CANCÚN, martes 24 abril 2012 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos a los lectores el texto del dicurso inaugural, en el VII Congreso Mundial de Pastoral del Turismo, que tiene lugar en Cancún, México, del presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, cardenal Antonio Maria Vegliò.
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Discurso inaugural
1. Introducción
Saludo con gran gozo y gratitud a todos vosotros que estáis aquí reunidos, venerables hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, religiosos y laicos. A todos vosotros que, de una forma o de otra, dedicáis gran parte de vuestros mejores esfuerzos y de vuestras preocupaciones a favor del turismo y de su atención pastoral. Vuestra presencia es expresión de la universalidad de la Iglesia, atenta al ser humano en todas sus dimensiones, al cual desea acompañar iluminándolo con la luz del Evangelio.
Deseo saludar de modo particular a Su Excelencia Carlos Aguiar, presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del CELAM, a Su Excelencia Christophe Pierre, nuncio apostólico, a Su Excelencia Rafael Romo, responsable de la Dimensión “Pastoral de la Movilidad Humana”, y a Su Excelencia Emilio Carlos Berlie, metropolita de esta provincia eclesiástica y miembro de nuestro Pontificio Consejo.
Saludo con afecto y agradecimiento a Su Excelencia Pedro Pablo Elizondo, prelado de Cancún-Chetumal y responsable del área pastoral del turismo, aviación civil y tiempo libre de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que hoy nos acoge con generosidad en su casa y a cuyos desvelos y los de su equipo debemos que podamos inaugurar solemnemente este evento.
El Santo Padre Benedicto XVI ha querido hacerse presente en nuestro Congreso por medio del extenso y profundo mensaje que se ha dignado dirigir a quienes en él participamos. Reflexionemos sobre este documento. Su misiva deberá necesariamente acompañar e iluminar los trabajos que hoy iniciamos. Será empeño nuestro el dejarnos guiar por sus palabras, y así responder de modo más adecuado a lo que la Iglesia nos pide en este momento histórico concreto.
2. El turismo es un signo de los tiempos
El Santo Padre nos recuerda que “el turismo es ciertamente un fenómeno característico de nuestra época, tanto por las significativas dimensiones que ha alcanzado como por las perspectivas de crecimiento que se prevén”.
Al acercarnos a él, debemos evitar toda concepción reductiva del mismo, identificándolo con una simple actividad económica o con grupos minoritarios y privilegiados de nuestras sociedades.
El turismo es ciertamente deudor de la Declaración universal de derechos humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948, que en su artículo 24 reconoce el derecho de toda persona “al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. Nos encontramos en un momento histórico en el que una parte importante de la población goza cada vez más de tiempo libre y tiene la posibilidad de disfrutar del turismo. La Declaración de La Haya sobre turismo, aprobada en 1989, afirma precisamente en su principio I que éste “se ha convertido en un fenómeno cotidiano para cientos de millones de individuos”, al tiempo que reconoce que “constituye una actividad esencial en la vida de los hombres y de las sociedades modernas al convertirse en una forma importante de emplear el tiempo libre y también en el principal vehículo de las relaciones humanas y de los contactos políticos, económicos y culturales exigidos por la internacionalización de todos los sectores de la vida de las naciones”.
Estas palabras son corroboradas por las estadísticas que ofrece la Organización Mundial del Turismo, cuyo último Barómetro cifra en 980 millones las llegadas de turistas internacionales durante el año 2011, y que alcanzarán el hito de los mil millones en el presente año. Con este ritmo de crecimiento, las llegadas de turistas internacionales serán dos mil millones en el año 2030. A éstas hay que añadir las cifras aún más elevadas que supone el turismo local.
A pesar de todo lo afirmado, creo necesario en este momento constatar que por desgracia son muchas las personas que siguen estando excluidas de este derecho. En muchos países en vías de desarrollo y para una parte importante de la humanidad, donde no están garantizadas las necesidades básicas, este derecho se presenta ciertamente como algo lejano y hablar de él puede incluso aparecer como una frivolidad.
3. El turismo, acompañado por la solicitud pastoral de la Iglesia
El Santo Padre continúa su mensaje invitando a desarrollar una pastoral del turismo, desde el convencimiento que “al igual que toda realidad humana, debe ser iluminado y transformado por la Palabra de Dios. Desde esta convicción, la Iglesia, con su solicitud pastoral, y siendo consciente del importante influjo que este fenómeno tiene sobre el ser humano, lo acompaña desde sus primeros pasos, alienta y promueve sus potencialidades, al mismo tiempo que señala y trabaja por corregir sus riesgos y desviaciones”.
