LIMA, miércoles, 11 febrero 2009 (ZENIT.org).- Luis Fernando Figari es el fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, una sociedad de Vida Apostólica, nacida en Perú en 1971 y aprobada por el Papa Juan Pablo II en 1997. Sus miembros son laicos y sacerdotes que viven la plena disponibilidad para el apostolado.
También ha fundado el Movimiento de Vida Cristiana, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y las Siervas del Plan de Dios, así como otras asociaciones que hacen parte de la llamada Familia Sodálite. Es también consultor del Consejo Pontificio para los laicos.
Su último libro «Formación y misión» acaba de ser publicado en Perú y Chile, y está en proceso de publicación en Italia, Brasil y los Estados Unidos. Se trata de la recopilación de algunas ponencias presentadas en diferentes eventos eclesiales. Todas ellas tienen como hilo conductor la formación y el anuncio como elementos claves en la vida del laico comprometido.
Luis Fernando Figari habla en esta entrevista con ZENIT sobre los puntos clave que toca su libro: la misión del laico y los nuevos movimientos eclesiales en la vida de la Iglesia.
–Su libro destaca de manera especial el papel del laico en la misión de la Iglesia sin caer en un laicismo exagerado donde se subvalore el papel de la jerarquía de la Iglesia ¿Cómo cree usted que se puede lograr este equilibrio?
–Luis Fernando Figari: La Iglesia está integrada fundamentalmente por clérigos y laicos. Todos son fieles de la Iglesia desde el Bautismo. Al recibir este Sacramento la persona queda sellada en su interioridad e invitada a participar activamente, según su estado de vida, según su vocación, en la misión que Dios le encomienda a la Iglesia.
El fiel laico, ejerciendo su vocación cristiana en el mundo, está destinado por Dios al apostolado, a cooperar para que el mensaje divino de reconciliación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo. Evangelizar y dejarse evangelizar es una responsabilidad ineludible. También cada uno, según su propia condición, está llamado a impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico de justicia, paz, fraternidad, y en todo dar testimonio de su efectiva adhesión a Cristo y avanzar hacia la santidad. El clero, por su parte, tiene su propia identidad y misión que responden a una vocación particular y que están selladas por el Sacramento del Orden que imprime en la persona que lo recibe un carácter específico.
Una eclesiología clara, como la que brota del Concilio Vaticano II, permite comprender que los dos estados fundamentales de los fieles son el clerical y el laical. Sabemos que sacerdotes y laicos se pueden consagrar a Dios de manera canónica. Estos últimos son los que en lenguaje usual son llamados «religiosos», sin que sea éste el lugar de entrar en precisiones técnicas. Dicho todo esto quisiera enfatizar que no debe presentarse una exageración en un sentido u otro, es decir, ni clericalismos ni laicismos. Es cuestión de entender la misión que tiene cada cual en la vida de la Iglesia, misión que es siempre de armonía, de comunión, y en ningún sentido de antagonismo u oposición. Si por desgracia se presentara una situación así, habría que verla como una patología cuya curación viene de una recta eclesiología y de la recuperación de la identidad propia, sea de clérigo, sea de laico. Para que no se debilite tal identidad propia se requiere de un proceso de formación permanente, que cubriendo los diversos estados, se haga concreto en las variadas situaciones de la vida. No creo, pues, que se trate de equilibrios, sino de comunión. Me parece que se trata de conciencia de la propia identidad y estado de vida, de coherencia práctica con esa identidad, de sana teología y de un horizonte de vida que aspire en todo momento a la santidad. Hay que recordar siempre que todos estamos llamados a participar, desde el propio estado, de la misión de la Iglesia.
—En repetidas ocasiones se refiere en su libro a los nuevos movimientos eclesiales, ¿cuáles cree que son los frutos de santidad que desde ya pueden verse en esta nueva realidad eclesial?
