Al final, el 17 de abril de 1991, él con el rostro descubierto con tres amigos con máscaras de carnaval y pelucas, esperó a los padres Antonio y Rosa, les golpeó con un tubo de hierro, hasta asesinarlos. Una ferocidad inexplicable. Según el psiquiatra Vittorino Andreoli que hizo la evaluación se trata de «hipertrofia narcisista» que percibe al «padre y la madre sólo como una hucha de la que sacar dinero cuando lo necesita, y romperla si la necesidad lo pedía».
En el libro «El mal era yo» escrito por Raffaella Regoli, editado por Mondadori, Pietro Maso cuenta: «han escrito de mí, de nosotros, que hemos asesinado para hacer la buena vida. Nosotros queríamos entrar en la vida. Y sin embargo, manchándome del más terrible de los crímenes, con diecinueve años entré en la tumba junto con mi madre y mi padre».
Pero ¿cómo se hace para matar a los propios padres?, y Maso dice «dar la vida y dar la muerte puede hacerte sentir eterno. Pero no hay placer. Yo no lo he sentido. Matar es privación. Ausencia. Una vértigo destructivo. Es como lanzarse de un edificio sabiendo que no puedes volar». El 19 de abril de 1991, con 19 años, Maso fue a la cárcel Campone de Verona, fue condenado a 30 años de cárcel.
Tendría que haber estado en la cárcel hasta 2021, pero gracias a los tres años de indulto y a los 5 años de buena conducta (45 días por cada seis meses) le han permitido estar libre desde el 15 de abril pasado.
Veintidós años de cárcel primero en Verona y después e Milán, entre miedo, angustia, sentido de culpa, soledad. Un crimen enorme que aplasta la mente y el corazón.
Maso cuenta la cárcel: «Hay pasillos largos y oscuros. Las paredes manchadas de orina y sangre, de comida y escupitajos. […] Hay puertas de madera gruesas, oscuras, con bisagras de hierro. Cuando se abren la voz ronca, ensordecedora, vulgar, parece un grito vomitado del vientre de un monstruo. Pero lo que no conseguiré borrar nunca es el olor: la peste que se te pega. Te mancha dentro. Es hedor de la carne humana, gangrena abierta.»
Entre la desesperación, el peso de la culpa y el miedo de sufrir violencias de los otros detenidos, Maso comienza a escuchar en la radio a don Guido Todeschini, director de Telepace, que hablando de él ha dicho: «¿Qué hacemos, lo abandonamos, lo enterramos vivo como se merecería o le tendemos la mano e intentamos recuperarle, teniendo en cuenta su juventud? Cierto, en este momento es más fácil ser jueces que moverse al perdón. Pero si nosotros lo dejamos allí en la cárcel, olvidándolo, cometemos el mismo delito».
Don Todeschini no se limita a hablarle. Le busca, le escribe cartas y pide verle. Cuenta Maso: «yo, sepultado vivo. Odiado. Renegado. Olvidado. Yo que cuando llegaba el día de las visitas me quedaba en la celda en completa soledad, ahora tenía a alguien que se interesaba por mí. Acepté».
El encuentro es el comienzo de una nueva vida. El perdón de Dios que llega a través de un sacerdote. Continúa Maso: «Lo recuerdo como si fuera ayer. Eran las diez de la mañana. Cuanto he esperado ese día. Finalmente llegó. […] Después de casi dieciséis meses alguien vino por mí […] Don Guido estaba en pie. De espaldas a la mesa. La puerta se cerró. Finalmente. Delante de mí había un hombre en torno a los cincuenta, de un metro setenta, complexión normal. Llevaba una sotana negra con el alzacuellos blanco. Cuando hice ademán de acercarme a él, en vez de alejarse como estaba acostumbrado a ver, se acercó a mí. Me abrazó. No había sucedido nunca».
Desde ese momento don Guido fue cada sábado a la cárcel. Dice a Maso «¿Sabes Pietro cuántos kilómetros he hecho para traerte todos los sábados el cuerpo de Cristo? Si sumamos los kilómetros que he hecho de Veron a Milán en todos estos años, equivaldrían a más de tres vueltas al mundo».
Confiesa Maso que don Guido «A veces era paterno. Otras veces, áspero. No sabía nunca qué esperar. Pero estaba siempre. Nunca se ha saltado un sábado. Su fe, su tenacidad, me han dado un fuerza increíble. Si él hacía esto por mí, tenía que convertirme en digno de su sacrificio». Don Guido va más allá y lleva a las dos hermanas, Nadia y Laura a encontrarse con Pietro.
