Dimensiones sociales y política de la Instrucción "Dignitas personae"

Por el obispo Giampaolo Crepaldi

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 20 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo escrito por el obispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y presidente del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre Doctrina Social de la Iglesia, sobre la instrucción de de la Congregación de la Doctrina de la Fe titulada Dignitas personae.

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La reciente Instrucción de la Congregación de la Doctrina de la Fe titulada Dignitas personae no es sólo un documento sobre bioética, sino que contiene también numerosos puntos de naturaleza política y social. Tras la Evangelium vitae (1995) de Juan Pablo II, el tema de la vida se afronta no sólo como un capítulo sectorial de la moral personal – dimensión que también tiene – sino como una dimensión fundamental de la ética pública. Después de todo, la vida y el lugar natural para su acogida, es decir, la sexualidad humana, el matrimonio y la familia, están en el origen de la misma sociedad. Dignitas personae sigue también esta misma línea y no sólo valora éticamente las nuevas posibilidades técnicas en el campo de la procreación y de la ingeniería genética, sino que sitúa todo esto en un contexto más amplio, teológico y antropológico sobre todo, pero también social y político. Por este motivo en la Instrucción se encuentran palabras (y conceptos) como acogida, justicia, convivencia pacífica, bien común, esclavitud: expresiones todas que son propias de la semántica social y política.

En el centro de la Instrucción está la dignidad que se debe reconocer a todo ser humano. Negar tal dignidad en las prácticas reproductivas, mediante la reproducción in vitro y la voluntaria eliminación de embriones humanos, «contribuye a debilitar la conciencia del respeto que se le debe a cada ser humano. Por el contrario, la conciencia de tal respeto se ve favorecida por la intimidad de los esposos animada por el amor conyugal» (n. 16). Si se desvanece el respeto en este sector clave, también tenderá a debilitarse en otros sectores – la economía, el mundo del trabajo, los desfavorecidos – la conciencia de la dignidad de la persona. Cuando se sucumbe a la lógica de los deseos subjetivos, se termina finalmente dependiendo de las presiones económicas. Si la vida y la dignidad del embrión se ponen en manos de técnicos se instaura un dominio de la técnica que alcanzará también a otros ámbitos de la vida social (n. 17). La Instrucción invoca la férrea lógica de coherencia y de la incoherencia: lo que se hace y lo que no se hace en el momento inicial de la vida no puede sino tener consecuencias en el futuro.

Muchas técnicas de selección embrionaria y de ingeniería genética son expresión de (y a su vez favorecen) una «mentalidad eugenésica». «Esto – afirma la Instrucción – contrasta con la verdad fundamental de la igualdad de todos los seres humanos, que se traduce en el principio de justicia, y cuya violación, a la larga, atenta contra la convivencia pacífica entre los hombres» (n. 27). Igualdad, justicia, paz: se trata de tres elementos fundamentales del bien común. La mentalidad eugenésica mina el bien común de toda la sociedad en cuanto que establece el principio de que la voluntad de unos prevalece sobre la libertad de otros.

Pero es sobre todo en la conclusión (nn. 36-37) donde la Instrucción fija el contorno social y político de sus argumentaciones. Retoma oportunamente el conocido pasaje de la Evangelium vitae en el que se recuerda la Rerum novarum y se establece una analogía entre los trabajadores – los pobres de entonces – y los fetos humanos a los que no se permite nacer – los pobres de hoy. La Iglesia interviene hoy como entonces para proteger a los más indefensos, consciente de los recursos humanos suelen usarse con demasiada frecuencia para el mal en vez de para el bien. Entre los atentados contra la vida humana, la Instrucción recuerda la pobreza, el subdesarrollo, la destrucción del ecosistema, las armas y las guerras (n. 36). Entre las prohibiciones, ampliamente aceptadas hoy, que buscan proteger la dignidad del hombre, recuerda aquellas en contra del racismo, de la esclavitud, de las discriminaciones hacia las mujeres, los niños, los enfermos y los discapacitados (n. 37). La Instrucción se coloca dentro de estas promociones y prohibiciones. Nos dice, por tanto, que el valor de la vida y de la dignidad de la persona es indivisible y, por lo mismo, la bioética es parte de la cuestión social.

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ZENIT Staff

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