"Constelaciones familiares", una extraña mezcla de psicoterapia y doctrinas hindúes

Por Julio de la Vega-Hazas, de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES)

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MADRID, sábado, 27 febrero 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el primer análisis realizado desde una perspectiva católica sobre la organización «Constelaciones Familiares», fundada y dirigida por Bert Hellinger.

El estudio ha sido realizado por Julio de la Vega-Hazas, sacerdote español del Opus Dei, doctor en Teología y licenciado en Derecho, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y autor del libro «El complejo mundo de las sectas» (Grafite, Bilbao, 2000).

Puede visitarse el blog de RIES en http://info-ries.blogspot.com.

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      Es una paradoja, pero lo cierto es que, para quienes estudiamos las sectas, la cuestión más incómoda es la primera de todas: qué es una secta. Si se contrasta con la realidad, cualquier definición que se dé resulta inapropiada, pues siempre encontrará grupos que no encajan con ella. El diccionario no ayuda demasiado. De las tres acepciones del término que recoge la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, la última -«conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa»- queda descartada para nuestro propósito: secta sería todo el mundo menos quienes comparten mi fe. La segunda hace honor al origen de la palabra: «doctrina religiosa o ideológica que se diferencia e independiza de otra». Secta era, efectivamente, lo que se seccionaba, pero es evidente que con esto sólo abarcamos una parte de nuestro objeto de estudio. Queda la primera: «conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica». Pero es demasiado genérica, y en la práctica se podría aplicar a cualquiera: todos, hasta los más escépticos, están de un modo u otro adheridos a una parcialidad religiosa o ideológica. Se entiende bien así lo resbaladizo del concepto, y el que nos sintamos mucho más a gusto describiendo tal o cual grupo que intentando dar un concepto de secta. 

      Más claro es el hecho de que el estudio de las sectas se mueve en el terreno de lo religioso; o, si se prefiere así, lo religioso o cuasi-religioso. Lo ideológico podrá dar muestras de un comportamiento sectario -lo da muchas veces-, pero este calificativo va mucho más allá que el de adjetivar sectas. Es otro terreno de estudio. De todas formas, en ocasiones sigue siendo difícil la catalogación; o sea, discernir si una entidad es de carácter religioso o no. Cuando se aplican esquemas preconcebidos, esto da lugar a paradojas. Con frecuencia se tiene la idea de que una secta no es más que la tapadera de un negocio a costa de unos incautos. Pero pueden verse hoy algunos montajes que se presentan con una cara comercial y un cierto tufillo de fondo religioso, y lo curioso es que son estigmatizados si se les aplica la etiqueta de secta, mientras que si no se ve más que un negocio son considerados como algo moderno y digno de consideración. Esto sucede con frecuencia si nos adentramos en el territorio de influencia de la mentalidad New Age. A caballo entre lo ideológico y lo religioso, si se considera lo primero es un exponente de modernidad; si es lo segundo, resulta que es una deleznable secta.  

      Este es el resbaladizo terreno en el que hay que adentrarse si se quiere clarificar qué es una organización llamada «Constelaciones Familiares» (en adelante CF). Se presenta como un método de psicoterapia familiar que se desarrolla en sesiones tanto grupales como individuales. Todo en ella gira en torno a una persona, la de su creador y actual líder: Bert Hellinger. Entender al creador es la mejor manera de poder hacerse una idea precisa de la criatura, algo que de antemano podemos decir que no es sencillo. 