Ha escrito Maso: «Nos separan pocos pasos. Pero mis pies están clavados en el suelo. Como mis ojos. Don Guido entiende y me hace un gesto con la cabeza. Yo no me muevo. Nadia y Laura se acercan a mí. Me abrazan. Ahora estamos abrazados. Somos tres en uno. Me habría esperado de todo: miradas de reproche, rabia, bofetadas. Y todo habría sido. Pero no estaba preparado a esta muestra de amor. Sin saberlo Laura y Nadia pusieron una piedra muy importante en mi camino. Esta muestra disuelve todo: el dolor, el miedo, el odio: la muerte».
«Pietro, te queremos mucho, eres nuestro hermano» dicen Laura y Nadia a Pedro: «Tengo los ojos cerrados. Dios me está haciendo el regalo más grande de mi vida. No puedo creerlo, está sucediendo realmente, a mí. No me lo merezco. Su perdón me ha liberado de mí mismo. Como si alguien hubiese entrado dentro de mí y me hubiese derribado»
En el día de Pascua del 2008, don Guido transmite en Telepace la entrevista a Laura y Nadia.
En su blog, Luigi Accattoli, ha transcrito las palabras de Laura.
(http://www.luigiaccattoli.it/blog/?page_id=9014)
«Soy la hermana de Pietro Maso que hace 17 años mató a nuestros padres. Nosotras, hermanas, junto a la pérdida de nuestros padres hemos perdido también un hermano y por tanto nos encontramos comenzando un recorrido nuevo y difícil, con un sufrimiento dentro que era bastante fuerte, porque no es fácil perdonar algo tan grave. Damos gracias a don Guido por su ayuda: ha sido él el primero que ha ido a ver a Pietro a la cárcel y a seguirlo en estos años. Así también nosotras poco a poco hemos reconstruido una buena relación con el hermano que habíamos perdido, como habíamos perdido toda la familia.
Podíamos abandonar también a ese hermano, hubiera sido fácil. Sin embargo perdonar es algo más profundo y difícil pero que nos ha dado también la alegría dentro por los pequeños pasos que veíamos dar a nuestro hermano, su camino, su conversión. Lo hemos perdonado en escucha de las palabras de Jesús «amaos los unos a los otros».
Es fácil amar cuando se quiere a alguien, pero es difícil escuchar decir «ha matado a los padres» y son palabras muy fuertes para nosotras, pero sabemos que tenemos que hacer también nuestras esas palabras de Jesús que dice «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen». Nosotros hemos perdonado con la ayuda de Dios y así es que este hermano que estaba muerto está como resucitado y es él, a veces, que nos consuela con su camino. Hoy, que es el día de Pascua, nos parecía muy bonito poder decir: «Estábamos muertos y hemos resucitado». A veces vamos a las tumbas de nuestros padres y les sentimos en el paraíso y que están cerca de nosotros y que aprueban el camino que sus hijos están tomando.
Perdonar no quiere decir pasar página y hacer como si no hubiera pasado nada. Quiere decir verlo todo, también el delito, a la luz de la fe. No es que uno se olvida. El perdón es algo profundo y uno debe sentirlo dentro para poder vivir bien. Odiando no sé como se podría vivir.
Muchas veces hemos ido a visitarlo a la cárcel, cada dos o tres meses más o menos. No nos lo había pedido, era don Guido el que nos lo pedía y al principio nosotras éramos contrarias porque temíamos que él se aprovechase de nosotras. Y poco a poco, encontrándonos con él y redescubriéndonos hermanos y nos decíamos que quizá muchos hermanos que vivían juntos no tenían ese sentimiento. Así ha terminado nuestro miedo a que se aprovechara y hoy estamos seguros que ha cumplido su camino sin el cual se habría perdido y nos habríamos perdido también nosotras en el fondo.
Nuestros maridos nos han apoyado en esta el
ección. Nuestros niños poco a poco han comenzado a entender y saben y lo llaman tío y viven bien su relación con él. La alegría que sentimos en el corazón por haber reencontrado un hermano quizá nos ha ayudado a dar esta enseñanza.
El obispo Flavio Carraro que había sido informado por don Guido más de una vez nos ha dicho «estad cerca de él, perdonadlo, rezad por él». Es lo que nosotras hemos tratado de hacer».
El mal había transformado a Pietro en un monstruo, pero el perdón de Dios, de sus hermanas, de don Guido, han hecho el milagro, han devuelto a la vida a un joven que estaba muerto y herido.