–Luis Fernando Figari: Hay frutos de santidad por doquier. Muchas veces ellos permanecen ocultos a los ojos humanos, pero allí están iluminando y dando suave calor en medio del Pueblo de Dios. Todo fiel consciente sabe que está llamado a la santidad. La fe nos lo enseña con claridad. El Concilio Vaticano II se ha encargado de poner de realce la vocación a la santidad que todo bautizado tiene. Todo bautizado está llamado a la perfección de la caridad, en su existencia concreta, en su estado de vida. La vocación común de todos los discípulos del Señor es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo, como señala el Catecismo. Ciertamente los movimientos eclesiales que recogen las orientaciones del Concilio y aspiran a responder a las enseñanzas del Magisterio se convierten en comunidades donde se busca vivir y celebrar la fe en un espíritu de encuentro intenso con el Señor, abriéndose en admiración a la belleza de la verdad que Él es, amándolo, siguiendo su camino, haciendo lo que nos ha dicho e irradiando todo desde una existencia comprometida como una sinfonía luminosa que se esfuerza por vivir la virtud y perfección en el amor, evitando que la gracia que amorosamente derrama Dios en los corazones sea tornada estéril por falta de docilidad a su impulso.
Un tema ya recurrido es que no solamente existe la santidad de lo extraordinario, sino también la de lo común, la santidad de la vida cotidiana. En tal sentido los movimientos eclesiales, por su acento en aspirar a ser comunidades de fe, y por su organización en pequeñas comunidades de fe, ayudan a comprender que la santidad, a la que todos estamos llamados, es resultado de la acogida a la gracia que Dios derrama en los corazones, que se nutre en los sacramentos y la oración, y se forja en la vida cotidiana siguiendo a Jesús, el Verbo Eterno que se encarna en el seno de María Santísima, quien es modelo de toda santidad. Quién podría negar que en los movimientos eclesiales, como en otras realidades de la Iglesia, hay personas que viven intensamente el despliegue bautismal con los dones que Dios va concediendo, viviendo según el amor que viene de Dios y que va conduciéndonos, con la propia cooperación, a la perfección de la caridad que nos dona. En tal sentido, los movimientos eclesiales, ciertamente, están dando un aporte por el que millones de sus miembros, cual pequeñas antorchas alimentadas con el óleo del Espíritu Santo, van recorriendo desde su sencillez el camino de la vida cotidiana contribuyendo a llevar luz y calor a un mundo en donde las tinieblas y el frío amenazan extenderse.
–Menciona en su libro las cuatro rupturas que vive el hombre en su realidad del pecado: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación. ¿De qué manera puede el hombre, en el seno de los nuevos movimientos eclesiales, vivir la reconciliación en su vida en cada uno de estos cuatro ámbitos?
–Luis Fernando Figari: «Ante todo no diría que la realidad del ser humano es sólo de pecado. También es una realidad de gracia, de crecimiento en la fe, de fidelidad al divino Plan, de hambre de santidad, de deseo de encontrarse con Jesús y alcanzar la plenitud de vida eterna en la Comunión de Amor. Es cierto que en el mundo en que estamos las consecuencias del pecado primero se hacen dolorosamente manifiestas, pero también se muestra maravillándonos el misterio del amor de Dios que sale al encuentro del ser humano en la Encarnación y en el dinamismo ascensional de la Resurrección y la Ascensión, nutriendo la esperanza del viador. Me parece recordar que Péguy evocaba el valor de la esperanza, y aunque la llamaba «niñita de nada», ligándola a la fe y a la caridad, poetizaba que junto a ellas «atravesará la esperanza los mundos llenos de obstáculos»
. La reconciliación traída por el Señor Jesús ofrece a todos los hombres y mujeres de la Iglesia un concreto sendero de esperanza, un sendero que se abraza a la misericordia divina, a los dones que nos vienen de Dios».
