En la segunda jornada de la Semana Paraguaya que se está realizando en Roma, organizada por la embajada de Paraguay ante la Santa Sede, con el apoyo de la pontificia Comisión de América Latina y de la Academia de España, han presentado la figura del primer santo jesuita y misionero en América Latina, san Roque González de Santa Cruz y de sus compañeros mártires.
Expusieron en el auditorio de la Academia de España, el embajador de Paraguay ante la Santa Sede, Esteban Kriskovich; el secretario general de la Pontificia Comisión para América Latina, Guzmán Carriquiry; y el sacerdote Fidel González, consultor de Congregación para la causa de los Santos.
Con el título “Las misiones jesuíticas del Paraguay. La ciudad de Dios en la ciudad terrena. La tierra sin mal”, la exposición y el ciclo de conferencias abierto por el cardenal Marc Ouellet, contiene una exposición sobre las reducciones jesuíticas que permanecerá abierta hasta el 31 de mayo.
En su mayoría son fotos y paneles sobre la labor evangelización de los jesuitas, que no dejan de sorprender, como el texto en el cual un misionero de la Compañía de Jesús indica en una carta que un logro fundamental ha sido hacer entender a los hombres nativos, que la mujer tienen la misma dignidad del hombre, partiendo desde allí hacia la concepción de la familia monogámica. Se aborda la familia, el trabajo, los horarios, la música, el arte y una serie de temas que ilustran la extraordinaria obra misionera.
El profesor Carriquiry introdujo el tema, recordando que la Compañia de Jesús pasó del claustro a predicar en medio del fragor del mundo, y que sus ejercicios espirituales les llevaron a tener un temple y una conciencia profunda. Elogió el film The Mission, donde se cuenta tan bien la epopeya de estos misioneros.
Indicó el trabajo de los misioneros, y cómo en la fidelidad al Concilio de Trento, supieron llevar la fe a tierras lejanas añadiendo una labor de inculturación. El profesor uruguayo recordó por ello a santo Toribio de Mogrovejo, en Perú, “que americanizó el Concilio de Trento, con un catecismo trilingue: quechua, aimara y español, que luego fue traducido al guaraní, convirtiéndose en el primer libro impreso en América del Sur”.
El consultor para la Congregación de la Causa de los santos, padre Fidel González, al concluir su exposición indicó que “el fruto mayor que tenemos” de esa labor apostólica “es el papa Francisco jesuita y latinoamericano. Dios no tiene prisa, sus tiempos no son los nuestros”.
Recordó que este santo, mártir de las flechas indígenas, nacido en Paraguay de padres españoles, fue declarado hijo insigne de Paraguay y declarado padre de la patria, antes que fuera canonizado”.
“La ilustración racionalista destrozó una de las experiencias más bonitas de la evangelización” precisó el sacerdote, “por motivos de carácter político y mercantilista, para arrancar de cuajo estos lugares de cristianización” que habían llegado “a un nivel de espiritualidad superior a muchos lugares de la Europa de entonces”.
“Destruidas las reducciones, fue el desastre desde todos los puntos de vista. Un drama. Y de este drama doloroso tenemos que aprender, se nos propone una experiencia notable, única en su genero.
Los misioneros murieron víctimas de su caridad, curando apestados o abriendo las vías del evangelio, desafiando la hostilidad de las tribus de los indios, la adversidad y el rigor de la naturaleza salvaje”.
En el caso de las reducciones jesuitas del Paraguay, además de los tres protomártires canonizados por Juan Pablo II durante su visita en 1988, Roque González, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, la lista de las víctimas de dicha empresa es muy larga. “Las reducciones jesuitas nacieron de la sangre de diversos mártires. Del 1628 al 1763 los mártires jesuita fueron 26”, dijo.
Algunos murieron por los indios a golpes de hacha o acribillados por las flechas. Otros por los disparos de los arcabuces de los paulistas, y otros aún por los malos tratos y el hambre.
Juan Pablo II recordó de ellos “fueron capaces de abandonar la vida tranquila de la casa paterna, su ambiente y las actividades que les eran familiares para mostrar la grandeza del amor de Dios a los hermanos. Ni los obstáculos de una naturaleza salvaje ni la incomprensión de los hombres, ni los ataques que venían de quienes veían en su evangelización un peligro para sus intereses, fueron capaces de amedrentar e estos campeones de la fe”.
“Su arrojo sin reservas los condujo al martirio, una muerte cruenta que nunca buscaron con gestos de arrogante desafío. Siguiendo las huellas de los grandes evangelizadores fueron humildes en su perseverancia y fieles a su empeño misionero. Aceptaron el martirio porque su amor ennoblecido por una robusta fe y por una solida esperanza no podía sucumbir ni siquiera debajo de los golpes de los verdugos”, indicó el papa en la ceremonia de canonización.
Fue párroco por nueve años de la catedral de Asunción, y al auge de su notoriedad entró en la Compañía de Jesús. En el 1609 se unió a la Compañía de Jesús, a los 33 años. Hace parte del primer grupo de jesuitas destinado a evangelizar las poblaciones ‘marginales’ de aquel gran sur del continente. Fue el inicio de las misiones jesuíticas de Paraguay. Fue el primer apóstol del Chaco boreal. En un área difícil para los desplazamientos, por la falta de medios, en lugares inhóspitos.
Entretanto, precisó el relator, “se tiene una documentación muy completa gracias a las cartas anuales, que enviaban a la Compañía, con todo muy detallado”.