Ofrecemos el habitual artículo de nuestro colaborador, el obispo de San Cristóbal de Las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, en el que afronta los desafíos éticos del momento presente.
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SITUACIONES
Los noticieros casi a diario nos transmiten hechos y escenas que nos pasman, nos preocupan y que parecen rebasarnos. Sólo unos ejemplos: Atentados con bombas de destrucción masiva, descuartizamiento de seres humanos exhibiéndolos al público, abusos indecibles contra migrantes, inexplicable violencia intrafamiliar, extorsión telefónica y electrónica, secuestros, abandono de los propios padres, pleitos entre hermanos por herencias, no sólo en los juzgados sino también con armas, adolescentes y jóvenes engarzados por grupos criminales, que les obligan a matar sin piedad, actividad sexual precoz y embarazos imprevistos, bloqueos carreteros, que dañan a infinidad de personas.
Nos angustia ver imágenes incomprensibles de tanta violencia destructiva en las manifestaciones de grupos y organizaciones, que luchan por lo que consideran sus derechos, pero pisotean los de los demás; destruyen cuanto encuentran a su paso. No importan las leyes ni los ordenamientos jurídicos; cada quien trata de demostrar su fuerza y hacer lo que quiere y le parece bien.
Un grupo de mujeres que se dicen católicas, sin serlo, celebra como un triunfo que, a seis años de que se despenalizó el aborto en la ciudad capital, cerca de cien mil mujeres han ejercido lo que dicen es un derecho: cuidar su salud y el desarrollo de su proyecto de vida, aunque maten a sus propios hijos, destruyéndolos en sus entrañas. Y nos califican a los obispos que defendemos la vida de los recién concebidos, como si fuéramos ignorantes y necios, retrógrados e inhumanos, contrarios al Evangelio y al Derecho Canónico… ¡Qué trastocados están los valores!
ILUMINACION
Ya el profeta Isaías lamentaba: “¡Ay de los que llaman bien al mal, y al mal le llaman bien! Que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo” (5,20). Nosotros también lamentamos esto y nos preguntamos cuál es la raíz de esto que sucede. Sostenemos que es la familia la que educa para que tengamos una sociedad justa, fraterna y solidaria. Por lo contrario, la falta de integración familiar expone a este trastocamiento social, y en muchos casos es la primera responsable. Hay responsabilidad también en una educación laicista que excluye la trascendencia, en unos medios de comunicación que comercializan con el erotismo y la banalización sexual, en la falta de trabajo para todos, en la pasión por comprar y disfrutar sin límites. Sin embargo, yo veo que la raíz más profunda del desorden social es la falta de una familia bien integrada, donde hay amor y respeto, comprensión y diálogo, armonía y trabajo compartido. No es la pobreza, sino el abandono de los padres hacia los hijos, el cambio constante de pareja, la inestabilidad conyugal, la violencia en el hogar. Muchos procedemos de familias de clase media baja, donde vivimos con limitaciones económicas, pero nunca nos enseñaron a robar y destruir, sino a trabajar y respetar.
Dice el Papa Francisco: “Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura” (19-III-2013).
Nos decía el Papa Benedicto en su visita a México: “El mal no puede tanto. No hay motivos para rendirse al despotismo del mal. El mal no tiene la última palabra de la historia. Ante todo hay que anunciar a Dios. Dios que es juez y nos ama. Pero nos ama para llamarnos al bien y a la verdad contra el mal. Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda. Por lo tanto, es una gran responsabilidad de la Iglesia educar las conciencias, educar a la responsabilidad moral y desenmascarar el mal”.
COMPROMISOS
¿Qué podemos hacer? No sólo culpes a otros, o al sistema político y económico, ni huyas en la apatía. Defendamos la familia, empezando por la propia; no la destruyas. Si hay problemas, se dialogan y, con Dios, hay solución. Educa a tus hijos en valores morales, iluminados por El.