Predicar es un arte, y por eso debemos aprender a predicar. Se nace poeta, pero no orador. El orador se hace. ¡Qué pena da escuchar predicaciones, homilías y charlas sin orden, sin estructura, sin lógica, sin unción, sin entusiasmo, sin concreción! Es un auténtico martirio. El mensaje de Dios queda tan menguado, tan estropeado, tan maltratado. Y, al contrario, ¡qué gozo experimenta uno cuando oye un buen sermón, una excelente conferencia o homilía…! No corre el tiempo y uno estaría escuchando a esa persona por horas. Esa persona es acueducto de Dios Palabra. Debemos poner toda nuestra persona en cada predicación. El orador Cicerón diría: “La acción debe ser moderada con el movimiento del cuerpo, con el gesto, con el rostro y con la voz” (Sobre el orador 1, 5).
Hoy hablaremos de cómo preparar y dar un retiro espiritual de silencio.
RETIRO ESPIRITUAL MENSUAL
Primero, comencemos con la importancia del retiro. La Iglesia siempre nos ha aconsejado retirarnos una vez al mes, durante medio día, o durante todo el día, para parar el ritmo del trabajo apostólico, ministerial, catequístico, familiar o profesional y podernos dedicar a la oración, a la escucha de Dios y al examen de la propia vida en vistas a crecer en nuestra transformación en Cristo, lograr la santidad a la que Dios nos llama y quitarnos el polvo del camino. Y todo desde la gratuidad y libertad, sin sentirnos obligados ni coaccionados. Al retiro vamos porque queremos, y no porque nos han dicho que vayamos o porque nos toca como comunidad o como grupo. Queremos alimentar la llama de nuestro fervor espiritual. Los que se meten en retiro recibirán la visita del Inesperado, sea como fuego, como bálsamo, como silencio, como noche oscura o como luz resplandeciente.
Segundo, digamos lo que es y no es un retiro. El retiro no es un encuentro fraterno, sin más. No es un curso de psicología o un día de estudio. Retiro es retiro. Es decir, tiempo de recogimiento, de hacer un viaje al fondo de nuestro corazón, de dejar las cosas cotidianas, subir al Tabor de la oración y adentrarnos en el misterio de Dios y preguntarle: “Señor, ¿qué quieres de mí?…¿Cómo está mi fidelidad a Ti?”.
Tercero, expliquemos cómo sería la organización espiritual del retiro. Tiene que ser tratado un tema espiritual único: (1) Tema profundizado íntimamente en una meditación con un texto bíblico, sea en forma de Lectio Divina, sea en forma de meditación mental o de contemplación, durante 45 minutos o una hora; meditación dirigida por algún sacerdote, persona consagrada o laico preparado que está al frente del grupo. (2) Le sigue después un momento de desierto donde cada uno medita a solas ese texto explicado en silencio con Dios, sea caminando o sentado en el jardín o en la capilla. (3) También es provechosa una charla más explicativa o exhortativa que profundice ese tema del retiro, ya en un plan más distendido. (4) Tiene que haber momento de reflexión personal, donde el director del retiro les ofrece unas preguntas sencillas al respecto del tema, delante del Santísimo expuesto. (5) No debería faltar en un retiro momento para acercarse a la confesión sacramental. (6) Y el retiro debería terminar con la celebración de la Eucaristía. Hay quienes también sugieren, después del retiro y antes de retirarse a sus ocupaciones ordinarias, un momento de compartir fraterno y espiritual sobre lo tratado en el retiro.
Finalmente, les ofrezco un modelo en esquema de lo que podría ser un retiro.
Tema: Por ser bautizados estamos llamados a la santidad.
Meditación: texto bíblico “Sed santos, porque Yo soy santo” (1 Pedro 1, 16); desarrollado en tres puntos: (1) Dios es santo y la fuente de santidad. (2) Ser de Dios y para Dios me exige la santidad de vida que consiste en dejarme santificar por Dios en la oración y luchar contra el pecado en todas sus formas. (3) Muchos tratan de vivir ya aquí la santidad viviendo las bienaventuranzas –espejo de la santidad- y están derramando el perfume de su santidad a su alrededor, ¿por qué yo no?
Charla: profundiza la meditación. Puedo desarrollarla en varios puntos: (1) Quién me pide ser santo: Dios, mi Señor; (2) Por qué me pide ser santo: porque soy bautizado; (3) Para qué me pide ser santo: para llevar su imagen con limpieza y llegar al cielo; (4) Dónde me pide ser santo: en medio de mis tareas diarias; (5) Qué medios tengo para ser santo: oración, sacramentos, sacrificio, devoción a María…(6) Qué frutos cosecho con mi santidad: transformación interior de todo mi ser y transformación de mi medio ambiente, como levadura y fermento.
Preguntas para la reflexión en silencio delante de Cristo Sacramentado: (1) ¿Me dejo santificar por Dios o le pongo obstáculos?, ¿cuáles?; (2) ¿Qué me impresiona de los santos que ya están gozando de Dios en el cielo?; (3) ¿Qué pasaría en mi casa, en mi trabajo, en mi medio ambiente, en la parroquia…si me decidiese a ser santo de verdad?
El anterior artículo de esta serie, y las referencias de los precedentes, están en: http://www.zenit.org/es/articles/como-mejorar-la-predicacion-sagrada–5.