Un reino de paz para pobres y sencillos

Catequesis para la familia, semana del 29 de septiembre de 2013

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Durante esta semana, 26ª del Tiempo Ordinario, vamos a estar acompañados por la Palabra de Dios y el testimonio de los santos sobre la pobreza de espíritu y la sencillez de corazón. Partimos -como siempre- del Evangelio dominical. Esta vez se trata de la parábola del rico o epulón, cuyo destino final fue el hades, y del pobre Lázaro que, al final de sus días, se lo llevaron los ángeles al seno de Abrahán.

Siempre serán muy pocas las veces que recordemos el destino de tantos hermanos nuestros que sufren la miseria, porque es necesaria una mayor sensibilización sobre este gran problema. Actualmente el mundo tiene más de mil trescientos millones de pobres (con menos de 1,25 dólares al día, según el Banco Mundial) y la mitad de ellos viven en China, India y Brasil. Hace menos de veinte días, la ONG Oxfam alertaba que 25 millones de europeos más se verán sumidos en la pobreza en el 2025, si las medidas de austeridad continúan. Los pobres de hoy son los Lázaros del siglo XXI, que están echados en nuestros portales, heridos por nuestra indiferencia y egoísmo, con ganas de saciarse de las pequeñas migajas que pocos o nadie les da.

Recordemos que el mismo Señor nos dice: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6, 20); “¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!” (v. 24) y “¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!”(v. 25). Y también: Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él [que, por cierto, celebramos este domingo los santos Arcángeles y el miércoles 2 a los santos Ángeles Custodios, “objeto de la complacencia y manifestación de la gloria del Señor” –según el prefacio de los Ángeles-],… entonces dirá el rey a los de su derecha: Tuve hambre y me dísteis de comer, tuve sed y me dísteis de beber… Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 31.35.40).

Durante esta semana tenemos muy buenos ejemplos de esa solidaridad divina e identificación (Mt 25, 40) con los pobres y sencillos. Hay más, pero quiero destacar dos especiales: san Francisco de Asís y santa Teresa del Niño Jesús.

Comenzamos con el pobrecillo (poverello) y seráfico de Asís, cuya memoria celebramos el viernes 4. Él encontró a Cristo en los pobres y necesitados. Francisco hablaba de la «altísima pobreza» como de su «señora», su «dama», en lenguaje caballeresco. La pobreza, «reina y señora» por disposición divina, aparece como algo esencial en el misterio de Cristo y de la Iglesia, una disposición ineludible para entrar en el Reino, guía y maestra en la ascensión hacia Dios, piedra de toque de la verdadera perfección.

La inocencia y simplicidad, por el camino de la infancia espiritual, nos llega el día 1, martes, de la mano de santa Teresa del Niño Jesús, que se veía a sí misma como una niña, pequeña, impotente, débil e imperfecta. Precisamente por ello tenía la audacia de ofrecerse como víctima al amor de Cristo, como hija de la luz y corazón en la Iglesia.

Pidamos a los ángeles, y a estos dos grandes santos, que nos ayuden a construir activamente ese reino de paz destinado a los pobres y sencillos, desde ya, aquí en la tierra, para poder participar plenamente de su misma bienaventuranza en el cielo.

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Luís Javier Moxó Soto

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