Monseñor Juan José Aguirre, obispo misionero comboniano español en Bangassou, República Centroafricana, narra en una carta enviada a colaboradores de su obra evangelizadora en este país, el segundo más pobre después de Haití, lo que ha encontrado a la vuelta a su diócesis. Reproducimos los párrafos más significativos por su valor de testimonio directo de los acontecimientos.
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«Ahora mismo en Bangassou estamos como a principios de siglo en España, menos aún, porque entonces había caballos, aquí vamos a pié para todo, con el macuto en la espalda, sin teléfono, ni internet, sin motos ni coches (los pocos que han quedado, dos suzukis de las pequeñas, están escondidas porque estos 20-30 Seleka [grupo guerrillero] que se han instalado en Bangassou acechan sin pausa).
Ya sabéis que luego aquí en la selva no hay medios de transporte y no nos queda mas que desplazarnos a pié. Estamos todos bien de salud. Nos han despojado de todo pero no de nuestra fe. Son tiempos difíciles para todo el mundo. Miles de centroafricanos han huído al Congo o al Camerún. Enfrente de Bangassou hay centenares de personas pues un padre fué a decirles la Misa hoy domingo del Buen Pastor. Hace dos domingos, yo estaba aún en Bangui, cayó una bomba en una iglesia bautista de Bangui matando a siete personas. La sangre de esos mártires será semilla de nuevos cristianos. La inseguridad reina en todo el país y las visitas desde Europa son por el momento imposibles. Nada más llegar el otro día a Bangassou, con el avión de la Cruz Roja, convoqué una reunión todo el día con las seis comunidades de Bangassou centro, que nos permitió celebrar la Pascua juntos».
Saqueos sin fin
Al lanzar la pregunta «¿cómo se siente cada uno? Tardamos tres horas en contestar, pues cada uno habló cómo y lo que quiso. La verdad es que todo el mundo está harto de estos bandidos Seleka que nos han saqueado y continúan llevándose lo que quieren de cualquier casa en donde entran, que han provocado que cientos de personas de Bangassou se hayan exiliado en el Congo o varios centenares se hayan ido lejos a las plantaciones, que nos obligan a caminar a pie pues ya nos han robado los 23 coches de la misión católica de Bangassou y las misiones limítrofes (Bema, Ouango, Nzacko, Tokoyo), incluso los coches averiados en el garage o los muy viejos que tenían problemas para marchar: todos se los han llevado y no queda uno solo en Bangassou centro. Ya hemos visto algunos en Bangui, pintarrajeados de colorines para que no sean identificados. Otros se los han llevado para vender al Chad. La suerte es que el abbé [sacerdote]Alain en la catedral y Amos en el seminario no se han movido de su puesto. Los otros se escondieron algunos días, pero ellos dos, con su ‘presencia silenciosa’ durante los saqueos han impedido que éstos fueran mayores y que mi casa y mis archivos, por el momento, no hayan sido saqueados».
«Los espiritanos se fueron y su casa la dejaron peor. De los padres y hermanas de aquí, unos se sienten humillados porque unos bandidos ignorantes los han aterrorizado, otros se sienten zelotes, dispuestos a tomar las armas si hace falta, otros defraudados con la parte musulmana de Bangassou, sobre todo los que han colaborado con los Seleka en los saqueos o los que les han señalado a donde ir a amenazar, a violar o a robar, otros no quieren hacer la comparación entre musulmanes y Seleka porque muchos musulmanes han venido a ayudarnos, también ellos escandalizados del comportamiento de estos rebeldes, otros, en fin, abandonados en la manos de la Providencia y esperando que lleguen fuerzas de la FOMAC [fuerzas de ONU]para que terminen las intimidaciones y podamos volver a una vida normal, con colegios, asistencia en Bangondé, médicos, grupos parroquiales… La tarde la pasamos viendo qué podemos hacer (grupos ecuménicos, grupo asistencial, etc) para empezar un diálogo con el general rebelde (todos son generales o coroneles aunque tengan 25 años…) para normalizar la vida de cada día».
Sangre y profanaciones
«Despues de varios días, los rebeldes han vuelto con las manos llenas de sangre (de adultos y niños), más de 150 casas quemadas, la mision católica saqueada, la Iglesia profanada, un camión transportando todo el material robado. Estos Seleka ya han demostrado en otros muchos pueblos y ciudades de Centroáfrica que su venganza es coránica: espada con espada, fuego con fuego, sangre con sangre. Otra versión nos ha dicho que en Ouango los Seleka se han vestido con las albas de los monaguillos, han saqueado el hospital y han robado el único coche que quedaba en la región, nuestro Toyota Hillux. Dos chicos que viajaban a Bema en bicicleta, estudiantes a decir de sus cuadernos, han sido ajusticiados allí donde los han encontrado porque pasaban por mal sitio a mala hora. Algunos, después de la masacre, siguen volviendo a Bangassou, ebrios de sangre, porque oigo el traqueteo de sus metralletas. Me lo acaban de contar cuando comía hace un rato con los abbés y con Grâce à Dieu. Hemos hablado poco y casi toda la comida se ha quedado en las fuentes.
Las hermanas franciscanas están fuertes, como todos los demás. Nadie quiere irse porque en Bangui las cosas siguen calientes. Todas estan fuertes, viviendo con fe esta experiencia dolorosa, han resistido bien a rastreos en su casa, habitación por habitación (habían puesto algo de dinero entre sus camisas en el armario, y ésto contentó a los rebeldes) mientras ellas se habían sentado a fuera a esperar.
