Ofrecemos a nuestros lectores el comentario al evangelio del Primer Domingo de Cuaresma, de nuestro colaborador, padre Jesús Álvarez, paulino.
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“Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: -Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: -Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. Lo llevó después el diablo a un lugar más alto, le mostró en un instante todas las naciones del mundo y le dijo: -Te daré poder sobre estos pueblos, y sus riquezas serán tuyas, porque me las han entregado a mí y yo las doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo. Jesús le replicó: -La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: -Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: -También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios. Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad”. (Lucas 4, 1-13)
El tentador le pide a Jesús que venda su conciencia por un trozo de pan. Pero Jesús declara que por encima de las necesidades del cuerpo, hay necesidades más profundas del espíritu y de la persona, que no se pueden remediar con un pedazo de pan, ni con dinero, placer, fama o poder. El hombre es un ser con hambre de infinito que solo Dios infinito puede saciar.
A la segunda propuesta de ambición y esclavitud al poder, Jesús responde que el poder y la libertad suprema están en servir, adorar y amar a Dios, de quien recibimos todo lo que somos, tenemos, gozamos, amamos y esperamos. Servir a los ídolos del placer, del poder y del dinero, al final equivale a perderlo todo sin remedio.
Y por último, la tentación de la fama, el aplauso y la admiración de los idólatras. Es la peor de las tentaciones: ser como Dios prescindiendo de Dios o pretender utilizarlo en función de los propios intereses mezquinos.
Jesús, entrenado en el sufrimiento redentor y en la renuncia en vista de la conquista del paraíso para él y para nosotros, vence definitivamente al tentador, y el Padre lo premia con un banquete servido por los mismos ángeles, anticipo del banquete eterno, que Él ansía compartir con nosotros, pues para eso nos envió a su Hijo y lo entregó por nosotros.
Jesús nos enseña que el camino de la victoria sobre las tentaciones no es cuestión de pura penitencia, renuncia, sufrimiento o angustia, sino de valentía, libertad, coraje, gozo y honor por la victoria contra el mal con la espada de la Palabra de Dios.
Y nos indica los medios: la oración, mediante la cual nos hacemos con el mismo poder de Dios, único capaz de vencer al tentador en nosotros y con nosotros. La oración por la conversión y salvación del prójimo. Es la práctica fundamental de la Cuaresma, que da valor salvífico al ayuno y a la limosna, y que se convierte en el amor más grande a Dios y al prójimo.
El ayuno, también de alimento físico, para poder compartir con los hambrientos; pero en especial ayuno de todo cuanto hace daño al otro o a uno mismo, a la creación y a Dios, y el esfuerzo sufrido y valiente por compartir la misión salvadora de Cristo.
Y la limosna, no solo con ayudas materiales, sino con todo lo que nos ha sido dado: amor, inteligencia, salud, tiempo, perdón, cercanía, compasión, consuelo; y sobre todo oración, sufrimiento y testimonio por la salvación de los otros, que es la máxima limosna.
Así tendremos una Cuaresma productiva de frutos de salvación, y una pascua jubilosa, con Cristo resucitado presente y actuante, que nos ayuda a vencer las tentaciones como Jesús: con la Palabra de Dios.