Fue el Papa Pío XII el primer pontífice que de modo sistemático abordó la pastoral del turismo, y esto como respuesta a su preocupación por establecer un diálogo entre la fe cristiana y la sociedad contemporánea.
Desde ese momento, la atención pastoral de la Iglesia ha experimentado un continuo crecimiento en sus iniciativas, al tiempo que ha ampliado los ámbitos de su acción. A inicios de los años 60 del siglo pasado, y debido al importante incremento del fenómeno, la Santa Sede confió la pastoral del turismo al “Centro para la preservación de la fe”, en el seno de la así llamada Sacra Congregación del Concilio.
Con las diversas reformas de la curia romana, la pastoral del turismo fue asumida sucesivamente por la Congregación para el Clero (1967) y por la Pontificia Comisión para la Pastoral de la Emigración y del Turismo (1970), elevada posteriormente al rango de Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes (1988), y en cuyo seno se encuentra el sector de pastoral del turismo, peregrinaciones y santuarios.
Fruto de la preocupación eclesial por este ámbito, en el año 1969 se publicó el Directorio General para la Pastoral del Turismo Peregrinans in terra, primer documento sistemático referido a esta pastoral específica, y que, junto a una valoración positiva del fenómeno, contenía una invitación a evangelizarlo y acompañarlo espiritualmente. Sus reflexiones fueron posteriormente retomadas y actualizadas en las Orientaciones para la pastoral del turismo, publicadas por nuestro Pontificio Consejo en el año 2001.
4. Elementos positivos y negativos
Con el fin de poder acompañar adecuadamente esta importante realidad humana, es fundamental reconocer en ella tanto sus numerosos elementos positivos como aquellos ambiguos o negativos, y así poder potenciar los primeros y denunciar e intentar corregir los segundos.
Queremos, en primer lugar, subrayar sus virtudes y potencialidades. Estamos convencidos de que el turismo humaniza, ya que es: ocasión para la restauración física y espiritual; camino para el recíproco conocimiento de personas, pueblos y culturas; instrumento de desarrollo económico y de lucha contra la pobreza; promotor de paz, de tolerancia, de fraternidad y de diálogo entre civilizaciones; oportunidad de encuentro con la naturaleza; factor de autoeducación y ocasión de crecimiento humano; y ámbito de contemplación y de crecimiento espiritual.
Éste es precisamente uno de los puntos que subraya el Santo Padre, cuando afirma que “el viaje es manifestación de nuestro ser homo viator, al mismo tiempo que refleja ese otro itinerario, má
s profundo y significativo, que estamos llamados a recorrer: el que nos conduce al encuentro con Dios. La posibilidad que nos brindan los viajes de admirar la belleza de los pueblos, de las culturas y de la naturaleza, nos puede conducir a Dios, favoreciendo la experiencia de fe, «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega por analogía a contemplar a su creador» (Sb 13,5)”.
Pero esta valoración positiva del turismo no nos impide reconocer que, al igual que toda realidad humana, no está exento de riesgos ni de rasgos negativos, y que puede promover peligrosos cambios urbanísticos y medioambientales, el deterioro del patrimonio cultural, la merma de valores y, lo que es mucho peor, un menoscabo de la dignidad humana. En ello insiste el Código Ético Mundial para el Turismo, al afirmar que “la explotación de seres humanos, en cualquiera de sus formas, especialmente la sexual, y en particular cuando afecta a los niños, vulnera los objetivos fundamentales del turismo y constituye una negación de su esencia”.1
La Iglesia quiere acompañar este fenómeno, desde una acción pastoral adecuada, centrada especialmente en los tres ámbitos que el Santo Padre señala en su mensaje dirigido a nuestro Congreso: el turismo en general, el turismo religioso y el turismo de los cristianos.
5. El turismo en general
Así pues, y siguiendo esta invitación, nuestra preocupación pastoral ha de dirigirse, en primer lugar, al turismo en sí, colaborando con todos los esfuerzos que buscan hacer de ésta una realidad verdaderamente humana y humanizadora. Será competencia de esta pastoral específica, según palabras del Santo Padre, “iluminar este fenómeno con la doctrina social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético y responsable, de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las personas y de los pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico”.
En este esfuerzo por alcanzar un turismo ético y responsable, el Código Ético Mundial para el Turismo, adoptado por la OMT y ratificado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, representa sin lugar a dudas un importante hito. Al tiempo que debemos secundar toda iniciativa que lleve a difundirlo y aplicarlo, mostramos nuestro apoyo a que este Código adquiera la condición jurídica de “Convención”, de modo que sea revestido de una fuerza legal de la que en este momento carece.
