CIUDAD DEL VATICANO, lunes 26 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto completo del discurso que Benedicto XVI dirigió a los obispos de la Iglesia caldea, presentes en Roma con motivo de la visita ad limina,en la mañana del pasado sábado 24 de enero.
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Beatitud
Queridos hermanos en el Episcopado,
Ahora que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, os acojo con gran alegría, a vosotros Pastores de la Iglesia caldea, junto con vuestro Patriarca, Su Beatitud el cardenal Emmanuel III Delly, a quien agradezco por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Esta visita es un momento importante porque permite consolidar los lazos de fe y de comunión con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. Me ofrece así la ocasión de saludaros calurosamente así como, por vuestra mediación, a todos los fieles de vuestra venerable Iglesia patriarcal, y os aseguro mi oración ardiente y mi proximidad espiritual, en estos momentos difíciles que atraviesa vuestra región y, muy particularmente, Iraq.
Permitidme evocar aquí con emoción el recuerdo de las víctimas de la violencia en Iraq a lo largo de los últimos años. Pienso en monseñor Paul Faraj Rahho, arzobispo de Mosul, en el padre Ragheed Aziz Ganni, y en tantos otros sacerdotes y fieles de vuestra Iglesia patriarcal. Su sacrificio es el signo de su amor a la Iglesia y a su país. Rezo a Dios por los hombres y mujeres que buscan la paz en esta región bienamada poniendo en común sus fuerzas para hacer cesar la violencia y para permitir así a todos que vivan en seguridad y mutua concordia. En este contexto, recibo con emoción la capa utilizada por monseñor Faraj Rahho en su celebración cotidiana de la Misa y la estola utilizada por el padre Ragheed Aziz Ganni. Ellas hablan de su supremo amor por Cristo y por su Iglesia.
La Iglesia caldea, cuyos orígenes se remontan a los primeros siglos del cristianismo, tiene una larga y venerable tradición que expresa su enraizamiento en las regiones de Oriente, donde ha estado presente desde sus orígenes, así como su indispensable aportación a la Iglesia universal, especialmente a través de sus teólogos y maestros espirituales. Su historia muestra también cómo ha participado siempre de manera activa y fecunda en la vida de vuestros países. Hoy la Iglesia caldea, que tiene un lugar importante entre los diferentes componentes de vuestros países, debe continuar esta misión al servicio del desarrollo humano y espiritual. Por ello, es necesario promover un alto nivel cultural entre los fieles, particularmente los jóvenes. Una buena formación en los diversos campos del saber, tanto religioso como profano, es una inversión preciosa para el futuro.
Al mantener relaciones cordiales con los miembros de otras comunidades, la Iglesia caldea está llamada a jugar un papel esencial de moderación de cara a la construcción de una nueva sociedad donde cada cual pueda vivir en concordia y respeto mutuos. Sé que la convivencia entre los musulmanes y la comunidad cristiana ha experimentado muchos avatares. Los cristianos, que viven en Iraq desde siempre, son ciudadanos de pleno derecho con sus derechos y deberes, sin distinción de religión. Deseo aportar mi apoyo a los esfuerzos de comprensión y de buenas relaciones que vosotros habéis elegido como camino común para vivir en una tierra sagrada para todos.
Para cumplir su misión, la Iglesia necesita afirmar sus lazos de comunión con su Señor que la reúne y la envía entre los hombres. Esta comunión debe vivirse dentro de la Iglesia, para que su testimonio sea creíble, como el mismo Jesús afirmó: «Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en tí. Que sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Por eso, la Palabra de Dios debe estar siempre en el corazón de vuestros proyectos y de vuestra acción pastoral. Es sobre la fidelidad a esta Palabra que se puede construir la unidad entre todos los fieles, en comunión con sus pastores. Desde esta perspectiva, las orientaciones del Concilio Vaticano II sobre la liturgia dieron así a todos la posibilidad de acoger siempre con más fruto los dones hechos por el Señor a su Iglesia en la liturgia y los sacramentos.
Por otro lado, en vuestra Iglesia patriarcal, la Asamblea sinodal es una riqueza indudable que debe ser instrumento privilegiado para contribuir a hacer más sólidos y eficaces los lazos de comunión y vivir la caridad entre los obispos. Ella es el lazo donde se realiza efectivamente la corresponsabilidad gracias a una auténtica colaboración entre sus miembros y por ellos encuentros regulares bien preparados que permitan elaborar orientaciones pastorales comunes. Pido al Espíritu Santo que aumente cada vez más entre vosotros la unidad y la confianza mutua, para que el servicio pastoral que tienen a cargo se realice plenamente para mayor bien de la Iglesia y de sus miembros. Por otra parte, especialmente en Iraq, la Iglesia caldea, que es mayoritaria, tienen una particular responsabilidad en promover a comunión y la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Os animo a continuar con los encuentros con los pastores de las distintas Iglesias sui juris y también con los responsables de otras Iglesias cristianas, para dar un impulso al ecumenismo.