      Bert Hellinger nació en 1925 en el seno de una familia católica tradicional alemana. La fe de su familia evitó que el joven Bert fuera seducido por la ideología nazi, al contrario que muchos de sus coetáneos. Soldado desde 1942, parece que siendo prisionero de guerra en Bélgica maduró su vocación religiosa. Tras sus preceptivos estudios, fue ordenado sacerdote y enviado como misionero a Sudáfrica entre los zulús, donde desplegó una gran actividad. Su crisis hay que situarla a finales de los 60, y en ella parece que fue decisiva su asistencia a un cursillo ecuménico organizado por unos anglicanos. Éstos traían una especie de fenomenología empirista aplicada para reconciliar contrarios, y dejaron una profunda huella en Hellinger. Todas sus semblanzas coinciden en decir que en 1970 abandonó el sacerdocio. Hubiera sido más exacto o más completo decir que abandonó su fe, movido por unas personas que también carecían de ella. Influyó también esa marcada reacción alemana de postguerra que recelaba de todo lo que sonara a obediencia incondicional y adhesión sin fisuras a unas ideas. 

      Con 45 años vuelve a Alemania. Trae consigo esa mentalidad fenomenológica, una profunda impresión del contraste entre la fuerte cohesión familiar africana y la situación europea, y el deseo de seguir resolviendo problemas humanos. Allí decide buscar en la psiquiatría lo que piensa no haber encontrado en la religión. Se traslada a Viena; allí estudia psicoanálisis y se casa con Herta, su primera esposa. No parece que quedara del todo satisfecho con la escuela vienesa que tenía a Freud como principal figura, pues en 1973 se traslada al país que se había convertido en la nueva vanguardia de la psiquiatría: Estados Unidos. Allí se interesa por las nuevas tendencias centradas en aspectos relacionales, que van a influir en sus propuestas.  

      De entre las varias corrientes que le influyeron, destacan dos. La primera es el llamado Análisis Transaccional, creado por Eric Berne. Se trata de un derivado del psicoanálisis, según el cual cualquier conducta disfuncional tiene su origen en decisiones autolimitadoras tomadas en la infancia a raíz de los mensajes transmitidos por los padres. El individuo crea de este modo lo que Berne llamaba el «guión vital», y la obvia tarea del psicoanalista es aflorarlo y modificarlo para extirpar las disfunciones. Hellinger acepta este origen familiar, pero lo atribuye a traumas familiares -no necesariamente de los padres- que pasan a formar parte del inconsciente colectivo familiar.  

      La segunda corriente es la Terapia Gestalt, creada por el matrimonio Fritz y Laura Perls. Es un método que lleva la fenomenología a la psicoterapia. Viene a decir que los elementos básicos que determinan el estado de una persona son la situación presente y los nudos de relaciones. La tarea del terapeuta es ayudar a que el cliente (aquí se prefiere a «paciente») tome conciencia de su verdadera realidad en función de esos elementos, y la acepte. Sólo así podrá éste afrontar y superar sus problemas, liberarse de bloqueos -por ejemplo, los producidos por trasladar la responsabilidad de sus actos a sujetos colectivos-, asumir de modo satisfactorio su propia personalidad y eventualmente cambiar lo que necesite ser cambiado. Hellinger se vio atraído por el método de esta psiquiatría fenomenológica, aunque resultaba para su gusto demasiado individualista.  

      Con estas influencias y alguna más, como la de Arthur Janov -sus ideas son el prototipo de sistema que atribuye al trauma infantil todo trastorno psíquico-, Hellinger volvió a Alemania. Pero no le debió parecer que su formación era completa, pues pocos años después, en 1979, vuelve a Estados Unidos para enriquecer sus conocimientos. Estudia allí varios sistemas de terapias familiares y alguna otra cosa como la hipnoterapia, una terapia que, como su nombre mismo señala, está basada en la hipnosis. Si los años 80 son para Hellinger los de la culminación de su formación y de inicio de la práctica, los 90 serán los de su triunfo. Publicó varios libros que tuvieron muy buena acept
ación en el mundo académico, y se hizo un nombre en ese mundo. En 2000 crea el Hellinger Institute.   

      En su método, la Terapia Sistémica Familiar, ya aparecía la expresión «constelaciones familiares». Básicamente sus elementos ya han sido delineados: la armonía familiar se rompe con acontecimientos traumáticos que se incorporan a una especie de inconsciente colectivo familiar y repercuten en sus miembros, incluso cuando ya han transcurrido varias generaciones. En sesiones preferentemente colectivas con familiares, se trata de hacer aflorar todas los hechos generadores de ruptura, asumirlos y recomponer la armonía familiar necesaria para la salud psíquica personal, de forma que el entorno familiar vuelva a ser una verdadera «constelación» armónica, a semejanza de las estelares.  