Partiendo de la valoración positiva que precedentemente hemos ofrecido, debemos concluir, avalados por el Magisterio eclesial,2 que el turismo no es sólo una oportunidad sino también ha de ser un derecho para todos, que no puede ser restringido a unas determinadas franjas sociales ni a unas zonas geográficas concretas. Pero la constatación de la realidad nos muestra que no está al alcance de todos y que son todavía muchos los que no pueden disfrutarlo ni aprovecharse de sus beneficios.3 Por ello, han de promoverse las condiciones que favorezcan la existencia de un turismo social, al que todos tengan acceso, y de modo especial las familias, los jóvenes, los estudiantes, las personas mayores y las que padecen minusvalías.4
En la consecución de este turismo social puede ser de gran ayuda la encíclica Caritas in veritate del Papa Benedicto XVI. En este documento de doctrina social dedicado al desarrollo humano integral, hay un parágrafo, concretamente el número 61, que aborda el complejo y rico fenómeno del turismo. Es más, todo el texto en su conjunto ofrece numerosas pistas acertadas para la reflexión y pautas útiles para nuestra acción.
Una de las propuestas importantes que ofrece el Santo Padre es la invitación a superar una obsoleta dicotomía entre la esfera de lo económico y la esfera de lo social, que ha llevado a identificar erróneamente la economía con la producción de riqueza y lo social con el lugar de la solidaridad.5 La encíclica en cuestión aboga por abandonar esta identificación, indicando que una actuación económica que no incorpore en sí la dimensión social no sería éticamente aceptable, al tiempo que cualquier acción social que no tenga cuenta de los recursos resultaría a largo plazo insostenible.6
En este camino de consecución de un auténtico turismo social, la Iglesia ha contribuido tanto con su reflexión teórica como con las numerosas iniciativas que, promovidas por diócesis, parroquias o asociaciones eclesiales, se han desarrollado en favor de los grupos sociales más desfavorecidos, y por medio de las cuales se ha esforzado en extender este derecho.
“La Iglesia – afirma el Santo Padre – desea seguir ofreciendo su sincera colaboración, desde el ámbito que le es propio, para hacer que este derecho sea una realidad para todos los seres humanos, especialmente para los colectivos más desfavorecidos”.
6. El turismo religioso
El segundo ámbito en el que el Santo Padre nos invita a trabajar es el del así llamado “turismo religioso”, es decir, aquel que tiene como destino las diversas manifestaciones artísticas nacidas de la experiencia religiosa cristiana. Entre estos destinos se encuentran los templos, los monasterios, los museos de arte religioso, las celebraciones cristianas o las manifestaciones festivas y populares de nuestra fe.
Las estadísticas revelan que el turismo religioso está en fase de crecimiento. Son cada vez más numerosas las personas que durante sus vacaciones visitan destinos turísticos religiosos, dedican parte de ellas a la peregrinación o, incluso, a pasar unos días de descanso en alguna hospedería monástica, compartiendo la experiencia de silencio con la comunidad religiosa que los acoge.
Por su parte, las autoridades civiles son conscientes del potencial que este tipo de turismo supone, y son numerosos los que contemplan estos destinos religiosos entre las propuestas turísticas de sus países, promocionando los mismos.
Ciertamente, el patrimonio histórico-cultural religioso puede y debe estar al servicio de la nueva evangelización, singularmente cuando habla el lenguaje que le es propio, el de la “via pulchritudinis”, la “vía de la belleza”, un tema muy querido a Benedicto XVI. Él mismo afirmó que estas manifestaciones artísticas “son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe”.7 En la visita a estos destinos turísticos religiosos, el visitante debería poder experimentar esta “via pulchritudinis” en tres ámbitos concretos: la belleza del espacio, la belleza de la liturgia y la belleza de la caridad y de las relaciones humanas, que se expresa, entre otras cosas, en la acogida que debemos ofrecerle. Al respecto, el mensaje pontificio nos recuerda que “es importante cuidar la acogida y organizar las visitas turísticas siempre desde el respeto al lugar sagrado y a la función litúrgica para la que nacieron muchas de estas obras y que sigue siendo su destino primordial”.
También en este ámbito es necesaria una estrecha colaboración. Invitamos a las instituciones civiles nacionales e internacionales a que contemplen entre sus ámbitos de trabajo este turismo religioso, respetando sus especificidades y exigencias propias. Es importante subrayar la necesaria cooperación que también debe existir entre la Iglesia y los diferentes profesionales implicados en el sector del turismo, entre los que se encuentran los hoteleros, las agencias y operadores turísticos, las guías o los gestores de medios de transporte. A ellos invitamos a que promuevan el respeto tanto del lugar religioso visitado como de las creencias de los turistas, permitiendo y facilitando sus prácticas religiosas.8 Así mismo, la Iglesia debe mostrar su colaboración con el fin de que las guías turísticas adquieran una suficiente preparación religiosa que les permita mostrar el auténtico rostro de los lugares religiosos visitados. Ciertamente, tal cooperación traerá consigo beneficios para todos estos sectores implicados.