Se llevaron sus ordenadores y la impresora buena y la TV. Han resistido para que no se llevaran su Suzuki e incluso a una de ellas, un rebelde la quería para pasar la noche. Ahora se ríen recordándolo, pero entonces estaban temblando y sólo la Providencia les vino en ayuda para ser fuertes y no desmoronarse. La presencia de Julieta es esencial para cohesionar el grupo. Han protegido el Buen samaritano, el quirófano y la farmacia grande, al igual que la escuela técnica, aunque los rebeldes todavía están aquí y cada día puede pasar algo nuevo.
Desgaste gota a gota
Es un desgaste de gota a gota. Oir las ráfagas por la noche o gente en moto con turbantes que se acercan a pedir algo, o a sacar algo del garaje mil veces saqueado. Las franciscanas de Bakouma han resistido bien y sólo han perdido sus ordenadores. A Jean Noël le han robado mucho dinero, un poco suyo y mucho de la parroquia. Las de Zemio no han sido tocadas porque los militares ugandeses las protegen. Estas tienen teléfono, las otras no, mandan cartas en bicicleta y estan ‘reconvencidas’ de su presencia allí junto a la gente, sobre todo pobres que no han podido huir porque las piernas no les dan para más. Enfermos o muy mayores para huir.
Pienso que la Embajada española en Camerún puede presionar al nuevo gobierno para que envíe un contingente de la FOMAC a Bangassou, unos 60 soldados, para que consideren Bangassou como zona de «urgencia humanitaria». Ya hay contingente en Bandoro, Ndele y Batangafo desde hace meses y adonde estan ellos los Seleka no cometen abusos. La carretera de Sibut hasta Bangassou y Obo, pasando por Alindao y Bambari son mil kilómetros que estan asfixiados desde hace 5 meses: sin medicamentos, ni salarios, sin carburante ni telefonía, sin medio alguno para salir de este pozo. Un contingente de la FOMAC abriría la ruta, pasillos humanitarios, nos daría oxígeno».
«Pero, ¿cuándo vendrán a Bangassou? Si nadie presiona, seremos, como siempre, los últimos. Hoy hemos rezado en Misa (la Iglesia estaba llena) para que estos militares FOMAC (tambien extranjeros) vengan pronto a asegurar la zona».
«Ya todo el mundo está de acuerdo en que la guerrilla islámica que combate en Malí y ésta de Centroáfrica están cortadas por la misma tijera y financiadas por el mismo carnet de cheques».
«La invasión de Centroáfrica empezó en el mes de diciembre, aunque venía gestándose desde
hace dos años, y culminó con el golpe de estado el domingo de Ramos. Cuando atacaron a Bangassou el 11 de marzo, yo había marchado quatro días antes a Bangui, para una reunión de la conferencia episcopal, sin saber que esta guerrilla islámica llamada Seleka, muchos de ellos chadianos y sudaneses, estaban preparándose para tomar Bangassou. Cuando derrotaron a la guarnición de aquí, entraron como locos a saquear. Como no me encontraron a mi ni a mi vicario, la tomaron con mi coche Rav 4 verde, ¡mi pobre coche!, que aunque tuviera 220.000 km todavía funcionaba muy bien para dentro de Bangassou. Se ensañaron con él, otro día dieron dos vueltas de campana, trataron de hacerlo descapotable cortando la chapa, y al final, lo dejaron abandonado cerca de su campamento, sin ruedas, ni puertas, sin vidrios, ni asientos…».
Esperanza en los cascos azules
«En toda Centroáfrica, el ensañamiento con la Iglesia católica ha sido generalizado. Un expolio. Nos han arrancado de cuajo algunos de nuestros medios de trabajo para bloquearnos».
«No han matado a nadie en Bangassou, sólo intimidan para robar y llevarse todo lo que les gusta. Muchos son chadianos y sudaneses. El general que dice mandar en Bangassou es un sudanés musulmán del Darfour, asqueado de que su tierra haya sido ‘vendida’ a compañías petroleras sin que el sudanés de a pie tenga algo que decir en el apaño. Ellos mismos han experimentado a los depredadores petroleros y ahora se vuelven depredadores del país más frágil de la región, Centroáfrica».
«Llegando a Bangassou, lo primero que he hecho es un inventario. Pienso que se han llevado o han destruido el 50% de lo que teníamos. No se trata de ropa u ordenadores personales, que también se llevaron en todas las habitaciones en donde entraron, o de dinero que al final las hermanas y los sacerdotes tuvieron que dar a punta de metralleta, se trata de los aparatos, el microscopio para los parásitos intestinales, los repuestos de los coches, todos los coches incluso los averiados, las antenas de internet, las fotocopiadoras, prendieron fuego o desparramaron los archivos, las placas solares que no pudimos esconder a tiempo, las baterías, los convertidores de corriente, libros personales en español, incluso el hábito de monjas para ponérselo y mofarse de ellas».
«Fuimos a decir al general Yassin, chadiano que manda los rebeldes en Bangassou, que el coche aparcado al lado de su puerta era el nuestro de Ouango, robado por sus soldados. Nos respondió que ‘ya veríamos’. Se lo llevaron ayer a Bangui, cargado con 25 hombres y pertrechos militares, botín de saqueos y comida para el camino. ¡Lo destrozarán!».
«Gracias a Dios, el Cristo del calvario es nuestro modelo, no hemos sido los primeros ni seremos los últimos en pasar un trago semejante y sabemos que Dios juzgará cuando tenga que hacerlo. Nuestra esperanza está ahora puesta en el Señor cuando haga venir los soldados FOMAC, como el profeta Isaías ponía su esperanza en el Rey Ciro y sus ejércitos persas cuando Jerusalen fué saqueado y el pueblo deportado a Babilonia durante 49 años. Para nosotros la espera será más breve pero esperamos que llegue como agua de mayo sobre la tierra endurecida».