      Hasta aquí, lo que encontramos no tiene mucho que ver con el mundo de las sectas. Se trata de una escuela más de psicoterapia, todo lo discutible que se quiera, pero no muy diferente a otras. Es sabido que el mundo de la psicoterapia no es inmune a influencias de religiones orientales, particularmente del budismo, pero Hellinger no parecía acusarlas demasiado. Personalmente se declaraba seguidor de Heidegger, algo bastante lógico si se piensa que el filósofo alemán tradujo la fenomenología a metafísica. Pero el ateísmo de Heidegger es inherente a su sistema de pensamiento. Con Heidegger no hay cabida para religión alguna.  

      Sin embargo, algo ha alterado toda esta trayectoria. Si se abre la página web de CF se encuentra una descripción general de un método psicológico de terapia sin más connotaciones. Pero al margen, aparece una breve cita firmada por «Osho». Éste no es ningún psiquiatra, sino el gurú hindú Bhagwan Shri Rajneesh (como siempre en estos casos, es un nombre adoptado- las dos primeras palabras significan «señor bendito»-: el verdadero es Chandra Mohan Jain). Es un pseudónimo casi póstumo, pues lo asumió al final de sus días -falleció en 1990-, y utilizado debido sobre todo a que el nombre de Rajneesh se manchó mucho en vida, particularmente en Estados Unidos, de donde fue expulsado en 1985. Su mensaje era el tradicional del ramo -meditación, yoga, supresión de la sensibilidad, panteísmo de fondo-, pero eso contrastaba con la permisividad sexual que predicaba, el lujo con que vivía -sus 93 Rolls-Royces fueron todo un símbolo- y otros aspectos oscuros. Sin embargo, tras su muerte y lavado de cara, su organización ha prosperado en la India. Hoy quedan más sus ideas -bajo su nuevo nombre- que su ejemplo. Entre ellas, una que le diferencia de otros gurús: insiste en la terapia e incluye sesiones terapéuticas de grupo. Hay alguna razón más que puede explicar por qué, entre tanto maestro oriental, el elegido ha sido Osho-Rajneesh: se situaba más cerca del budismo que la mayoría de los gurús indios; había tenido contactos con destacados exponentes New Age como el llamado Movimiento de Potencial Humano; incluía algún elemento cercano al psicoanálisis, como sostener que había que liberar la mente de represiones procedentes del pasado; e incorporaba psicoterapia occidental como preparación para la meditación. 

      Hellinger nunca conoció personalmente a Rajneesh. No se puede saber a ciencia cierta y con exactitud los pasos que le acercan al difunto gurú. Pero los indicios apuntan a que la historia empieza con el apogeo de la carrera de Hellinger, en los 90. A la vez que se extiende su fama, comienza un distanciamiento con el mundo académico. Introduce un método simplificado, e incorpora nociones en principio extrañas a su método y las raíces del mismo, como la identificación de esa especie de insconsciente colectivo familiar que manejaba con un etéreo espíritu o alma colectiva, o el paso de lo «sistémico» del método a la sustancia al hablar de «energía sistémica». Cuando empiezan las críticas de que no apoya sus modificaciones con ningún tipo de validación empírica, Hellinger se enroca y se vuelve huraño. Comienzan poco a poco a hacerse explícitas algunas ideas del gurú indio, como el que una de las claves para identificar y resolver problemas es reflotar el niño que todos llevamos dentro. Desde hace unos años afirma que su método conduce a «movimientos del espíritu» o «del alma»: tanto la noción misma como el hecho de reconocer que no sabe cómo funciona y que lo incorpora por la vivencia de experiencias subjetivas, lo alejan casi definitivamente del mundo de la psiquiatría. Desde instancias profesionales comienzan las declaraciones calificando su método de no contrastado y no fiable, y hasta una criatura suya como el International Systemic Constallations Association termina por desmarcarse de él. En sus declaraciones más recientes ya añade «espirituales» a «constelaciones familiares», y se refiere a Dios, sólo que identificado con una fuerza cósmica al modo oriental y no al Dios personal de las religiones monoteístas.  

