La celebración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad el 3 de diciembre de cada año tiene por objeto ayudar a entender las cuestiones relacionadas con la discapacidad, los derechos de estas personas y los beneficios que se derivarían de su integración en todos y cada uno de los aspectos de la vida política, social, económica y cultural de sus comunidades.
En la actualidad, más de mil millones de personas viven en todo el mundo con alguna forma de discapacidad. Y, desgraciadamente, todavía hay gente que atenta contra su dignidad inherente. Este es el caso que nos ocupa.
Hace menos de un mes, Maximiliano Tresoldi aparecía ante las cámaras de la televisión pública italiana (RAI) para contar su conmovedora historia en el programa ‘La vida en directo’.
Maximiliano sufrió un accidente automovilístico cuando tenía sólo 20 años y quedó paralizado como “un tronco muerto, sin posibilidad alguna de recuperación”. Ese fue el diagnóstico que realizaron los médicos aquel fatídico 15 de agosto de 1991. Es como si alguien hubiera apretado el botón de off de todas las actividades neurocerebrales de este joven italiano, que durante casi diez años no habla, no se mueve y tiene la mirada fija.
Pero en la Navidad del año 2000 sucede algo inesperado. El 28 de diciembre su madre Lucrecia acuesta a Max -así le llaman cariñosamente en casa- como cada noche desde que salió del hospital. En esta ocasión no toma su mano para hacerle el signo de la cruz, porque se siente sin fuerzas: “Mira, esta noche ya no puedo más”, le dice. En ese preciso instante el joven saca fuerzas para consolar a su madre, alza la mano y se santigua él mismo. Después, la abraza. A partir de ese momento, Max comienza a exteriorizar sus sentimientos y emociones. Ha despertado del estado de inconsciencia en el que se encontraba después de casi una década. «El amor de su familia ha sido la terapia más eficaz», dicen los expertos.
Lucrecia recuerda todavía hoy las primeras palabras que dijo su hijo: “Soy feliz, estoy contento de estar con vosotros”. Además, está segura de que Dios tiene un proyecto para él: recordar al mundo que las personas con discapacidad tienen derecho a una vida digna, son fuente de vida y deben ser amadas y respetadas.
Nada más terminar la conexión con la casa de la familia Tresoldi, y ante la atónita mirada de los presentes en el estudio, la periodista Alda D’Eusanio espeta: «Desde aquí hago una llamamiento público a mi madre, para que si me sucede lo que le sucedió a Max, ¡no hagas lo que ha hecho su madre! Volver a la vida sin poder ya nunca ser libre y sufrir y tener esa mirada vacía… Eso no es vida».
Las declaraciones de esta contertulia se ganan instantáneamente la reprobación del presentador del programa, Franco Di Mare, que afirma estar totalmente en desacuerdo con sus palabras y, sin dar opción a más turnos de réplica, da rápidamente paso a publicidad.
Al volver de la pausa publicitaria, los colaboradores ya no están en el plató. Tras excusarse de nuevo por la desafortunada intervención de D’Eusanio, el presentador y la copresentadora, Paola Perego, vuelven a conectar con la madre de Max.
Ya en la casa, la mujer visiblemente enfadada aclara: «Quiero decir a esa señora que yo no he traído de nuevo a la vida a mi hijo, mi hijo siempre ha estado vivo. Y su vida siempre ha sido hermosa, tal y como lo es ahora». Los dos presentadores le repiten que están totalmente de acuerdo con ella y poco después despiden la transmisión.
El programa y la RAI han pedido disculpas tras este lamentable incidente, pero Alda D’Eusanio todavía no se ha pronunciado al respecto.