En cada eparquía, las diversas estructuras pastorales, administrativas y económicas previstas por el derecho son para vosotros ayudas preciosas para llevar a cabo efectivamente la comunión en el seno de las comunidades y favorecer la colaboración.
Entre las urgencias a las cuales debéis hacer frente, se encuentra la situación de los fieles que afrontan diariamente la violencia. Me descubro ante su coraje y su perseverancia frente a las pruebas y frente a las amenazas de que son objeto, particularmente en Iraq. El testimonio que están dando del Evangelio es un sino elocuente de la vivacidad de su fe y de la fuerza de su esperanza. Os animo vivamente a apoyar a los fieles para que superen las dificultades actuales y afirmen su presencia, apelando a las autoridades responsables para que reconozcan sus derechos humanos y civiles, incitándoles también a amar la tierra de sus antepasados, a la que permanecen profundamente ligados.
El número de fieles de la diáspora no ha dejado de crecer, especialmente a raíz de los recientes acontecimientos. Agradezco a todos aquellos que, en los distintos países, participan en la acogida fraternal de las personas que, por un tiempo, desgraciadamente debieron dejar Iraq. Sería bueno que los fieles caldeos que viven fuera de las fronteras nacionales mantuvieran e intensificaran los lazos con su Patriarcado, con el fin de que no se separen de su centro de unidad. Es indispensable que los fieles guarden su identidad cultural y religiosa y que los más jóvenes descubran y aprecien la riqueza del patrimonio de su Iglesia patriarcal. Desde esta perspectiva, la asistencia espiritual y moral que los fieles dispersos por el mundo necesitan, debe ser cuidadosamente tenida en consideración por sus Pastores, en relación fraterna con los Obispos de las Iglesias locales donde se encuentren. Deberán estar también atentos a que los futuros sacerdotes, formados también en la diáspora, aprecien y consoliden los lazos con su Iglesia patriarcal.
Quisiera finalmente saludar con afecto a los sacerdotes, los diáconos, los seminaristas, los religiosos y religiosas y a todas las personas que llevan con vosotros la preocupación de anunciar el Evangelio. Que bajo vuestra conducta paternal, todos den un testimonio vivo de unidad y fraternidad a quienes les rodean. Conozco su vinculación a la Iglesia y su celo apostólico. Les invito a unirse cada día más a Cristo y a proseguir valientemente su compromiso al servicio del Evangelio y de su misión. Sed para vuestros sacerdotes padres, hermanos y amigos, preocupándoos especialmente por darles una formación inicial y permanente sólida, e invitándoles con
vuestra palabra y ejemplo a ser cercanos a las personas con necesidad o dificultades, a los enfermos y a los que sufren.
El testimonio de caridad desinteresada de la Iglesia hacia todos aquellos que pasan necesidad, sin distinción de origen o de religión, no puede dejar de estimular la expresión de solidaridad de todas las personas de buena voluntad. Así, es importante el desarrollo de obras de caridad, para que el mayor número posible de fieles pueda comprometerse de forma concreta con el servicio a los más pobres. Sé que en Iraq, a pesar de los terribles momentos que habéis atravesado y que aún vivis, se han llevado a cabo pequeñas obras de una extraordinaria caridad, que honran a Dios, a la Iglesia y al pueblo iraquí.
Beatitud, queridos Hermanos en el Episcopado, os animo a perseverar con valor y esperanza vuestra misión al servicio del pueblo de Dios donde habéis recibido la carga. La oración y la ayuda de vuestros hermanos en la fe y de numerosos hombres de buena voluntad en todo el mundo os acompañan, para que el rostro de amor de Dios pueda seguir brillando sobre el pueblo iraquí que tantos sufrimientos soporta. A los ojos del creyente, éstos, unidos a Cristo, se convierten en elementos de unión y esperanza. Igualmente la sangre de los mártires de esta tierra es una intercesión elocuente ante Dios. Llevad a vuestros diocesanos el saludo y el ánimo afectuoso del Sucesor de Pedro. Confiando a cada uno de vosotros a la intercesión materna de la Virgen María, Madre de la esperanza, os doy de corazón una particular Bendición apostólica, así como a los sacerdotes, diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles de la Iglesia caldea.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Libreria Editrice Vaticana]