CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- La propuesta de una clínica de fertilidad de Los Ángeles (Estados Unidos) de ofrecer a los futuros padres la posibilidad de elegir el sexo de su bebé o algunos de sus rasgos físicos, como el color del pelo o de los ojos, constituye un grave atentado ético, advierte el obispo Elio Sgreccia.
El presidente emérito de la Academia Pontificia para la Vida ha comentado a los micrófonos de «Radio Vaticano» el nuevo negocio propuesto por el centro médico Institutos de Fertilidad, que como ha asegurado ya cuenta con «media docena» de peticiones, según el diario norteamericano «The Wall Street Journal».
Para obtener el niño a la carta, la clínica se basaría en el denominado Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP), consistente en la selección de embriones. Hasta ahora se había aplicado para seleccionar embriones que, según este método, no tenían enfermedades hereditarias. Los demás embriones se eliminaban. Ahora esta técnica se aplica también a los gustos estéticos.
«Nos es la primera vez que se dan este tipo de anuncios y que tienen el objetivo de multiplicar a los clientes. En todo caso, se trata de una operación éticamente equivocada y que daña la dignidad de la descendencia, pues está orientada a manipular el cuerpo, a dominarlo y a transformarlo según los propios gustos», afirma.
«Así como es ilícito que un niño, que presenta o que podría presentar defectos, sea eliminado por selección negativa, también es ilícito que se haga una selección que obedezca únicamente a los deseos de los padres».
«Es un ejemplo típico de una ciencia que no se pone al servicio del bien, sino de los deseos de quienes compran sus servicios, mientras que quienes pagan el precio en este caso son los niños. Cuando se viola una regla de la creación tan delicada la ley debería interesarse por este campo».
«Es posible constatar cómo el instinto de manipulación, que en los tiempos del nazismo era realizable hasta un cierto punto, pues no se conocía todo lo que hoy se conoce, ha permanecido más allá de la abolición de los regímenes absolutos», advierte el obispo.
«Podía parece que fuera una tendencia propia de la sed de dominio que el absolutismo político siempre ha querido ejercer sobre la vida de las personas. Por desgracia, este tipo de instinto de dominación se da en los hombres, si no es frenado por la moral y la ley, y sobrevive incluso a los regímenes que ya no son absolutos».
Ahora estos intereses ya no obedecen a un régimen que «quiere resultados de carácter bio-político, sino a los intereses de quienes tienen dinero y caprichos para jugar con la vida de los demás», concluye monseñor Sgreccia.