Beato Jordán de Sajonia

«Tras las huellas de santo Domingo de Guzmán»

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Sería un error subestimar el juicio de las gentes sencillas cuando aclaman espontáneamente a una persona que refleja con su vida el Evangelio. El sentimiento popular no hace más que colocar en el candelero las virtudes que ratifican la autencidad de una entrega, esa que en numerosas ocasiones ha tenido en cuenta la Iglesia para encumbrar a los altares a los que el pueblo había canonizado previamente en su corazón. El olfato espiritual de los testigos contemporáneos de Jordán, que le hicieron acreedor de su veneración, era formidable. No hay más que examinar sus escritos para constatar su finura y sagacidad, la profundidad y capacidad de penetración mística que destilan. Gran parte de su existencia aparece ligada a la de santo Domingo, a quien sucedió como maestro general de la Orden. Pero este insigne teólogo alemán, como todos los que han dado respuesta a la llamada de Cristo, tuvo su particular trayectoria en el camino de la perfección. ¿Cómo llegó a la vida religiosa?, ¿qué factores influyeron en su decisión? Partía con multitud de prebendas humanas, pero tenía que conquistar el único tesoro: a Dios.

Había nacido en el castillo de Burgberg (Westfalia) hacia el año 1176, propiedad de su ilustre familia, los condes de Eberstein. Trasladado a París para cursar estudios cuando tenía alrededor de 30 años, el patrimonio vital y espiritual que llevaba consigo: «inteligencia viva, noble voluntad, corazón generoso y siempre dispuesto a la ayuda» fue significativo no solo en el camino que habría de tomar sino en sus estudios que le llevaron a convertirse en un afamado maestro en artes y bachiller en teología el año 1219. Justamente ese año, el fundador de los dominicos predicaba en el convento Saint-Jacques de París. Jordán pudo conversar con él en dos significativas ocasiones. Fue un momento propicio para su vida, absolutamente providencial, ya que su corazón andaba inquieto buscando la vía espiritual que debía seguir.

Dios escuchó sus súplicas y anhelos, y le respondió a través de Domingo que le explicó las características del carisma dominicano. Quedó seducido por sus palabras, y manifestó su deseo de ordenarse diácono. El fundador lo acogió con prudencia y respeto, cuidando con verdadero mimo esta pujante vocación. El paso definitivo del beato en su compromiso fue la prédica de Reinaldo de Orleans en 1220, tras la cual ingresó en los dominicos abrazándose al ideal de pobreza y estudio del que se había enamorado. A partir de ese momento, ya se le identifica en el capítulo general de la Orden, que tuvo lugar en Bolonia ese mismo año, dos meses más tarde de haber tomado el hábito. Allí le encomendaron la docencia de Sagradas Escrituras en París. Al año siguiente pusieron bajo su responsabilidad la provincia de Lombardía. Es obvio que veían en él a un hombre íntegro, formado, piadoso, con rasgos dignos de confianza y signos de esperanza para el futuro de la fundación. Y de hecho, en 1222, tras la muerte de Domingo acaecida en agosto de 1221, pusieron bajo sus hombros la bellísima, y a la par delicada misión, de seguir los pasos del fundador manteniendo vivo su carisma como maestro general de la Orden.

Mientras se hallaba en Bolonia, ciudad en la que fundó el convento de santa Inés el año 1223, había instituido el rezo de la Salve Regina efectuado después de la oración de completas, que más tarde se haría extensivo a toda la Iglesia. La elección que había recaído sobre él fue ciertamente inspirada, porque con su fidelidad y amor al fundador dirigió la Orden «con sabiduría, equilibro y sagacidad poco comunes». La vivencia de la caridad, la alegría, la humildad, el amor al estudio, la unidad y colegialidad fueron algunos de sus rasgos característicos. Era un celoso defensor del Evangelio, apóstol infatigable que viajó incesantemente dentro y fuera de Europa. Los frutos de su apostolado se cuentan por un millar de vocaciones, muchas de ellas surgidas entre personas bien preparadas intelectualmente. Entre otros, se señala a san Alberto Magno. Es el primer biógrafo de santo Domingo de Guzmán, y promotor de su canonización. Es autor del Libellus, crónica sobre el origen de la Orden, de las Constituciones, de numerosas cartas, sermones y escritos de carácter doctrinal, además de comentarios al Apocalipsis y otros de carácter filosófico-teólogico; todo ello sin contar las obras que se perdieron. Fue un experto en el evangelio de san Lucas. Gregorio IX lo tuvo entre sus dilectos consejeros.

