Una multitud de doscientas mil personas esperaba pacientemente en la plaza de San Pedro, el corazón del catolicismo. Llegadas de distintos países y personas provenientes de diócesis, parroquias, movimientos, comunidades eclesiales, congregaciones, órdenes religiosas, asociaciones, familias, componían una abigarrada multitud provista de abundantes pancartas con los lemas que ya ondean en la plaza de San Pedro desde que Benedicto XVI anunciara su renuncia al pontificado el pasado 11 de febrero.
Además de los consabidos: te queremos; quédate con nosotros; rezamos por tí, había un escueto Danke, en su lengua natal, una enorme pancarta con «México siempre fiel», y un grupo de polacos con sus banderas, impertérritos, en una mañana soleada pero fría. Todo ello adobado por el último tuit del papa: “En este momento particular, os ruego que recéis por mí y por la Iglesia, confiando como siempre en la Providencia de Dios”.
A las 12, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus, el último Ángelus del papa Ratzinger, antes de la audiencia general en esta misma plaza, con la que se despedirá de los fieles de la Iglesia católica antes de su retiro, para la que se espera una invasión de Roma por parte de peregrinos, romeros, fieles y curiosos. Luego, tras despedirse al día siguiente de los cardenales, en helicóptero a Castel Gandolfo y luego al monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano.
El papa, en la primera parte de las palabras introductorias de la oración mariana, ha comentado e interpretado para hoy el bello relato evangélico de la liturgia: la Transfiguración, en presencia de los tres testigos de sus momentos más decisivos e íntimos: Pedro, Santiago y Juan. La presencia luego de Moisés y de Elías, representan, dijo el papa «la Ley y los Profetas de la antigua Alianza», algo muy significativo: «toda la historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo».
Meditando este pasaje del Evangelio, afirmó Benedicto XVI, «podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo, el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo».
Subrayó que el tiempo dedicado a la plegaria «no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción».
Y sus palabras finales aludieron de nuevo al momento histórico que estamos viviendo y que, posiblemente muy a su pesar, le tiene a el como protagonista: «Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a ‘subir al monte’, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa».
Se pueden leer las palabras del papa en: http://www.zenit.org/article-44628?l=spanish.
Tras rezar el Ángelus, Benedicto XVI se dirigió a los presentes que se expresan en español: «Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria».
«Manifestaba así –añadió- quién era él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y feliz domingo a todos».
El papa había sido interrumpido con aplausos varias veces, desde que abrió la ventana y también en medio de sus palabras de entrada al saludo mariano. Y lo volvió a ser durante todo este breve encuentro. Al final, un escueto gesto de saludo, acompañado por el repique de las campanas de El Vaticano.