ROMA, jueves 19 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- “¿Haz venido de tan lejos has venido para hacerte cura?”, fue la pregunta que un miliciano le hizo a Jesús Anibal Gómez Gómez antes de asesinarlo. “Si señor y a mucha honra”, respondió “Pues si eres cura, bajas con todos”, ordenó el miliciano.
Jesús Aníbal, junto con otros 14 compañeros fueron asesinados en la estación ferroviaria Fernancaballero, un pequeño pueblo de la provincia manchega de Ciudad Real, en España. Ellos serán beatificados próximamente.
Aún se desconoce la fecha. El decreto en el que se comprueba el martirio de estos seminaristas fue aprobado por el papa Benedicto XVI el pasado 1 de julio.
“Hemos querido resaltar la figura de Jesús Aníbal porque el único mártir sudamericano dentro de los 270 religiosos de nuestra comunidad que murieron en la persecución religiosa española de 1936”, dijo en diálogo con ZENIT, el postulador para la canonización de estos mártires, el padre Vicente Pecharromán.
El futuro beato vivió un año en España donde esperaba concluir sus estudios de teología para ser ordenado sacerdote de la congregación de los misioneros hijos del Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María (Misioneros claretianos).
Camino al sacerdocio
Jesús Aníbal fue el menor de 14 hijos. Nació en 1914, en una casa campestre ubicada en Tarso, una pequeña población que hoy cuenta con 7.000 habitantes y está incrustada en la cordillera occidental colombiana. En el parque principal de esta localidad fue levantada estatua en su honor en 1962.
Tenía sólo 11 años cuando ingresó al seminario menor. “Se le amaba por su inocencia, su alegría, por ser el pequeño de casa”, señaló su biógrafo Carlos E. Mesa CMF en el libro Jesús Anibal, testigo de sangre. Editorial y librería conulsa, Madrid.
Sensibilidad y una fuerte vida interior, así como cariño a su familia y añoranza por la tierra natal son las cualidades que más destacaban quienes lo conocían. Estudió en Bogotá hasta 1931 cuando se trasladó a Zipaquirá, una población ubicada a 48 kilómetros de la capital colombiana, donde los claretianos contaban con una casa filial.
En 1935 Jesús Aníbal recibió una noticia que cambiaría su vida y que recibió con mucha alegría: debería trasladarse a España para prepararse para la ordenación sacerdotal. Al llegar allí comenzó a estudiar asiduamente los libros de del siglo de oro español, de Santa Teresa de Jesús, Luis de León, Luis de Granada.
“Si quieren saber algo de mí hagan una visita a Jesús sacramentado y allí me encontrarán”, escribió a sus padres en una de sus cartas.
Entre sus estudios y oraciones, Jesús Aníbal escribía en su cuaderno algunas resoluciones concretas para su combate espiritual: “considerar mi meditación como la base de la vida interior de unión con Jesús, hoy al meditar las dos banderas, me he de poner en las manos de Jesús para salud y enfermedad. Que Él disponga según su santa voluntad, tomaré la comunión como punto capital de mi vida”, dicen sus manuscritos que aún se conservan.
El joven seminarista llegó primero a Segovia donde permaneció poco tiempo debido a que el clima no le ayudaba para la sinusitis crónica que sufría. Por ello se mudó al sur de España: “Yo pienso siempre con mucho consuelo que Nuestro Señor tiene muy amorosos y especiales designios sobre mí”, escribió Jesús Aníbal.
Así viajó a Zafra en Extremadura, casi en límites con Portugal. A finales de abril de 1936 comenzó a crecer la atmósfera de violencia en el sur de España por lo que los seminaristas y teólogos claretianos fueron trasladados a Ciudad Real.
“La nueva Comunidad, formada de improviso, la componían: 8 Sacerdotes, 30 Estudiantes y 9 Hermanos Misioneros. De todos ellos, serán 27 los que culminarán su vida con el martirio”, dijo su postulador.
El padre Pecharromán cuenta cómo los seminaristas “reemprendieron con seriedad notable los estudios, sin dispensarse ninguna obligación de la vida religiosa. Encerrados en aquel caserón enclavado dentro de la ciudad, no salieron nunca de casa en los cerca de tres meses que allí estuvieron, a causa del ambiente prerrevolucionario que se respiraba”.
“No tenemos huerta, y para el baño nos las arreglamos de cualquier modo… “, escribía Jesús Anibal a sus padres. “De paseo no hemos salido ni una sola vez desde que llegamos: de hecho guardamos clausura estrictamente papal; así nos lo exigen las circunstancias”.
El superior logró que a los religiosos les otorgaran unos salvoconductos para ir a Madrid y así emprendieron el viaje a la capital: “Poco tiempo tardaron en recoger sus pobres maletillas que no contenían ni siquiera lo indispensable (…) Se despidieron de los que quedaban. ¡Que tengáis feliz viaje!”, dijo el padre Pecharroman.
Pero los milicianos no respetaron el salvoconducto y llegaron a la Estación de Fernancaballero. “Ordenaron a los frailes que bajasen, que habían llegado a su sitio. Unos bajaron voluntariamente diciendo: Sea lo que Dios quieras, moriremos por Cristo y por España. Otros se resistían, pero con las culatas de los fusiles les obligaron a bajar”, dijo uno de los testigos del asesinato.
“Los milicianos se pusieron junto al tren y los frailes frente a ellos de cara. Algunos de los frailes extendieron los brazos, gritando ¡Viva Cristo Rey y Viva España! Otros se tapaban la cara”, asegura el testigo.
Pero ni siquiera el pasaporte colombiano, ni la protección que le había ofrecido el consulado de este país en Segovia salvaron la vida de Jesús Anibal quien también murió asesinado, sólo por el hecho de ser seminarista.
Jesús Aníbal Gómez Gómez pasará así a ser el décimo beato colombiano. Actualmente han llegado a los altares siete mártires de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, asesinados también en España. Igualmente Colombia cuenta con los beatos P. Mariano de Jesús Euse Hoyos, y la madre Laura Montoya Upegui.
Por Carmen Elena Villa