En esta semana en la que tenemos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, ya de alguna manera introducida por las lecturas de este domingo XII del Tiempo Ordinario con las que abrimos la semana, la pregunta es: ¿A qué, o a quién, indica nuestra vida, con todos sus gestos y palabras?
Por nuestras obras, nuestros hechos reales, se nos puede conocer y reconocer. No podemos evadirnos en una fragmentación entre lo virtual y lo real, lo privado y lo público, lo familia y lo laboral, etc., porque somos los mismos en cualquier ambiente en el que nos movamos.
Si optamos por la coherencia, la sinceridad, la humildad, lo bueno y bello de la vida y si esto llena de verdad nuestro corazón no podremos por menos de comunicarlo, atestiguarlo cuando nos pidan razón de nuestra fe, esperanza y amor.
Cuando acontece la conversión, que no es otra cosa saberse llamado y vuelto a Jesucristo la vida una y otra vez, se trata de una aventura constante dejar que sea Él el que configura la vida y no tanto los propios proyectos, suerte y éxitos. Sentirse en Sus manos en el descanso del corazón en Su Gracia.
Porque, ¿por qué no reconocer de una vez que no podemos con su don, con su paciencia, con su amor misericordioso? Tomemos en serio esta vida y dejemos de una vez todo aquello que nos distrae o aparta de nuestra salvación, porque ésta misma que es nuestro máximo bien, pudiera estar en juego.
¿No nos ha dado aún tiempo a experimentar lo grande que es Su Amor en cada detalle que nos encontramos cada día, cada gesto, a poco que dejemos que transcurra nuestra jornada, en nosotros mismos, en los demás y en todo lo que nos rodea? ¿De verdad que podemos decir que no hemos visto o intuido, aunque sólo lo llamemos orden o inteligencia superior, lo bien que Alguien nos cuida, nos mima y ampara?
¿Acaso hemos de dejar para un más allá lo que ya ha comenzado a germinar en este más acá? ¿Seguiremos perdiendo el tiempo sin agradecer, alabar, pedir y adorar al buen Dios que está siempre a nuestro lado? ¿Vamos a echar en saco roto tanta semilla de buenas obras, tanto don de capacidades y talentos por desarrollar, tanta vida por gustar de verdad?
Toda vida lleva a Él porque Él es la Vida, como todo río va al mar de su destino. Nosotros también un día ya no estaremos entre los vivos que pueblan esta tierra tal como hoy la conocemos, ¿y qué? al final aquí no se queda nadie. Todo tiende y va hacia Él, ¿qué esperamos a estar ya, unidos, aquí y ahora, a Su Voluntad, a Su Presencia?