El tema de la reconciliación tiene su origen en la Escritura. En el Nuevo Testamento se encuentra la clave reconciliadora: Jesús. Dios envía al mundo al Reconciliador. San Pablo puede ser considerado el primer exponente de una teología de la reconciliación. El magisterio pontificio refleja esta realidad profunda. En el tiempo actual, que vamos a extender retrospectivamente hasta León XIII, con quien comienza el siglo XX, las referencias a la reconciliación jalonan las enseñanzas de los Papas. Ellas alcanzan una cumbre significativa desde el pontificado de Papa Pablo VI hasta hoy. El Siervo de Dios Juan Pablo II decía en una ocasión que escuchando el grito del hombre y descubriendo la nostalgia de reconciliación con Dios, consigo mismo y con el prójimo, «por gracia e inspiración de Dios» proponía «ese don original de la Iglesia que es la reconciliación». Sus enseñanzas han permitido una importante profundización de la reflexión teológica y pastoral sobre la reconciliación, en especial en América Latina. El Siervo de Dios tomaba una aproximación antropológica fundamental a las relaciones del ser humano, que están aquejadas por la ruptura. Ante esa realidad propuso una clave invalorable para el hombre del hoy al hablar de lo que llamó «cuádruple reconciliación». Para una cultura cargada de fuerzas de ruptura, de secularismo, consumismo, materialismo y otras tendencias de ese tipo que amenazan la misma identidad de la persona humana, la reconciliación tiene la virtualidad de dirigirse al hombre entero. Esto ciertamente facilita el responder a los dones recibidos. El ser humano se descubre llamado a comprometerse desde una fe vivida, desde el encuentro con el Señor Jesús a superar las rupturas que lo hieren y hacen tanto más gravosa su infelicidad. La reconciliación llega cargada de esperanza alentando y ayudando a la persona a reconciliarse con Dios, consigo mismo, con los hermanos humanos y con la creación toda, dándole el sentido que tiene en el divino Plan. Cada uno está invitado a vivir la reconciliación, en la propia vocación, en las características de vida a la que está llamado. Los movimientos, como todas las demás realidades de la Iglesia, son ámbitos para vivir en la realidad concreta, situada, la reconciliación, don de Dios en Cristo Jesús. Los movimientos eclesiales que presenten el mayor acento existencial de la reconciliación ayudarán a sus miembros a mejor vivir estas dimensiones antropológicas fundamentales con su fuerza orientada a sanar las rupturas».
–Usted en sus escritos siempre se refiere a la presencia de Santa María. ¿Cómo descubre que ella alienta y guía la nueva realidad de los movimientos eclesiales, particularmente a la Familia Sodálite?
–Luis Fernando Figari: No es novedad alguna que la Virgen María ilumina las realidades de la vida cristiana, en cuanto perfecta discípula de su Hijo, el Señor Jesús. En un libro que leí al hacer los estudios de teología encontré un pensamiento que me impactó fuertemente, «en María queda manifiesto quién es Cristo». Más adelante me impresionó escuchar a los obispos que se reunieron en Puebla decir que la Iglesia, «se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina». Son palabras intensas que evocan el Capítulo VIII de la Lumen Gentium. Todo ello como que fue formando una vertiente, y por otro lado con potencia extraordinaria desde un principio de mi peregrinar de fe irrumpieron con fuerza en mi conciencia las palabras de Cristo desde lo alto de la Cruz. Su testamento se me clavó en lo hondo del corazón: «He ahí a tu madre». Precisamente el sendero del amor filial quedaba abierto y su huella imborrable me sellaba profundamente. Es el mismo Cristo quien señala a su Madre y nos la ofrece como Madre. ¿Cómo no avanzar por ese camino de amor que el mismo Reconciliador nos ha señalado? Ni siquiera tuve mucho que pensar y desde entonces ha sido cada vez más fundamental en mi vida de fe el reconocer la dimensión mariana de la vida cristiana. Esta experiencia o alguna semejante ha de ser la de todo hijo e hija de la Iglesia. Su huella en los movimientos, precisamente por ser eclesiales, no puede diluirse ni ocultarse. La Familia Sodálite, nacida en la celebración de la Inmaculada Concepción de María, vive intensamente la piedad filial a la Santísima Virgen. Al acercarnos a María descubrimos que está plena de Jesús. Todo en Ella nos invita a centrarnos en el Señor Jesús».
–El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, dice en la presentación de su libro que la formación de los cristianos laicos está pasando por un momento neurálgico a causa del influjo del relativismo ¿Cómo cree usted que los movimientos eclesiales pueden ser centros de formación eclesial y de fidelidad a la Verdad y al Magisterio Pontificio para sus miembros?
