ROMA, domingo 29 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- La beatificación de la madre Bárbara Maix en Porto Alegre (Brasil), será “un reconocimiento de las cosas buenas que hizo y también una renovación de sus valores”. Así lo dijo su postuladora la hermana Gentila Richetti en diálogo con ZENIT.

La madre Bárbara falleció en Catumbi, Río de Janeiro en 1873. Será beatificada el próximo 6 de noviembre en una celebración presidida por monseñor Angelo Amato, prefecto para la Congregación  de la Causa de los Santos en representación del  Papa Benedicto XVI.

Valentía y buen espíritu

Las condiciones precarias de salud y las dificultades económicas formaban parte de sus cruces diarias de Bárbara, nacida en Viena en 1818. Sufría de asma y también de problemas cardíacos.

Durante su adolescencia trabajaba como auxiliar de cocina y como camarera en el palacio de Schönbrunn, en la hoy capital austríaca. Tenía sólo 15 años cuando la futura beata quedó huérfana. A los 18, tanto ella como su hermana María tuvieron que dejar la casa donde vivían. Se vieron en la tarea de abrir una pensión destinada a acoger jóvenes y a trabajar por los más necesitados.

“En Bárbara Maix sobresale el don de la fortaleza superior a su fragilidad física”, aseguró la hermana  Richetti.  “Permaneció firme en la fe y constante en las tribulaciones. Su esperanza era inquebrantable. Amó hasta el extremo, dejando como herencia el perdón y el amor a la verdad”.

Nueva comunidad

Bárbara tuvo la iniciativa de escribir una regla de vida en la que buscaba la promoción de la dignidad de la mujer. Era el nacimiento de una nueva congregación. Esta joven viajó a Roma para tener una audiencia con el papa Gregorio XVI, pero el pontífice falleció exactamente el día anterior a la reunión.

Tanto ella como sus 21 compañeras fueron expulsadas de Austria debido a la revolución josefinista y a los ecos de la Revolución Francesa que llegaron a este país. Querían establecerse en Norte América. En Hamburgo, mientras esperaba el barco, decidió que el destino debería ser Brasil. Allí nació la comunidad de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María en 1849.

“Búsqueda continua de la voluntad de Dios, caracterizada por el seguimiento radical a Jesucristo, que vino para cumplir la voluntad del Padre”, dicen las constituciones de la entonces naciente congregación. “Supone una actitud de total y permanente disponibilidad a los llamados de la Iglesia en cada momento histórico”, señala este documento.

Hoy las hermanas de la congregación fundada por la futura beata, tienen el carisma de la educación, la promoción de la mujer, las obras sociales en diferentes ciudades brasileñas, la salud, el refugio para niñas desamparadas y la lucha contra el tráfico de seres humanos.

También gestionan dos casas de retiro en Brasil. Están presentes en  Bolivia, Venezuela, Argentina, Paraguay, Mozambique, Haití e Italia.

“Imagínese usted el sentimiento al tomar por primera vez en la mano los manuscritos de una sierva de Dios”, confesó la hermana Gentila, refiriéndose a su trabajo como postuladora para esta causa.

“Fui conociendo detalladamente sus datos biográficos: su vida en Viena, en Río, en Puerto Alegre. Poco a poco me parecía estar tocando el inicio de esta congregación y formar parte de aquel primer grupo: de sus viajes, trabajos, alegrías y sufrimientos”, aseguró la religiosa.

Por ello, para estas hermanas de esta comunidad, la beatificación de su fundadora representa un momento de renovación en el que pueden seguir de cerca sus enseñanzas: “Nuestra misión es grande. Por eso tenemos necesidad de grandes virtudes, de un corazón grande, magnánimo, una fe grande, esperanza y amor. Todas las virtudes en su grado más alto”, decía la madre Bárbara en uno de sus escritos.

Por Carmen Elena Villa