CIUDAD DEL VATICANO, jueves 15 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido hoy a los agentes y miembros de la Inspectoría de Seguridad Pública del Vaticano, en la sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano.
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Queridos amigos de la Inspectoría de la Seguridad Pública en el Vaticano:
Ha comenzado hace poco el nuevo año, y es para mí un verdadero placer poder encontraros una vez más, y formular a cada uno de vosotros mis fervientes deseos para el nuevo año, que extiendo cordialmente a vuestras familias y a vuestros seres queridos. El carácter familiar de este tradicional encuentro, para mí tan querido, me ofrece la oportunidad de dirigiros un saludo personal y expresaros mi vivo y grato aprecio por el trabajo que lleváis a cabo cada día con reconocida profesionalidad y gran dedicación. En vosotros, saludo con afecto a aquellos que el Estado Italiano destina a un servicio especial de policía y vigilancia, unido a mi misión de pastor de la Iglesia universal.
Mi saludo y mis augurios van ante todo al doctor Giulio Callini, nombrado desde hace poco director general, a quien agradezco las palabras con las que ha interpretado vuestros comunes sentimientos, como también al prefecto Salvatore Festa. Con igual afecto, saludo a los otros componentes de la Inspectoría de la Seguridad Pública en el Vaticano, que no han podido estar presentes. Extiendo mi saludo deferente al jefe de la Policía, el prefecto Antonio Manganelli; al vice-jefe de la Policía, prefecto Francesco Cirillo; al cuestor de Roma, doctor Giuseppe Caruso y a los demás dirigentes y funcionarios de la Policía de Estado por su significativa presencia.
Considerando el trabajo que estáis llamados a realizar –recuerdo que solía encontrarme con alguno de vosotros cuando de cardenal atravesaba cada día la Plaza de San Pedro–, pienso en los sacrificios que vuestro servicio comporta. Sacrificios que debéis hacer vosotros, pero que también comparten vuestros familiares a causa de los turnos que requiere la continua vigilancia de los lugares cercanos a la plaza de San Pedro y el Vaticano. Por esto, quisiera incluir en mi agradecimiento también a vuestras familias, con un pensamiento especial a los que os habéis casado hace poco o estáis a punto de dar este paso. A cada uno de vosotros os aseguro un saludo cordial en la oración.
Comienza un año nuevo y son muchas nuestras esperanzas y expectativas. No podemos ocultar sin embargo que en el horizonte se perfilan no pocas sombras que preocupan a la humanidad. Pero no debemos desanimarnos; al contrario, debemos mantener siempre encendida en nosotros la llama de la esperanza. Para nosotros cristianos la verdadera esperanza es Cristo, don del Padre a la humanidad. Este anuncio es para todos los hombres: éste se encuentra en el corazón del mensaje evangélico; para todos de hecho ha nacido Jesús, ha muerto y ha resucitado. La Iglesia sigue proclamándolo hoy a toda la humanidad, para que toda persona y toda situación humana pueda experimentar el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede trasformar el mal en bien. Sólo Cristo puede renovar el corazón del hombre y convertirlo en un «oasis» de paz; sólo Cristo puede ayudarnos a construir un mundo donde reine la justicia y el amor.
Queridos funcionarios y agentes, a la luz de esta firme esperanza, nuestro trabajo cotidiano, cualquiera que sea, asume un valor y un significado distintos, porque lo anclamos en esos valores permanentes humanos y espirituales que hacen nuestra existencia más serena y útil a los hermanos. Por cuanto, por ejemplo, concierne a vuestra obra de vigilancia, ésta puede vivirse como misión. Un servicio al prójimo, que concierne al orden y la seguridad, y al mismo tiempo, una ascésis personal, por así decirlo, una constante vigilancia interior que exige armonizar bien la disciplina y la cordialidad, el control de sí mismo y la acogida vigilante de los peregrinos y los turistas que llegan al Vaticano. Y este servicio hecho con amor se convierte en oración, oración aún más agradable a Dios cuando vuestro trabajo resulta poco gratificante, monótono y fatigoso, especialmente en las horas nocturnas o en los días en que el clima se hace duro. Y es cumpliendo bien el propio deber que cada bautizado realiza su vocación propia a la santidad.
Queridos amigos, os renuevo mis cordiales deseos para este nuevo año, os aseguro mi cercanía espiritual y os imparto de corazón a cada uno una especial Bendición Apostólica, que extiendo con afecto a vuestros familiares y seres queridos.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]