      ¿Cuál es la causa de este cambio? Permanece en la mente de Hellinger, pero no es el único caso. Precisamente en los 90, otro alemán, Eugen Drewermann, se ponía de moda con sus críticas a la Iglesia católica desde el psicoanálisis; también jugaba con el inconsciente colectivo, al que atribuía la vocación. Tenía en común con Hellinger el sacerdocio católico y los estudios de psiquiatría, sólo que no quiso abandonar la Iglesia hasta hace poco. También él se refugió en una autodenominada «mística de la naturaleza» con elementos orientales. En el fondo, lo que ocurre es que no quedan muchos más refugios cuando uno abandona toda creencia tachada de dogmática, y trabaja sólo con métodos. Queda un vacío de algo que dé sentido a todo, y de una u otra manera se busca. Es posible también que influyera en este giro su segunda esposa, Marie Sophie. En cualquier caso, empieza en esta época a figurar junto a él también en el terreno profesional.  

      Hasta aquí, podría pensarse que se trata de un psiquiatra que se ha empapado de ideas hindúes a través de uno de sus exponentes más célebres. Pero no acaba aquí todo. En realidad, la organización de Osho -mucho más pujante hoy que cuando vivía el gurú- está fagocitando la obra de Hellinger. Las CF de nuevo cuño que promocionaba éste empezaron a poblarse de expertos que habían pasado por la autodenominada «multiversidad» del Osho Institute en Puna (India). Parece que la figura más determinante en esta invasión ha sido el alemán Svagito Liebermann, que se incorporó a CF en 1995. En un primer momento, reclutó a varias personas que, como él, tenían una licenciatura en psicoterapia o psicología. Pero no se trataba de psiquiatras simpatizantes de Osho, sino de gente de Osho con una licenciatura europea (Liebermann había conocido a Rajneesh en vida, en 1981). Es ilustrativo el caso de quien es la principal figura que trabaja en España: es una balcánica de nombre Nadia Sasumic Kalebic, pero se hace llamar Vedanta Suravi; no es sólo la adopción de un nombre indio, sino que la traducción del mismo, «sol de los vedas» -las escrituras sagradas del hinduismo-, ya habla  por sí sola. Y, si la primera generación de expertos tenían una licenciatura civil reconocida, la siguiente, que está apareciendo ahora, no parece tan exigente al respecto: les basta con «graduarse» en la Fundación Osho. 

      Bert Hellinger cumple en 2009 ochenta y cuatro años. Sigue figurando como el impulsor y cabeza de CF, pero previsiblemente no podrá seguir al frente por mucho tiempo. Conforme declina, sus acólitos empiezan a desvelar sus intenciones. Así, en su propaganda ya empiezan a aparecer sellos con la inscripción «Osho Family Constellations», y Liebermann ya no se recata de decir que contemplan CF como un primer paso, preámbulo de la meditación. CF está así dando sus últimos pasos para integrarse en la organización de Osho, y convertirse en un elemento de captación de clientela para la misma. Por supuesto, seguirá apareciendo Bert He
llinger -con fotos antiguas-, pero como figura decorativa que da un tinte de seriedad, y nada más.  