7. El turismo de los cristianos
El Santo Padre indica como tercera tarea de la pastoral del turismo el “acompañar a los cristianos en el disfrute de sus vacaciones y tiempo libre, de modo que sean de provecho para su crecimiento humano y espiritual”. Así pues, la Iglesia debe acompañar al cristiano también durante su tiempo de descanso, promoviendo las iniciativas litúrgicas, formativas, sociales oportunas, desde una actitud de acogida y servicio.
Pero esta acción pastoral no puede centrarse únicamente en quienes participan ordinariamente de la vida eclesial. Por ello, Benedicto XVI afirma con rotundidad que “la nueva evangelización, a la que todos estamos convocados, nos exige tener presente y aprovechar las numerosas ocasiones que el fenómeno del turismo nos ofrece para presentar a Cristo como respuesta suprema a los interrogantes del hombre de hoy”. En la misma línea se manifestó la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en Aparecida.9
La Iglesia, que “tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz”,10 está llamada a evangelizar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y se sabe invitada a actuar en el ámbito del turismo con una nueva creatividad, y especialmente desde una dinámica fuertemente misionera, que parte de los interrogantes humanos para presentar el mensaje evangélico.
8. La necesidad de una pastoral del turismo
Por todo cuanto se ha afirmado hasta el momento, y siguiendo la petición del Santo Padre, invitamos a que “la pastoral del turismo forme parte, con pleno derecho, de la pastoral orgánica y ordinaria de la Iglesia, de modo que coordinando los proyectos y esfuerzos, respondamos con mayor fidelidad al mandato misionero del Señor”.
Observamos con preocupación el hecho de que esta pastoral específica no ha entrado todavía en numerosas diócesis y Conferencias episcopales, o bien es considerada como algo accesorio de lo que se puede prescindir. En algunos casos, ciertamente, existen ámbitos más graves a los que dedicarse. Pero en otras situaciones tal ausencia es debida a una concepción restrictiva del turismo, que lo identifica erróneamente con clases económicamente acomodadas, y que dificulta ciertamente una aceptación de esta atención eclesial, cuestionando su necesidad e importancia.
La exhortación del Santo Padre se debe traducir tanto en la creación de estructuras nacionales y diocesanas donde todavía no existan, como en la potenciación de las existentes. Para ello serán útiles las indicaciones que al respecto ofrecen el Directorio Peregrinans in terra11 y las Orientaciones para la pastoral del turismo.12 Así mismo, se nos invita a que, más allá de propuestas puntuales y esporádicas, se conforme una pastoral del turismo integrada en aquella ordinaria, insertándola de modo orgánico y articulado en sus planes pastorales.
Esta acción eclesial deberá ser dirigida a todas las personas que están implicadas: los turistas, los que trabajan en este sector, la comunidad que acoge, quienes sufren sus consecuencias…
Concluyo reiterando la invitación del Santo Padre a que este Congreso, “reunido precisamente bajo el lema El turismo que marca la diferencia, colabore a desplegar esa pastoral que nos conduzca paulatinamente hacia este «turismo distinto»”.
NOTAS
1 Organización Mundial del Turismo, Código Ético Mundial para el Turismo, 1 octubre 1999, art. 2 § 3.
2 Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7 diciembre 1965, nn. 61 y 67; Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Orientaciones para la Pastoral del Turismo, 29 junio 2001, n. 6.
3 Cfr. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Orientaciones para la Pastoral del Turismo, 29 junio 2001, n. 24.
4 Cfr. Organización Mundial del Turismo, Código Ético Mundial para el Turismo, 1 octubre 1999, art. 7 § 4.
5 Cfr. Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 29 junio 2009, nn. 35-42.
6 Cfr. Antonio Maria Vegliò, Mensaje a los participantes en el V Foro Europeo de Turismo Social, Málaga (España), 15-17 octubre 2009.
7 Benedicto XVI, Audiencia general, 31 agosto 2011.
8 Cfr. Organización Mundial del Turismo, Código Ético Mundial para el Turismo, 1 octubre 1999, art. 6 § 3.
9 Cfr. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo, Aparecida (Brasil), mayo 2007, nn. 493 y 518.
10 Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6 enero 2001, n. 29.
11 Cfr. Congregación para el Clero, Directorio General Peregrinans in terra para la pastoral del turismo, 30 abril 1969, nn. 13-29.
12 Cfr. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Orientaciones para la Pastoral del Turismo, 29 junio 2001, nn. 31-35.