valores desde la más temprana edad, en el fortalecimiento de las familias y de los lazos que unen a sus integrantes y a las familias entre sí.

Por eso estoy convencido que para tener un México más seguro, para combatir las adicciones también es necesario, hoy más que nunca, fortalecer a la familia mexicana.

Segundo. En el terreno de la economía familiar, por citar otro ejemplo. Hoy sabemos que el mundo atraviesa, no sé si por la crisis más severa de la época moderna, pero sí por la crisis más severa en el mundo que hayamos contemplado varias generaciones.

Es por eso que el Gobierno Federal ha promovido con todos los sectores sociales la concreción y la firma del Acuerdo Nacional en favor de la Economía Familiar y del Empleo, porque sabemos que si la economía debe tener como centro el ser humano, debe tener como objetivo el bienestar de las familias mexicanas.

Y como parte de este Acuerdo, con el fin de contener y reducir la inflación que drena, precisamente, los ingresos de los que menos tienen, de los pensionados, de los asalariados, de las familias con menores ingresos en el país, el Gobierno Federal tomó la decisión de congelar el precio de las gasolinas y de reducir el precio del gas doméstico en un 10 por ciento por todo lo que resta del año.

Porque sabemos que esto le preocupa a la gente, preocupa a las familias y haremos un esfuerzo presupuestal en éste y en distintos frentes de la política social para beneficiar a millones de hogares.

Por otra parte, las microempresas, los pequeños negocios, las tiendas de abarrotes, los talleres donde millones de familias encuentran su sustento económico, también se verán beneficiados con este Acuerdo.

Vamos a ampliar los créditos que reciben, a asesorarlos y no sólo eso, sino que mi Administración se compromete a que cuando menos la quinta parte de todas las compras que efectúe el Gobierno Federal se realizarán a pequeñas y medianas empresas mexicanas, que también son en mucho empresas familiares.

Tercero. Sabemos que los primeros años de la vida de una persona, de una niña o de un niño son primordiales para su salud el resto de su vida. Y por eso, tal y como me comprometí hace dos años
, cuando decía que si en la sabiduría popular cada niña o cada niño que nace viene con su torta bajo el brazo, decía que viniera con su torta bajo el brazo pero también, por qué no, con un seguro médico bajo el brazo.

Y así, desde el primer día de mi Gobierno, desde el primero de diciembre de 2006, hoy cada niña o cada niño que nace en nuestro querido país tiene  un seguro médico de por vida para ella o él y su familia: el Seguro Médico para una Nueva Generación, que lo acompañará de por vida y que significa que hoy, en dos años, más de un millón 600 mil pequeños y sus familias ya gozan de servicios médicos, de los cuales carecían.

Hoy en todas las familias se dice que la salud es lo primero. En el Gobierno Federal estamos haciendo esfuerzos e inversiones para incrementar los servicios de salud.

Por ejemplo, hemos reforzado el ISSSTE, hemos reforzado el Seguro Social, y en dos años hemos triplicado, triplicado el Presupuesto Federal para el Seguro Popular.

A este ritmo, amigas y amigos, en México alcanzaremos una meta a la que aspira cualquier Gobierno humanista en el mundo: a que en el año 2011 y para iniciar el tercer siglo de la Independencia de México, México alcanzará la cobertura universal de salud, es decir, todas las mexicanas, todos los mexicanos, todas las familias, sin excepción en nuestro país, tendrán garantizado médico, medicinas y tratamiento médico a su alcance para cualquier enfermedad.

Cuarto. En favor de las familias también estamos apoyando a las mamás que trabajan, a las mamás que necesitan trabajar y a las que tienen  preocupación de dónde dejar a sus hijos pequeñitos.

Estamos apoyando también a las familias que tienen desempleo pero que pueden cuidar en su propio barrio y en su comunidad a las hijas o los hijos de otras madres trabajadoras.

Y por eso con el Programa de Estancias Infantiles se brinda un apoyo, especialmente a las jefas de familia para que puedan tener tiempo de trabajar y sacar adelante a sus hijos. Y en menos de dos años hemos acondicionado ocho mil 200 Estancias Infantiles en todo el país, hemos dado trabajo a casi 40 mil personas y también hemos apoyado a casi 200 mil madres trabajadoras que han podido incorporarse al mercado de trabajo, además de cuidar sana y responsablemente a sus hijos.