Mantuvo una importante correspondencia epistolar con religiosas de distintas órdenes. Es significativa la que dirigió a santa Inés de Bolonia, a santa Lutgarda de Aywières y a Diana de Andaló. Estas dos últimas fueron dirigidas por él. En una de sus cartas a Diana decía: «Quienes deseamos llegar a la inmortalidad futura, hemos de conformarnos de algún modo, ya en el presente, con aquella vida venidera, poner nuestros corazones en el poder de Dios y trabajar según nuestras posibilidades para afianzar en el Señor toda nuestra esperanza. De este modo imitaremos en lo posible a Dios en su estabilidad y quietud. Él es un refugio seguro que nunca falla y siempre permanece…». El Padre le llamó junto a sí al regreso de uno de sus múltiples viajes apostólicos. Justamente procedía de Tierra Santa, y se encaminaba a visitar a la comunidad de Nápoles cuando el barco que lo traía naufragó en las costas de Siria frente a Ptolemaida (San Juan de Acre, actual Akko). Era el 13 de febrero de 1237. Junto a su vida, además de perderse la de 99 personas, murieron también otros dos frailes que le acompañaban. Sus restos, rescatados del mar, fueron enterrados en esa ciudad, siendo objeto de culto de forma inmediata, culto confirmado por el papa León XII el 10 de mayo de 1826. Desde 1955 es el patrón de la obra de las vocaciones dominicanas, determinado así por el capítulo general celebrado ese año.

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Isabel Orellana Vilches

Isabel Orellana Vilches Misionera idente. Doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona con la tesis Realismo y progreso científico en la epistemología popperiana. Ha cursado estudios de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Con amplia actividad docente desde 1986, ha publicado libros como: Realismo y progreso científico en la epistemología popperiana, Universitat Autònoma de Barcelona, 1993; El evangelio habla a los jóvenes, Atenas, Madrid, 1997; Qué es... LA TOLERANCIA, Paulinas, Madrid, 1999; Pedagogía del dolor. Ensayo antropológico, Palabra, Madrid, 1999; En colaboración con Enrique Rivera de Ventosa (†) OFM. Cap. San Francisco de Asís y Fernando Rielo: Convergencias. Respuestas desde la fe a los interrogantes del hombre de hoy, Universidad Pontificia, Salamanca, 2001; La "mirada" del cine. Recursos didácticos del séptimo arte. Librería Cervantes, Salamanca, 2001; Paradojas de la convivencia, San Pablo, Madrid, 2002; En la Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador, ha publicado: La confianza. El arte de amar, 2002; Educar para la responsabilidad, 2003; Apuntes de ética en Karl R. Popper, 2003; De soledades y comunicación, 2005; Yo educo; tú respondes, 2008; Humanismo y fe en un crisol de culturas, 2008; Repensar lo cotidiano, 2008; Convivir: un constante desafío, 2009; La lógica del amor, 2010; El dolor del amor. Apuntes sobre la enfermedad y el dolor en relación con la virtud heroica, el martirio y la vida santa. Seminario Diocesano de Málaga, 2006 y Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador (2007). Cuenta con numerosas colaboraciones en obras colectivas, así como relatos, cuentos, fábula y novela juvenil, además de artículos de temática científica, pedagógica y espiritual, que viene publicando en distintas revistas nacionales e internacionales. En 2012 culminó el santoral Llamados a ser santos y poco más tarde Epopeyas de amor prologado por mons. Fernando Sebastián. Es la biógrafa oficial del fundador de su familia espiritual, autora de Fernando Rielo Pardal. Fundador de los Misioneros Identes, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009. Culmina la biografía completa. Tiene a su cargo el santoral de ZENIT desde noviembre de 2012.

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