      Si, a la vista de la realidad, se pregunta si CF es una secta, la mejor respuesta es que, más que una secta, se trata de una institución que en origen es un método terapéutico especializado, y actualmente está en proceso avanzado de convertirse en una sucursal de una secta hindú. Ahora bien, esta distinción no significa que haya necesariamente que cargar los males en el lado de la secta, y dar por buena cualquier psicología. De hecho, puede ser tan dañina para la persona un método psicológico o psicoterapéutico como lo pueda ser una secta. Y no siempre son realidades inconexas. Puede penetrar la doctrina de un grupo sectario en un método psicológico como aquí, pero también puede influir una psicología desenfocada en adhesiones a sectas. Un caso bastante claro al respecto es el del propio Bert Hellinger. Lo que los anglicanos aplicaron en él fue un método psicológico fenomenológico no muy distinto de la Terapia Gestalt. El resultado fue un vacío interior que dejó el camino libre para que al final se adhiriera a las doctrinas de un personaje que había dado muestras más que sobradas de carecer de equilibrio psíquico. Y en cuanto a la segunda corriente mencionada, el Análisis Transaccional, tenemos asimismo un buen ejemplo de lo que puede dar de sí la supresión de toda autolimitación con origen en los padres -o sea, cualquier educación-, con la figura de un hombre que se crió lejos de sus padres con unos abuelos permisivos que no le ponían traba alguna, y creó así su propio «guión vital»: Chandra Mohan Jain, también conocido como Rajneesh, también conocido como Osho.  

      En el caso concreto de CF, el objetivo en principio es más limitado: recomponer armonías familiares. Básicamente consiste en una especie de juego de rol en donde los participantes asumen un papel familiar unos respecto a otros (que no suelen tener). Con el diálogo afloran los problemas -sucesos traumáticos, enemistades, carencias o lo que sea-, lo cual hace que, con el clima adecuado, se vayan situando las personas subjetivamente en un entorno familiar saneado, con la consiguiente adquisición o recuperación de la felicidad perdida. En la explicación del hecho es donde hay que situar las divergencias o, según se mire, el punto de contacto entre la psicología y la religión oriental. Para unos es una técnica que permite actuar al inconsciente colectivo; para otros, es el espíritu o energía familiar la que actúa; una tercera posición, ecléctica, identifica los dos agentes. A la hora de la verdad, tampoco importa mucho, pues, aparte de que el resultado sea el mismo, ninguna tiene fundamento. Los dos posibles elementos requieren una especie de mente, espíritu o entidad colectiva que no se sabe de dónde puede salir ni cómo puede operar. La psiquiatría actual hace tiempo que ha desechado la noción de inconsciente colectivo, creada por el discípulo de Freud Karl Jung. En cuanto a una especie de alma colectiva, la evidencia misma de la individualidad de la persona la rechaza, por mucho que se quiera hacer derivar de misteriosas percepciones del espíritu cósmico.  

      En contra de esto, se podrán alegar todo tipo de testimonios de que el sistema ha funcionado. Y, en cierto modo, puede que en algún caso haya dado resultados positivos. La causa es que en psicoterapia, a diferencia de otras ramas de la medicina, el placebo en ocasiones tiene efectos curativos. El mismo Freud constató algún resultado positivo al aplicar su psicoanálisis. Lógicamente, lo atribuyó a su método terapéutico. Ahora se sabe que el verdadero motivo es otro, por lo demás muy acorde con el sentido común. El simple hecho de buscar ayuda y de contar todo lo que uno lleva dentro contribuye a la salud mental en más de un caso. Más que probablemente la aplicación específica del psicoanálisis de Freud fue un estorbo -y serio- a su propia pretensión. El motivo, en última instancia, es que el método no procede de una mecánica, sino de una antropología, de una visión de hombre. Y la de Freud era desastrosa: un animal movido en última instancia por las tendencias sexuales, al servicio de las cuales está incluso la personalidad (si podemos traducir así el ego freudiano). Seguir por ese camino significa polarizar la vida en el sexo, con lo que se ponen en bandeja los trastornos obsesivos y se abre la puerta a otros no menos destructivos de la personalidad.  

