CIUDAD DEL VATICANO, viernes 30 marzo 2012 (ZENIT.org).- Es necesario expresar mayor «sensibilidad y una cercanía auténticamente solidaria a las personas con autismo y a su familias». Es el hilo conductor del llamamiento lanzado por el arzobispo Zygmunt Zimowski, presidente del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios, con motivo de la V Jornada Mundial sobre el Autismo que tiene lugar el próximo 2 de abril.
Una fecha que se hace tanto más importante si se consideran, por un lado la gravedad de los trastornos del espectro autista, tanto para la persona que lo sufre como para su familia y para quien le cuida, y por otro la urgente necesidad de profundizar los conocimientos al respecto y, al mismo tiempo, extender las posibilidades de diagnóstico y de tratamiento a las franjas de población y a los países económicamente más necesitados.
Las mismas estadísticas, a pesar del gran empeño de los expertos del sector tienen todavía lagunas a nivel internacional, aún considerando que el autismo esté presente tanto en los países industrializados como los que están en vías de desarrollo. En Europa, se estima de todos modos que en torno a sesenta niños sobre diez mil resultan afectados.
La Iglesia, en la comprensión de los sufrimientos y las dificultades que padecen los enfermos de autismo y sus familias, advierte urgente la necesidad de ofrecer cada vez mayor acogida y ponerse junto a estas personas y a sus familias, si no para romper estas barreras del silencio, al menos para compartir en la solidaridad y en la oración su camino de sufrimiento que, a veces, presenta también los rasgos de la frustración y la resignación, no siendo el último motivo el de los todavía escasos resultados terapéuticos.
Igualmente, la Iglesia sensibiliza e incentiva al mundo científico y a las políticas sanitarias a emprender e incrementar itinerarios diagnósticos, terapéuticos y de rehabilitación, que puedan hacer frente a una patología que afecta numéricamente a más personas de las que podrían imaginar hace pocos años. Animar y sostener estos esfuerzos –señala el Consejo Pontificio–, también en el gesto solidario del mundo escolar, del voluntariado y del asociacionismo, es un deber para descubrir y hacer emerger aquella dignidad que la minusvalía –incluso la más grave y devastadora- no cancela.