Queridos amigos, al final del Evangelio de hoy, el Señor observa cómo, en realidad seguimos viviendo a la manera de los paganos; cómo invitamos, por reciprocidad, sólo a quien nos devolverá la invitación; cómo donamos sólo al que nos lo restiruirá. Pero el estilo de Dios es distinto: lo experiementamos en la Santa Eucaristía. Él nos invita a su mesa a nosotros, que ante el somos cojos, ciegos y sordos; él nos invita a nosotros, que no tenemos nada que darle. Durante este acontecimiento de la Eucaristía, dejémonos tocar sobre todo por la gratitud por el hecho de que Dios existe, de que Dios es tal como es, de que Él es tal como Jesucristo, de que Él – a pesar de que no tenemos nada que darle y de que estamos llenos de culpas – nos invita a su mesa y quiere estar a la mesa con nosotros. Pero queramos también ser tocados al sentir la culpa de habernos alejado tan poco del estilo pagano, de vivir tan poco la novedad, el estilo de Dios. Y por esto comenzamos la Santa Misa pidiendo perdón: un perdón que nos cambie, que nos haga ser verdaderamente similiares a Dios, a su imagen y semejanza.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez
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