–Luis Fernando Figari: Hoy se encuentra extendida la escéptica pregunta de Pilato: ¿qué es la verdad? Se ve clara la ironía de la ceguera de quien formula la pregunta y que se encuentra en presencia de la verdad misma, el Señor Jesús. En estos tiempos se cuestiona la posibilidad de acceso a la verdad e incluso la existencia de la verdad misma. En todo ello hay una falta impresionante de realismo. El relativismo y el subjetivismo se van haciendo en muchos un modo habitual de pensamiento. Incluso un sensualismo agresivo coopera en ese proceso destructivo. Pero el ser humano es un buscador de la verdad, es algo que tiene enraizado en su ser. Esto es una característica y una necesidad. El ministerio Petrino reivindica la razón humana, en estos tiempos de irracionalidad y de dimisión de lo humano. En tal sentido los Papas cumplen con recordar que la razón del ser humano está abierta a la búsqueda de la verdad de las cosas de este mundo y a la iluminación de la Verdad sobrenatural que por la fe de la Iglesia sale a su encuentro iluminando su terreno peregrinar. En ello se puede ver que siguen el ejemplo del Señor, quien ante la mentira, el error, el alejamiento de la realidad que descubría, respondía buscando ayudar a que quien lo vivía se descubriera a sí mismo, y avanzara en la búsqueda de la verdad de las cosas, de la realidad. Comprometerse en la búsqueda de la verdad lleva al bautizado a encontrarse con el misterio de la Iglesia, a amar a la Iglesia, a escuchar sus enseñanzas y seguirla cuando señala la ruta para encontrarse con el Señor Jesús. Al recorrer tal rumbo de vida la persona descubre la sinfonía de la verdad, y escuchándola encontrará las palabras del Señor a Pedro y descubrirá la importancia del Magisterio Pontifico para avanzar por esta vida hasta su meta definitiva. Con Pedro y bajo Pedro, acento usualmente intenso en los movimientos eclesiales, se aprende a vivir la dicha de la vida cristiana y a desplegarse según el Plan de Dios, lo que va encaminando a la plena conformación con Cristo. Desde esa experiencia de encuentro y de fe, de amor y fidelidad, se siente la urgencia de compartir la experiencia vivida y el ardor de la evangelización.
–Recientemente se realizó en Lima el I Congreso de Espiritualidad Sodálite. ¿Puede contarnos qué significó esta experiencia para esta familia espiritual?
–Luis Fernando Figari: Efectivamente, hace poco culminó ese impactante evento que fue el I Congreso de Espiritualidad Sodálite que reunió por cinco días a más de mil doscientas personas llegadas a la Arquidiócesis de Lima desde diferentes países. Lo primero que me viene a la mente es que ha sido una inmensa bendición no solamente para la familia espiritual propia sino para la Iglesia. La Familia Sodálite se encuentra hondamente enraizada en la Iglesia y sus integrantes sin duda entienden que los dones recibidos n
o son solamente para ellos sino que se abren a la Iglesia toda. Ése es precisamente el sentido de los carismas, que no se cierran sobre sí sino que se extienden a todo el Pueblo de Dios para edificación de todos. Han sido días intensos de oración, de reflexión, de admiración, de inmensa gratitud a Dios, dador de todo bien. Ha sido una hermosa oportunidad para profundizar en algunos de los acentos que constituyen la espiritualidad propia en el gran marco de la espiritualidad católica. Las diversas muestras que acompañaron al Congreso, de pintura, de fotografía, de bellas y numerosas esculturas en terracota y alabastro, junto con la música, fueron también ocasión de comprender que el arte católico no sólo no ha desaparecido, sino que desde su vitalidad y creatividad busca reflejar también hoy los misterios de la fe y la belleza de la creación de Dios. Ante tantas bendiciones pienso que todo miembro de la familia espiritual nacida en torno al Sodalitium Christianae Vitae debe elevar una profunda acción de gracias a Dios».
Por Carmen Elena Villa