ROMA, viernes 10 febrero 2012 (ZENIT.org).- La Iglesia siempre ha dado alivio a los enfermos. Lo hizo Jesús sobre la tierra y lo continuaron los apóstoles. ¡Cuánto conmueven aquellos relatos del Nuevo Testamento en que ciegos y leprosos les pedían a gritos una curación! Y ellos, primero el Maestro y después los discípulos --deteniendo el paso apresurado, aún con riesgo de sus vidas--, se acercaban para hacerlos ver, escuchar o caminar. Luego estos seres olvidados volvían a gritar, pero ya con el fin de testimoniar lo que Dios había hecho cuando pasó cerca a ellos...

Otros ejemplos son las órdenes y congregaciones religiosas nacidas para esta obra de misericordia; testigos mudos son las pinturas de muchos hospitales en el mundo, donde se ve a los fundadores --siglos atrás--, cargando consigo a enfermos y menesterosos de las principales calles de la ciudad para curarlos sin cobrarles nada.

También lo hacen hoy muchos movimientos apostólicos que a través del voluntariado o por la oración de intercesión, ayudan a curar aquellas “heridas del cuerpo y del espíritu”, de las que habla el Papa Benedicto XVI en su mensaje por la Jornada Mundial del Enfermo 2012, a celebrarse mañana 11 de febrero.

Son muchos los aspectos dentro del mundo de la salud, pero conviene poner más atención a las denominadas ‘enfermedades emergentes’, que son hijas de su tiempo. Por ejemplo emergen con fuerza la depresión infantil, el tabaquismo o el alcoholismo, con nefastas consecuencias y mucho dolor familiar. Por otro lado, asociados a los nuevos hábitos de vida --muchas veces causados por la ansiedad--, nos encontramos con la anorexia, la obesidad mórbida o la ludopatía, entre otros males degenerativos.

Una pregunta que surge del mensaje papal es: ¿debemos atender solo al que sufre en el cuerpo o también al que padece las enfermedades espirituales de hoy? El Papa nos recuerda en su mensaje que en el momento del sufrimiento, “surge en la persona la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación”, lo que son claros síntomas de ciertos males descritos anteriormente pero que, acompañados a tiempo por la Iglesia, pueden “transformarse en tiempo de gracia para recapacitar”.

Volviendo a la reflexión inicial, la Iglesia tendrá siempre la misión de aliviar el sufrimiento del enfermo, porque como recuerda el Santo Padre en referencia al pasaje del leproso agradecido, éste, “al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento”. Para conseguir este cometido, los creyentes han recibido de Jesús los llamados «sacramentos de curación», que según la enseñanza del Papa para este año, son mejor comprendidos desde el “binomio entre salud física y renovación del alma lacerada”.

Estos sacramentos: la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos, deben ser ofrecidos y proporcionados continuamente “por toda la comunidad eclesial y la comunidad parroquial en particular, (y) han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto”, reflexiona el Mensaje.

En la meditación del Ángelus del 5 de febrero último, el Papa dijo claramente que“la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los demás y ¡prestar atención a los demás!”

Por lo tanto, sería oportuno que la nueva evangelización incorporase una estrategia válida de visitas permanentes a los enfermos y ancianos, a fin de hacerles sentir la cercanía y la sanación de Cristo, así como a sus familiares y a quienes los cuidan en medio de la soledad. A este respecto, ha sido un escándalo ver una reciente denuncia periodística sobre una casa de ancianos en Italia, en la que estos eran golpeados e insultados por quienes los asistían.

Conviene poner más atención a las ‘enfermedades emergentes’, en las que el hombre mismo, como producto de sus excesos o desencantado ante un paraíso consumístico no satisfecho, se autoinflige heridas que laceran su cuerpo, su alma y las de los demás. Es una singularísimaoportunidad de decirles: «¡Levántate y anda!».

Por José Antonio Varela Vidal