El último tramo: La Habana-Roma

Durante el vuelo el papa recibe y bendice a ZENIT

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Paloma Rives, enviada especial

ROMA, domingo 1 abril 2012 (ZENIT.org).- Salíamos del Hotel sede en La Habana. Lo primero que pensamos fue que esas 10 horas que duraría el traslado a Roma, serían horas de silencio. Ya quietecitos, tal vez durmiendo, se hubiera podido escuchar solo eso: el más completo silencio. A decir verdad, esa idea nos agradaba porque a nadie le van mal 10 horas o al menos 8 de descanso reparador.

Entregamos maletas en el hotel, recibimos el pase de abordar y continuamos subiendo imágenes a la página de Facebook de la agencia de noticias ZENIT.

Ya es hora de subirse al autobús. Mientras recorríamos las calles de La Habana, vimos algunos cubanos despidiéndose de Su Santidad. ¡Da gusto ver que algunos de ellos no pueden esconder su alegría! Los comentarios en el autobús son diversos y son pocos los que se quejan o dejan ver su inconformidad con algo relacionado con el viaje.

Habría que ver qué impresionante es el testimonio de la gran mayoría de periodistas que son admitidos en el vuelo papal. Con una entrega al 100%, ni un momento de descanso, concentrados en todo momento en hacer el mejor de los esfuerzos para entregar la nota que haga lo propio en los lectores, radioescuchas y/o espectadores. ¡Qué nivel! Además –-por supuesto–, de una actitud clara de trabajo en equipo y de cuidado en las formas de relacionarse con sus compañeros.

Por algo están ahí. CBS, Reuters, Rome Reports, Televisa, NBC y paramos la lista sin querer dejar de mencionar a alguno de ellos. Un aprendizaje pleno tanto como profesionales como ser humanos.

Al llegar al aeropuerto, comenzamos a notar que empieza a llover. Es probable que el vuelo se retrase un poco pero al fin y al cabo ya es el último tramo. Una vez dentro del avión, saludamos a nuestros también compañeros de vuelo, el staff de Alitalia que no deja de mostrar –-como lo mencionamos en la primer crónica–, un gusto muy agradable al recibirnos.

Como todavía no se encienden los motores, muchos comienzan a reportarse a casa. Hay incluso quienes prometen a sus hijos un pronto regreso, a la vez que piden paciencia y comprensión por la ausencia de tantos días. 

Nos acomodamos y, en la espera, todo se torna contrario a lo que habíamos imaginado. En vez de aquel silencio, son conversaciones llenas de camaradería, de buenos deseos y por supuesto de intercambio de experiencias. Se escuchan anécdotas increíbles, chistes relacionados con aquellos momentos de tensión, se escucha –-si se puede llamar así–, la amistad.

¿Cuánto tiempo estarás en Roma? ¿cuándo vas a mi país? Toma mi tarjeta para estar en contacto por email o skype. ¡Que dicha! No solo hay que agradecer la experiencia tan hermosa de acompañar a Su Santidad en un viaje pastoral, sino también agradecer los nuevos amigos que la dinámica de este trabajo nos regala. “A mi por poco me deja el autobús”, dice uno riendo, “yo ya me cansé de comer solamente sándwiches de la sala de prensa”, responde otra compañera. Así, entre risas y relatos tomamos un jugo que refresca la garganta y la conversación.

Nos ponemos de acuerdo para vernos en Roma y es cuando se inicia ya el despegue. ¡A ponerse cómodos! Suéter, mantitas para el frío, almohaditas para acomodar la cabeza empiezan a ser parte de los instrumentos de preparación para descansar las 10 horas que faltan. Nos encomendamos y empezamos a acurrucarnos en el asiento cuando, de forma completamente inesperada, se acerca Vick, nuestro coordinador ruso quien en su momento fue un activista a favor de la Unión Soviética, y en italiano nos dice que nos quitemos los gafetes de acreditación y compongamos nuestro atuendo.

