Es realmente una ocasión muy oportuna la que vivimos ahora para mostrar la identidad, humanidad y misión divina de la Iglesia católica a nuestros hijos, alumnos y catecúmenos.
Sobre todo en los más mayores, habría que tener en cuenta hasta qué punto el ambiente que les rodea, y las informaciones que les llegan, han podido empañar o no la imagen que de la Iglesia puedan tener. Muchas veces han sido noticias sesgadas o manipuladas, pero también en ocasiones los adultos hemos sido causantes, cómplices mediante el silencio o la no intervención serena y clara, que determinados prejuicios se hayan cultivado y crecido en ellos a peor.
Cuando esos niños y adolescentes nacen, crecen y maduran en familias y comunidades donde el amor a la Iglesia es el pan nuestro de cada día todo se vuelve más sencillo, e incluso los supuestos escándalos se viven con dolor pero también con la esperanza de la conversión. Pero en el caso que haya una distancia afectiva y efectiva, como la de aquellos que dicen creer pero no practicar, por mil y una excusas, todo descrédito o toda crítica cae en suelo abonado. Da igual que sea un escándalo sexual o la renuncia de un Papa cansado o debilitado.
¿Se puede entender que alguien diga que es forofo, por ejemplo, de un equipo de fútbol, y sólo comparta las victorias como propias, haciendo responsable de las derrotas a la plantilla? Nos encanta ganar pero tenemos que aprender a perder. No se puede estar en el equipo sólo cuando las cosas van bien. Al morir Jesús algunos dejaron de creer y ser de su comunidad. No confiaron en verle entre los que le amaban ni en la resurrección. Pero Jesús está entre nosotros y volverá.
La Iglesia y la realidad entera, está en las manos de Dios. Somos humanos y por tanto pecadores. Nos duelen más las faltas de los de nuestra casa, de los más cercanos que de los que no conocemos. Pero no las vamos pregonando, aunque seamos los primeros interesados en que nos vaya mucho mejor de los que nos va. Que seamos mejores, que nos queramos más, que no discutamos tanto, que la convivencia sea para todos motivo de descanso y de paz.
Ya sabemos que no estamos aquí en el paraíso, pero podemos vivir mejor entre nosotros y con los demás, en nuestra familia, en nuestra comunidad escolar y parroquial. ¿Qué hacemos en esos ámbitos por la Iglesia? Concretamente, por ejemplo: ¿por qué en los centros educativos católicos no se vive y se estimula más la fe, el amor y el compromiso con la Iglesia católica? Y en los demás lugares, centros públicos y familias, incluso a nivel individual, cuando se ataca más o menos directamente a la Iglesia, ¿cuál es nuestra reacción o respuesta?
Pienso que la cuestión clave es la conciencia de pertenencia a la Iglesia. No se puede decir creo en Dios o en Jesucristo y no en la Iglesia. Fundador y fundación no sólo no son incompatibles, sino que para encontrarle a Él hay que estar en ella, con sus consecuencias. Creer y no practicar es un creer vano, desengañémonos. Ni siquiera es un creer vago, realmente es no creer. No se puede ser médico y no ejercer cuando hace falta. Identificar creer con opinar, aceptar una serie de normas vacías, ni me puede valer, ni interpela nada ni tiene el poder de mejorar mi vida.
Si para mí y para ti creer es el sentido de nuestro actuar cristiano, y así confesamos la importancia que tiene lo que Él nos ha dicho, lo que vivo en Su Rostro, la Iglesia, todo cambia. Porque, ¿nos gustaría que atacaran a nuestra madre, padre o cualquier familiar? Si es la Iglesia de verdad nuestra familia, ¿seguiremos consintiendo que la ataquen o la defenderemos con todo el amor, paciencia y medios que podamos? De nosotros depende que sea respetada y amada.