CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, confiesa que la visita que ha realizado a México para presidir el Encuentro Mundial de las Familias (14 al 18 de enero) ha sido «confortante».
El purpurado hace un balance de su viaje este martes en una entrevista concedida al diario italiano «Avvenire» y reconoce que México y América Latina son motivos de esperanza para la Iglesia.
«No faltan los problemas, desde luego, pero esencialmente la Iglesia en México, al igual que otras realidades latinoamericanas o del Tercer Mundo, tiene una gran riqueza de fe, de devoción popular –basta pensar en el santuario de la Virgen de Guadalupe–; es joven, con muchas vocaciones (en este sentido, a veces haría falta un mayor discernimiento)».
El cardenal italiano reconoce que «para nosotros que procedemos de un Occidente cada vez más envejecido en su edad media, el contacto con estas sociedades jóvenes y ricas de esperanza es verdaderamente reconfortante».
«En este sentido, el fenómeno de los migrantes cristianos que llenan nuestras ciudades es indudablemente un enriquecimiento para la Iglesia y para la sociedad. Y sería bueno que lo tuviéramos adecuadamente en cuenta», asegura.
El cardenal define el Encuentro Mundial de las Familias como una manifestación gozosa, verdaderamente popular. Ha sido, por así decir, una especie de homenaje de la Iglesia al primer núcleo de la comunidad cristiana y a la célula fundamental de la sociedad».
«Cuando la Iglesia defiende a la familia no lo hace sólo para defender un ámbito privilegiado de transmisión de la fe, sino también por el bien común, para promover una vida buena que es válida para creyentes y no creyentes».
Ante la crisis de rupturas familiares que hoy se vive, Bertone considera que la Iglesia tiene la misión de transmitir «un mensaje positivo, una experiencia de belleza de vida».
Recordando una de las consignas que ha repetido Benedicto XVI, aclara que «la Iglesia no es la Iglesia de los noes, sino de los grandes síes. Sobre esto quizá podría hacerse algo de autocrítica».
«En el sentido de que no siempre la belleza de lo positivo se refleja en los rostros de nuestras comunidades o en nuestro lenguaje. Hay miles de familias hermosas y fieles; familias unidas y generosas en la caridad. Ellas garantizan el valor perenne del instituto familiar».
Ahora bien, la Iglesia pronuncia noes, como por ejemplo, al no aceptar una concepción de familia que no sea la unión estable entre un hombre y una mujer, o cuando no admite a la comunión a los divorciados.
En este sentido, el cardenal responde: «La Iglesia no puede ir en contra de la ley natural o de los mandamientos de Jesús. Por tanto, en estos puntos de su actitud no puede cambiar».
«Al mismo tiempo –concluye–, la Iglesia está cerca de todos los hombres pecadores y, con sus ministros, ofrece la misericordia divina. La Iglesia no rechaza a nadie, pero no puede traicionar el orden de la creación o renegar de las palabras de su fundador, por seguir o complacer quizá a las modas del momento».