La verdad de la Navidad

Por el arzobispo castrense de España

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MADRID, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores una carta pastoral del arzobispo castrense de España Juan del Río Martín, quien aborda en este artículo la Navidad como hecho histórico y también como tiempo de ilusión: “el sueño más hermoso que año tras año vive la humanidad”.

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+ Juan del Río Martín

El sueño es: bruma del descanso, espacio libre para la mente, tiempo que restaura las fuerzas desgastadas, signo que anuncia el sepulcro. La noche de los sueños es historia de salvación. Sucedió que el acontecimiento de Belén comienza cuando el hombre justo llamado José dormía y el ángel del Señor le dijo “no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo… se despertó del sueño e hizo lo que el ángel le había mandado” (Mt 1, 21.24). Los pastores pasaban la noche velando sus rebaños (Lc 2, 8). Los Magos fueron advertidos en sueño de que no volvieran donde estaba Herodes (Mt 2, 12). La huida y el regreso de Egipto de la Familia de Nazaret fue anunciada en sueños (Mt 2, 13.19). La nocturnidad y los sueños son figuras de la fragilidad de la naturaleza humana y lenguaje para aproximarnos lo sagrado y lo inabarcable del Misterio: Dios humanado. La Palabra hecha carne. La Luz que ilumina las tinieblas. El cristianismo está basado en un hecho histórico (Lc 2, 1-7) que sobre pasa toda mente, no es producto de la invención humana, de la fantasía o de la mitología. Es un realismo nuevo, inusitado, insólito ¿Quién es el sabio que podrá descifrar los secretos del amor divino manifestado en Cristo Jesús? Únicamente pueden acceder a ellos los “mansos de corazón” (Mt 5, 8). Por eso, la verdad de la Navidad la podemos encontrar en los sencillos, en los que no cuentan ante los ojos del mundo, en los que piensan y obran en humildad. Sin embargo, José, los Magos, los pastores fueron asistido en sus sueños, en sus temores, mediante signos eficaces de la ayuda divina: “la voz del ángel”, la luz de una “estrella”, la envoltura de la “gloria divina”.

También nosotros somos ayudados por la gracia de la fe y los sacramentos de la Iglesia para encontrar como los pastores y los Magos a “María, a José y al niño acostado en un pesebre” (Lc 2, 16), y descubrir la seducción salvadora del Misterio del Emmanuel-“Dios con nosotros”- Así, con la sola fuerza de nuestra razón lo único que encontramos en el portal es una injusticia social “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7). El historiador tropezará con las peripecias de un matrimonio por salvar a su hijo “porque Herodes buscaba al niño para matarlo” (Mt 2, 13).

Igualmente otras ramas del saber irán haciendo sus lecturas parciales. Pero únicamente, la mirada de fe nos dará la clave de lo sucedido hace veinte siglos en Belén donde: “apareció la benignidad y el amor a los hombres de Dios nuestro Salvador” (Tit 2, 11). El realismo del Misterio del Dios que se hace hombre para salvarnos, posee tal fascinación, que el pueblo cristiano ha creado una cultura navideña, con sus expresiones en la gastronomía, en la música de los villancicos, en la pintura y escultura de los nacimientos. Esto no hay que verlo como una vulgarización del Misterio, sino todo lo contrario, nos habla de cómo la encarnación de la fe cristiana crea cultura y engendra valores que ennoblecen a los pueblos y a sus gentes, potenciando una memoria colectiva de paz, amor y familia. Es necesario sacudirnos de la frivolidad de la cultura dominante que quiere vaciar de contenido cristiano estas Fiestas. Ellas son el sueño más hermoso que año tras año vive la humanidad. Cada Nochebuena es distinta, completamente nueva, llena de sorpresas salvadora, porque el Misterio que celebramos en inabarcable y a la vez tan cercano e innegable como que nos ha nacido un Redentor que lleva por nombre: “Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”; y su reino no tendrá fin (cf. Is 9, 2.6; Lc 1, 33) ¡Sólo el Señor Jesús es nuestra Navidad! ¡Felicidades a toda la gran familia castrense, especialmente para aquellos militares que por servir a España se encontrarán lejos de sus hogares!

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ZENIT Staff

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