ROMA, domingo, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Mientras el estatuto de la familia y el matrimonio siguen estando a la primera línea de muchos debates públicos, el coste social de las rupturas matrimoniales está deparando sorpresas.
Un estudio reciente en Inglaterra ha descubierto que el divorcio tiene como resultado un beneficio económico significativo para los hombres, pero penaliza a las mujeres, informaba el 25 de enero el periódico Observer.
Según el estudio llevado a cabo por Stephen Jenkins, director del Institute for Social and Economic Research y miembro del Council of the International Association for Research on Income and Wealth, cuando un matrimonio se divide, los ingresos disponibles del padre aumentan cerca de un tercio.
En contraste, y sin que importe si hay hijos o no, la media de ingresos de las mujeres tras el divorcio cae en más de un quinto, y esto afecta negativamente durante años.
Según el reportaje del Observer, la encuesta llevada a cabo por Jenkins es el primer estudio a largo plazo de ingresos y rupturas matrimoniales.
Jenkins descubrió que la tasa de pobreza entre las mujeres divorciadas es del 27%, casi tres veces mayor que la de sus antiguos maridos.
Las penurias económicas no son la única desventaja asociada con el divorcio. Un estudio australiano publicado el año pasado encontró que el impacto emocional y social del divorcio hace que se sienta durante décadas, informaba el periódico Sydney Morning Herald del 10 de julio.
Un equipo de investigadores dirigidos por David de Vaus de la Universidad La Trobe de Melbourne, presentó las conclusiones de un estudio en una conferencia en el Instituto Australiano de Estudios Familiares. Compararon el bienestar de cerca de 2.200 australianos de entre 55 y 74 años.
Los divorciados no sólo sufrían traumas en los años inmediatamente después del fin de su matrimonio, sino que tendían también a pensar que no podían confiar en nadie, y estaban menos satisfechos con su hogar y su salud.
Vital
Benedicto XVI afirmaba recientemente la importancia de la familia para la sociedad en su mensaje enviado a los participantes en el rezo del rosario durante la Sexta Jornada Mundial de las Familias, reunida en la Ciudad de México.
Durante su vídeo mensaje del 17 de enero, el Pontífice afirmó que la familia es la «célula vital de la sociedad».
«Por su función social esencial, la familia tiene derecho a ser reconocida en su propia identidad y a no ser confundida con otras formas de convivencia», explicaba el Papa.
Por ello, Benedicto XVI pedía que la familia basada en el matrimonio de un hombre y una mujer recibiera suficiente apoyo legal, económico y social.
La importancia social de la vida familiar no es algo afirmado únicamente por la Iglesia. Jennifer Roback Morse, antigua profesora e investigadora de la Hoover Institution de la Universidad de Harvard, y actualmente profesora en el Acton Institute for the Study or Religion and Liberty, publicaba recientemente la segunda edición de su libro «Love and Economics» (Amor y Economía) (Ruth Institute Books).
Una de las secciones de libro se titulaba, «Por qué no hay sustituto para la familia». La familia es irreemplazable no sólo en el sentido de que los dos padres de un niños juegan un papel único en su vida, sino también porque la misma institución de la familia no tiene sustitutos eficaces.
Morse afirmaba que la función primaria de la familia es relacional. Claro está que algunas familias llevan a cabo esta tarea mejor que otras, pero, sostenía, no hay otra institución que lo haga mejor que la familia.
Sin opciones
Según Morse, el hecho de que algunas familias fallen no debe llevarnos a la conclusión de que la familia es una institución meramente opcional.
«Si pudiéramos mantener la familia unida a nivel individual y personal, tendríamos menos necesidad de esquemas magníficos para reemplazar a la familia a nivel social», afirmaba Morse.
Morse resumía los resultados de varios estudios que documentan los resultados negativos de niños criados en familias con un solo progenitor: pobreza; resultados educativos peores; y problemas de comportamiento.
La tarea de criar hijos es simplemente demasiado para un solo progenitor, afirmaba Morse. Además, otras posibles variaciones, tales como la cohabitación y los padrastros no proporcionan las mismas ventajas que una familia basada en los dos padres biológicos de los hijos.
El papel del padre va más allá de lo económico, continuaba Morse. Su aportación al desarrollo moral de los hijos es algo de lo que la sociedad es culpable de haber ignorado durante mucho tiempo, acusaba.
«La verdadera cuestión no es si hombres y mujeres son diferentes sino cómo la diferencia les permite a cada uno aportar algo único al desarrollo moral de los hijos», afirmaba Morse.
Comentando los espectaculares cambios en las normas morales y en los hábitos sexuales de las últimas décadas, Morse observaba que los cambios que tuvieron lugar en los sesenta y setenta prometieron la felicidad y la plenitud a través de una libertad ilimitada. Con la experiencia del tiempo, Morse afirmaba que ahora podemos concluir que la capacidad de mantener compromisos es un don que trae una felicidad y una satisfacción más profundas.
«Un gran número de adultos están ahora dispuestos a volver a aprender lo que puedan sobre el matrimonio para toda la vida, para su propio provecho así como para provecho de sus hijos», concluía.
La libertad tiene sus límites, sostenía Morse en el capítulo conclusivo de su libro. Cada generación no es libre para redefinir la familia y sus obligaciones. Algunas virtudes y obligaciones son indispensables, afirmaba Morse.
El cardenal Seán Brady, arzobispo de Armagh y primado de Irlanda, expresó un punto de vista similar durante un discurso el 4 de noviembre a la Céifin Conference.
El tema de su discurso fue «La Familia como Fundamento de la Sociedad».
La familia basada en el matrimonio como fundamento de la sociedad es una verdad revelada por Dios en las Escrituras, afirmaba el cardenal Brady, pero es también uno de los valores humanos más preciosos, añadía.
El bienestar del matrimonio y la familia son de interés público, mantenía el cardenal, y son fundamentales para el bien común. Son, por tanto, merecedores de una consideración y un cuidado especial por parte del Estado.
«Otras relaciones, sea sexuales o no, son el resultado de un interés privado», explicaba. «No tienen la misma relación fundamental al bien de la sociedad y a la crianza de los hijos como la familia basada en el matrimonio», mantenía el cardenal Brady.
Al afirmar que la familia basada en el matrimonio es digna del apoyo del estado, el cardenal clarificaba que la intención no es penalizar a aquellos que han elegido formas diversas de relaciones.
«Es más bien apoyar el principio de que la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer está tan íntimamente conectada al bien de la sociedad que merece un cuidado y protección especial», afirmaba.
Compromiso
«El nexo entre el compromiso público por el matrimonio para toda la vida y la estabilidad de la unidad familiar así como el papel distinto de una madre y un padre en la generación y educación de los hijos, da al matrimonio una relación con la sociedad única y cualitativamente diversa a cualquier otra relación», precisaba el cardenal Brady.
La familia es un fundamento indispensable para la sociedad, afirmaba Benedicto XVI en su vídeo mensaje durante la misa de conclusión del Encuentro Mundial de las Familias el 18 de enero.
«Hemos recibido una vida de otros, que se ha desarrollado y madurado con las verdades y valores que aprendemos en relación y comunión con los demás», explicaba.
«Es en el hogar donde se aprende verdaderamente
a vivir, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, la concordia y el respeto», afirmaba el Papa. Una verdad válida para todas las culturas y sociedades.
Por el padre John Flynn, L. C., traducido por Justo Amado