ROMA, viernes 17 febrero 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 7º domingo del Tiempo ordinario.
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Pedro Mendoza LC
«¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él ‘Amén’ a la gloria de Dios. Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió». 2Cor 1,18-22
Comentario
En este pasaje san Pablo nos permite descubrir un rasgo de su personalidad, su veracidad y coherencia de vida, a ejemplo de la de Cristo, su Maestro. Así lo refleja la respuesta que ofrece a las críticas de algunos miembros de la comunidad de Corinto sobre su modo de proceder con relación a una visita prometida y no realizada. Con base en ello, algunos le echaban en cara que trazaba sus planes con ligereza y de un modo carnal (es decir, puramente humano y buscándose a sí mismo). Según ellos, el Apóstol diría sí y no con caprichosa veleidad.
Pero, ¿acaso no era posible que existiera una causa razonable por la cual el Apóstol modificó sus planes? Lo normal sería que quienes le criticaban, antes de expresar cualquier reproche, pensaran en esto. San Pablo muy bien podría haber considerado de injustas y malintencionadas tales críticas y dejarlas sin respuesta. Pero, si él se muestra muy sensible a este reproche, es porque ve en ello una buena oportunidad para aleccionar a esa comunidad. Y acomete con toda seriedad el tema de la obligación que tienen de ser veraces, tanto el predicador del Evangelio como todo cristiano.
San Pablo no niega haber modificado sus planes y sus promesas; lo que niega con toda decisión es haber actuado con ligereza. Y pone a Dios por testigo. Dios es fiel. Por esta fidelidad divina, y por ser fiel a ella, se afana y se fatiga el Apóstol, como siervo de Dios. Con base en ello san Pablo puede afirmar que en él no hay un sí y un no al mismo tiempo; que él es un hombre de una sola palabra: «¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no».
Pero, ¿dónde radica últimamente el motivo de esta veracidad que debe caracterizar la vida de todo cristiano? Esto es lo que el Apóstol expresa a continuación: reside en la veracidad de Dios, manifestada en Cristo: «Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, […], no fue ‘sí y no’, sino que en él se realizó el ‘sí’». Por lo tanto, los apóstoles, en cuanto continuadores de este «sí» de Cristo mediante su predicación, deben buscar que su palabra personal y su vida sean acordes con el Evangelio que predican. Y, lo mismo que la vida del Apóstol, también la vida de los cristianos está sometida al ejemplo obligatorio de Cristo Señor. La vida del seguidor de Cristo debe ser imitación de Cristo. Y esto vige desde el momento en que Jesús ha llamado a sus discípulos para que vayan «en pos de Él» (Mc 1,20).
En la última parte de este pasaje, san Pablo profundiza un poco más en lo que significa el ejemplo del sí que Cristo dio, gracias al cual alcanzan su cumplimiento todas las promesas de Dios. Es indudable que el Apóstol piensa, ante todo, en las promesas de salvación que Dios ha dado al pueblo de Israel, su pueblo elegido desde el principio. Las promesas de Dios afirman que él traerá, sobre su pueblo, y sobre todos los pueblos, su salvación y su magnífico reino; que suscitará en Israel el gran Maestro y Salvador, el Mesías; que Israel conseguirá aquello por lo que se ha fatigado a lo largo de muchas generaciones, cuando se esforzaba por cumplir la ley: la liberación de los pecados y la justificación ante Dios. Así, pues, las grandes promesas salvíficas de Dios han llegado a su plenitud en Cristo.
Ante este ejemplo de Cristo, el Apóstol, y con él la comunidad eclesial, responde con un sonoro «amén» de aquiescencia, que significa: «Sí, así es». En su amén expresa la Iglesia su respuesta creyente y su convencimiento de que las palabras de Dios son verdaderas y se cumplen siempre. Es un sí al sí de Dios. Por este motivo el Apóstol, haciendo suyo el gran sí de Dios, de ningún modo simultanea el «sí» y el «no». Y esta obligación se aplica a todos los que están en la Iglesia.
Concluyendo, el fundamento más profundo del «sí» de la Iglesia es el Dios único y verdadero, en quien todos, tanto el Apóstol como los corintios, están y viven.
Aplicación
Hacer que nuestro sí de vida sea un «amén» a la gloria de Dios.
En este domingo 7º del Tiempo ordinario, último antes de iniciar el período de la Cuaresma, la liturgia nos interpela a la coherencia de vida en el seguimiento de Cristo. En este sentido, un faro de luz irradia del ejemplo de san Pablo, recogido en la segunda lectura: «¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no». Del mismo modo, el pasaje del profeta Isaías, comunicando las palabras del Señor, refiere esa coherencia o fidelidad que caracteriza el actuar de Dios quien, en cumplimiento de sus designios salvíficos, promete mirando al pasado hacerlo nuevo. Y en el Evangelio, Jesús se presenta como aquél en quien las promesas de Dios se han cumplido, otorgando la curación a un ciego y la liberación de sus pecados.
En la lectura del Antiguo Testamento de este domingo (Is 43,18-19.21-22.24b-25) el profeta Isaías nos comunica las promesas maravillosas que Dios nos hace: «¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo». Revela a continuación su inmensa generosidad para con su pueblo, que lo lleva a actuar de modo clemente y misericordioso con él perdonando sus pecados, a pesar de su indocilidad. A este Dios que es «fiel y misericordioso» acerquémonos con actitud de alabanza, de gratitud y de total docilidad, para que pueda realizar sus prodigios y llevar a cumplimiento su plan de salvación en nuestras vidas.
Resulta conmovedor y sumamente aleccionador para nuestra vida el ejemplo de Cristo que acoge con tanta delicadeza y amor al paralítico que le viene presentado (Mc 2,1-12). Ante la fe de este hombre sufriente exclama: «‘Hijo, tus pecados te son perdonados’». De este modo la promesa de Dios, por boca de Isaías: «Yo cancelo tus pecados» (Is 43,25) viene asumida y llevaba a cumplimiento en este acto misericordioso de Cristo para con el paralítico. Resplandece, por tanto, la coherencia y la fidelidad de Dios, que actúa de una manera tan generosa y misericordiosa para con cada uno de nosotros sus hijos. Admiremos esta fidelidad de Dios y sintámonos atraídos a acudir con fe y confianza a Él, fuente de aguas vivas, de donde fluye ese torrente de su misericordia y amor para con nosotros. Y saciemos nuestra sed de Él.
Como hemos comentado acerca de la lectura del Apóstol a los corintios (2Cor 1,18-22), el testimonio de san Pablo es sumamente elocuente para nosotros con relación a la virtud de la coherencia que debe caracterizar nuestras vidas. El Apóstol afirma que su palabra hacia los corintios no ha sido un «sí» y un «no», sino solamente un «sí», como la palabra que Cristo pronunció con su vida entera. Nuestro actuar, por tanto, debe seguir esos ejemplos de fidelidad, ante todo de Dios que nunca falla, y también de quienes Él coloca al frente de nosotros, como enviados y mensajeros suyos. Pronunciemos siempre un «sí» conduciendo una vida auténtica, en donde no caben las dobleces o mediocridades en la entrega. Vivamos de tal modo orientados con decisión y firmeza en el cumplimiento de nuestros compromisos de vida cristiana, que logremos hacer que nuestro sí de vida sea un «amén» a la gloria de Dios.