Sexto. Para nosotros fortalecer a la familia significa también fortalecer la educación, y no sólo incrementar la cobertura con más de 50 nuevos centros de educación superior este año, sino que hemos emprendido un Acuerdo por la Calidad Educativa que busca, sí, elevar la calidad de las matemáticas y de las ciencias, o del idioma, que se imparte en las escuelas.

Pero también busca, y yo diría fundamentalmente, elevar la formación en valores, elevar la formación ética y cívica de nuestros hijos, porque sabemos que si la familia debe protegerse en algún lugar, debe protegerse y fomentarse, precisamente, en la educación de nuestros hijos.

Y sexto. Finalmente, estamos impulsando políticas de equidad entre el hombre y la mujer en las políticas públicas. La sociedad empieza finalmente, qué bueno que lo haga y ojalá lo haga más rápidamente, a valorar el papel fundamental de la mujer en la familia y en la sociedad, en la cultura, en la economía, en la política.

Durante mucho tiempo se había discriminado a las mujeres en la casa, en el trabajo, en la calle y en los programas públicos. En mi Gobierno trabajamos para eliminar los obstáculos que enfrentan las mujeres.

Por eso a través del Programa Nacional por la Igualdad entre Mujeres y Hombres avanzamos en materia de igualdad jurídica, de derechos humanos, de no violencia y de no discriminación hacia la mujer.

Por eso contemplamos ampliar oportunidades laborales y económicas de las mujeres y reducir la desigualdad con respecto al hombre, porque sabemos que fortalecer a la mujer, sea madre trabajadora o sea madre ama de casa, y más aún si es ambas cosas, madre trabajadora y ama de casa, como fortalecer a la hija o a la nieta o a la hermana, es fortalecer a la familia, por eso fortalecemos a la mujer mexicana, para fortalecer a la familia y fortalecer a México.

Amigas y amigos:

Tengo plena confianza en que de este Encuentro, de este Congreso, surgirán nuevas ideas, nuevas iniciativas, nuevas propuestas para encarar los retos que enfrentan las familias en nuestras sociedades.

El fortalecimiento de la institución familiar merece, necesita la unión de las capacidades y de la inteligencia de todos, porque sólo tendiendo las manos, sólo acercando los corazones, sólo compaginando nuestras acciones tendremos éxito en la tarea de consolidar a la familia como el eje del bienestar y el progreso de las personas.

Ante los problemas y las amenazas de nuestro tiempo la respuesta de fondo es la solidaridad, es la caridad, es el amor sincero, fraterno, verdadero.

El compromiso con la familia es el compromiso con estos valores. Sé que son muchas las amenazas y las preocupaciones de quienes queremos ver fortalecida a la familia mexicana.

Yo sólo puedo decirles, y para concluir, lo siguiente:

Primero. Que agradezco, y agradezco muchísimo, agradezco todas las oraciones, todas las peticiones, toda la solidaridad que muchas y muchos de ustedes, y muchas mexicanas y mexicanos en todo el país diariamente hacen pidiendo, precisamente, para que podamos cumplir bien nuestro trabajo y se proteja nuestra familia. Lo agradecemos de veras.

Y también pido que de este Congreso surja un nuevo rumbo, una nueva fuerza y un nuevo espíritu que conduzca, precisamente, a la plena realización de todo aquello en lo cual creemos.

No olvidemos, no olvidemos que en una sociedad plural como la nuestra, plural como el día de hoy, como el mundo de hoy, el pluralismo es en sí mismo una enorme fortaleza; que en esa sociedad plural más éxito tendremos en la medida en que seamos capaces de buscar con otros más las coincidencias que nos acercan, que las diferencias que nos separan.

Y que el instrumento más poderoso, el instrumento más sólido y el que ha demostrado durante siglos su fuerza promotora de los valores y de las ideas es el testimonio, es el ejemplo.

En la medida en que seamos capaces de llevar nuestros actos a la altura de las ideas y de los valores que profesamos, en esa misma medida estaremos más cerca de ver hecho realidad esos principios y esas ideas que profesamos.

Que sea el testimonio lo que construya mejores familias para nuestro querido México y para todo el mundo.

Enhorabuena y muchísimo éxito en este Congreso de las Familias.

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ZENIT Staff

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