El mes de septiembre ha conocido el sincero llamado del Papa para la paz en Siria, en todo el Medio Oriente y el mundo entero: “¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precioso que debe ser promovido y tutelado… No es el uso de la violencia que lleva a la paz… la guerra llama a la guerra, la violencia llama a la violencia”.
Nos unimos a la pregunta del Santo Padre: “¿Qué cosa podemos hacer nosotros por la paz en el mundo?” Oración, penitencia y ayuno, de siempre han sido las armas del pueblo de Dios para impetrar el don de la paz, a través de la intercesión de María, Reina de la Paz.
En el mes de septiembre, la Liturgia presenta tres fiestas marianas, dos de las cuales ya hemos celebrado:
8 de septiembre, Nacimiento de María: el nacimiento de María es la esperanza de toda la humanidad, es ella que nos dona al Hijo de Dios, que enseña al hombre que la paz es el fruto del perdón.
12 de septiembre, Santísimo Nombre de María: recuerda la batalla de Viena del 11 y 12 de septiembre de 1683, donde el ejército de la Liga cristiana, guiada por el Rey de Polonia, Juan Sobieski, quien contrarrestó el avance turco en Europa. La batalla fue ganada en nombre de María, el Beato Marco de Aviano, fraile capuchino y capellán de las armadas cristianas, hicieron poner una imagen de la Virgen de Loreto sobre cada bandera, mientras la incesante oración del Santo Rosario subía al cielo de parte de las mujeres, de los ancianos y los niños.
15 de septiembre, Nuestra Señora de los Dolores: la madre de Dios ha conocido el dolor y la violencia de los hombres que los mataban al Hijo en la Cruz, pero ella, como el Hijo, en su corazón repetía: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”.
La Reina de la Paz asiste al mundo
Benedicto XV en 1918 como agradecimiento por el final de la Primera Guerra Mundial, encargó al escultor romano, Guido Galli, que realizara la estatua de María, Reina de la Paz, que todavía hoy se puede admirar en la espléndida Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
La Virgen María está colocada sobre un trono de mármol policromo, de la cabeza desciende un manto que se desplega en suaves ondas, los vestidos son largos, cerrado sobre el pecho hay un lazo, es adornada de un fino bordado tipo arabesco.
Los ojos de la Virgen están dirigidos hacia abajo, su mirada es triste y severa. Ella alza la mano izquierda hacia lo alto y parece decir: “¡Basta! ¡Ya nunca más la guerra!”.
La mano derecha sostiene dulcemente al Niño Jesús que se encuentra de pie, Él espera una señal de la Madre para dejar caer una ramo de olivo que tiene en la pequeña mano derecha. Al pie del trono una paloma con las alas desplegadas, observa dicho ramo de olivo, lista para tomarlo al vuelo apenas el Rey Niño lo haya dejado caer. A la base del trono, rosas y lilis indican los frutos de la belleza y renovación que sólo la paz divina puede donar.
Contemplando la imagen de María, Reina de la Paz, desde lo profundo del corazón, unámonos al grito de toda la humanidad, implorando: “¡María, Reina de la Paz, ruega por nosotros!”.