      Hellinger, al parecer, vivió una época de aprendizaje profesional que le sumergió en un mundo empírico de sistemas. Cuando delimitó el suyo, surgieron las preguntas sobre las causas de todo. Necesitaba una antropología, y no parecía muy dispuesto a retomar la que en su día había abandonado. Ahí encontró a Osho. Unas cuantas de las cosas que sostenía (algunas aprendidas a su vez de fuentes occidentales) encajaban bien con el mundillo de raíz psicoanalítica en el que hasta entonces se desenvolvía: papel del inconsciente, superación de experiencias traumáticas represivas, aceptación del yo, el entorno social -y particularmente familiar- en la configuración de la personalidad. Con otros elementos, también es cierto, como el clásico tema hindú de disolver el yo en el espíritu cósmico, no había esa sintonía. En realidad, había alguna cosa poco compatible con la terapia sistémica, como -además de lo anterior y en contradicción con ello- esa especie de individualismo extraño como meta que propugnaba llegar a un estado en el que uno esté por encima de toda institución, incluida la familiar. Pero el caso es que adoptó sus ideas, y éstas han acabado por disolver poco a poco su sistema, y en cierto modo a él mismo.  

      Con todos estos elementos, se puede tener una cierta idea del efecto que pueden tener las sesiones de CF. En primer lugar, hay que ver la naturaleza del problema. No es lo mismo acudir con un problema más bien superficial que con uno de más calado. Si se trata, pongamos por caso, de que a uno le desquicia su suegra, puede que dé cierto resultado; pero si lo da, es porque enfrentarse con esa situación y tratar de comprender a la otra parte -representada en alguien- ayuda a resolver ese tipo de situaciones, no porque actúe una vaga energía cósmica familiar. Si quien acude está afectado por un trastorno -que siempre trastorna asimismo la vida familiar-, puede deducirse fácilmente que, en el mejor de los casos, saldrá igual de mal que ha llegado: es impensable que un «tratamiento» de este estilo remedie un trastorno bipolar o una esquizofrenia paranoide. Si son problemas derivados de conductas inmorales -bien por ser su autor, bien por ser su víctima-, las doctrinas de Osho resultarán contraproducentes. El infantilismo -eso sí, de persona inteligente- que mostró en su vida se trasladó a su enseñanza, de forma que el cliente encontrará una invitación a trivializar la cuestión de un modo u otro. Y las heridas que causa la inmoralidad no se cierran suprimiendo la moral, por mucho que se disfrace de método terapéutico revolucionario. Tampoco se cierran mostrando una nueva perspectiva de armonía cósmica en la que el mal ocupa un lugar, de forma que forme parte de una nueva experiencia liberadora. Y ese es el tipo de cosas que se deben esperar de gente que se ha formado en la Osho International Foundation.  

Hoy en día el mercado de terapias de grupo está muy surtido de todo tipo de montajes. Los hay para desengancharse de vicios -alcohol, drogas, etc.-, para superar defectos de carácter, para rehabilitarse, para arreglar problemas matrimoniales y familiares. Los hay llevados por aficionados, y por profesionales -y en cualquier estado intermedio entre los dos-. Los hay de espíritu cristiano, de inspiración en un naturalismo tipo New Age, de aplicación de todo tipo de teorías psicológicas. También los hay de sectas, o, como en este caso, aprovechados por uno de estos grupos. Algunos ayudan de verdad, otros según
a quién, en muchos casos venden humo, algunos son claramente prejudiciales -aparte del perjuicio que supone el alejar de lo verdaderamente eficaz-. Algunos tienen un fundamento único, otros mezclan cosas de diversa procedencia, como sucede aquí. Es indudable que, ante tanto reclamo, es necesario informarse bien, no ya para apuntarse, sino también para poder hacerse una idea y valorar bien. Lo más decisivo es la antropología que subyace en cada método propuesto. En ese sentido, poco importa, por ejemplo, que el «maestro» inspirador de la técnica sea Freud o sea Rajneesh. Pero, si se observa la etiqueta de una secta en la propaganda de cualquier actividad de este tipo, o si remite de un modo u otro a uno de esos grupos religiosos, lo que hay que hacer, y eso es mucho más fácil, es ir directamente a la información disponible sobre la secta. El resto es pura imagen de marketing.  

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ZENIT Staff

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