¿Qué sucede? ¿Pasa algo? No, recién va a pasar… A mano derecha de nuestro asiento, una compañera nos dice que tal vez el papa vaya a pasar por los pasillos del avión. Viene entonces una mezcla de nerviosismo y de alerta para preparar las cámaras. De inmediato, en cuestión de segundos, nos piden que nos levantemos del asiento y dejemos la cámara. Sigo sin entender. Mi mirada seguro es muy extraña y de mucha confusión. Sobre todo al ver que solo estábamos de pie no más de 10 personas. Los demás habían recibido instrucciones de continuar en sus lugares.

Volteo a mi izquierda y veo que, en la fila de quienes estábamos de pie, se encontraba Pedro Ferriz de Con de Cadena Tres, Valentina Alasraki de Televisa, Arcelia Becerra del diario A.M… todos somos mexicanos. Avanzamos unos pasos y a mi derecha encuentro un rostro que al verme tan confundida me dice: “Seguro les va a recibir el Papa”.

No encuentro aún cómo explicar lo que sentí en ese momento. No puedo todavía cómo redactar lo que quisiera compartir en estas líneas. Sorpresa, emoción, nerviosismo, esperanza, amor. 

Escucho que Maria Eugenia, representante del diario Milenio dice sentirse avergonzada por no haberse esmerado en su arreglo como otros días. Susy contesta que no se preocupe, que todos estamos en las mismas condiciones por el cansancio y por haber sido el último día. Así es. Todos estamos en las mismas condiciones. Ferriz de Con me toma de la mano y me dice: “No te preocupes, es tu alma lo que el santo padre va a ver”. Empiezan a salir las lágrimas e intento preparar el corazón para ese momento inolvidable.

Vamos avanzando y ya nos encontramos en la segunda sección del avión. Solo una más y veremos de frente a Benedicto XVI. Pasa Maria Antonieta Collins de Univisión. Desde el inicio me pareció una mujer de fe y muy buenas intenciones y cuando vi su rostro al terminar de hablar con Su Santidad, lo corroboré. ¡Que hermosa expresión!

Ya estoy a dos pasos y sin desearlo conscientemente siguen corriendo las lágrimas por mis mejillas. Uno de los cardenales que le acompaña me mira con ternura y eso me da seguridad. Gracias.

El vicario de Cristo está sentado en uno de los dos asientos blancos del inicio del avión. Está del lado de la ventana. El padre Federico Lombardi, le comenta a quién recibe y dice: “Paloma Rives, de la agencia ZENIT”. Me hinco y le beso la mano con el anillo de sumo pontífice. Subo la mirada y él, con su mano jala suavemente mi brazo como para decirme: levántate.

El padre Lombardi me pide sentarme al lado del santo padre. Él, el representante de Dios en la tierra, me toma de la mano y me escucha cuando digo: “Gracias Santidad, gracias porque en este viaje cumplí tres grandes sueños: servir a Dios en el periodismo, tener el honor de acompañarle en un viaje pastoral y su bendición para mi hija y para mi hijo, para mi familia”.

– “Un sueño”, dijo dulcemente.

– «Sí Santidad, contesté. Vengo en nombre de ZENIT y de Presente, un diario de Tabasco en México.

No dejaba de verme a los ojos… nunca olvidaré la profundidad, la paz y serenidad de esa mirada tan azul, tan clara y cristalina. Aún, y cuando Dios me ha regalado grandes y fuertes momentos, no creo que haya existido en mi vida otro de más esperanza y fe, que el instante que hoy describo.

Veía mis lágrimas, apretó con su suaves manos la mía y con inmensa ternura me dijo: “La bendición”. Bajé la cabeza, me levanté, volví a besarle la mano y caminé de regreso a mi lugar.

Conforme iba avanzando pensaba en todos y cada uno de quienes hicieron posible que estuviera yo ahí: “Bendijo a ZENIT, a todos y cada uno de quienes tanto nos hemos esforzado y me dieron esta oportunidad. Bendijo al diario Presente, que creyó en mi trabajo. Bendijo a mi familia que es lo que más amo.”

Pensaba que esas 10 horas serían silenciosas, tranquilas. Fue el momento más fuerte de todo el viaje, fue el último tramo.

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ZENIT Staff

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