En esta semana, 25ª, del Tiempo Ordinario, se nos anima a considerar la importancia de la buena administración de los dones divinos recibidos. No basta reconocer que no los merecemos ni nos los hemos ganado. Se exige fidelidad, honradez, diligencia, trasparencia, bondad, justicia y astucia para poder dar cuenta cabal de los mismos a Dios, al final de nuestros días. El riesgo de una mala administración puede implicar no sólo la retirada de lo dado sino también la pérdida de confianza, de acogida y despido, según nos relata el Evangelio (Lc 16, 1-13). Esto es muy serio.
Podemos preguntarnos si respecto de lo que hemos recibido, y de nuestro trabajo sobre ello, estamos dando el fruto que se espera de nosotros. ¿Estamos rindiendo u ocultando -haciendo trampas- con aquellas partidas de las que debiéramos dar cuenta? Mientras vivamos aquí nos encontramos a tiempo de convertirnos, y de optar por esa claridad que nos falta actualmente en la contabilidad de nuestra vida.
Tenemos, como siempre, la referencia de varios santos durante la semana que nos indican dónde pueden hallarse las claves, para obtener el mejor fruto a nuestra vida y cuadrar mejor nuestro balance.
El viernes 27, con la memoria de san Vicente de Paúl, nos presenta una realidad que tenemos muchas veces marginada o apartada, como en una periferia permanente: la pobreza. Tenemos que atender a los más necesitados con nuestra oración, sí, pero también con nuestro tiempo y dinero. Siendo indiferentes, como de costumbre hace la mayoría, no podemos decir luego que deseamos mayor justicia e igualdad para todos.
El evangelio del lunes 23, con la memoria de san Pío de Pietrelcina, hombre de Dios al servicio de todos, nos avisa que la luz del Señor no puede esconderse, que hay que dar testimonio de Jesucristo con toda la vida, implicándose totalmente.
Por último, tenemos el testimonio martirial presente el jueves 26 con los santos Cosme y Damián, y el sábado 28 con los santos Lorenzo Ruiz y compañeros. Pero dejemos que sea el Martirologio Romano el que nos lo explique:
Santos Cosme y Damián, mártires, que, según la tradición, ejercieron la medicina en Ciro, de Augusta Eufratense (hoy Siria), no pidiendo nunca recompensa y sanando a muchos con sus servicios gratuitos (c. s. III).
Santos Lorenzo de Manila Ruiz y quince compañeros mártires, tanto presbíteros como religiosos y seglares, sembradores de la fe cristiana en Filipinas, Formosa y otras islas japonesas, a causa de lo cual, por decreto del supremo jefe del Japón, Tokugawa Yemitsu, en distintos días consumaron en Nagasaki su martirio por amor a Cristo, pero celebrados en única conmemoración (1633-1637).
El mayor don divino que tenemos es la vida, nuestra alma inmortal. Hemos de dar a Dios lo que es de suyo: nuestro amor y adoración a Jesucristo por encima de todas las cosas. ¿Acaso dudamos que esta obligación primera nos impulsará a dar fruto de los talentos recibidos y cumplir con el resto de nuestros deberes (sociales, políticos, económicos,…)?