SITUACIONES
Este miércoles 4 de diciembre se cumplen cincuenta años de que fue aprobada la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, al término de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, que se desarrolló del 29 de septiembre al 4 de diciembre de 1963. Fue el primer documento aprobado. En la primera sesión, del 11 de octubre al 8 de diciembre de 1962, ningún documento se aprobó.
No faltan voces que piden un nuevo Concilio, que podría ser el Vaticano III, para seguir impulsando nuevas reformas en la Iglesia. Sin embargo, muchas personas desconocen lo que fue y lo que prescribió el Vaticano II y no hemos puesto en práctica muchos de sus puntos.
En cuanto a la reforma litúrgica, que ya lleva sus años, los fieles se descontrolan. En un templo se celebra de un modo, y en el vecino de una forma totalmente distinta. Un párroco procura cumplir fielmente lo establecido; llega otro y todo lo modifica. Mientras unos sacerdotes son sólo rígidos rubricistas, que ejecutan meticulosamente los nuevos ritos prescritos, sin ninguna inculturación, otros se sienten tan dueños de la liturgia que la celebran según su personal entender, como si fueran sus dueños y no sus servidores, inventando lo que les parece bien, a veces sin conocer a fondo su teología, su historia, su espiritualidad y su pastoral.
ILUMINACION
Un ejemplo. Dijo el Concilio: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37).
¿Hemos cumplido esto? Nos falta mucho. Algunos siguen pretendiendo una rígida uniformidad, como si el ideal sería celebrar una Misa en un pueblo indígena igual a la celebración en una ciudad capital o en la basílica de San Pedro en Roma. No se conocen las culturas originarias y se siembran sospechas de que todos sus ritos son magia, sincretismo, superstición, y que por ello nada de su cultura se puede asumir en la liturgia. Nos falta, por una parte, un conocimiento más teológico de lo que es la liturgia, y por otra, una sana creatividad para aplicar lo que el Concilio impulsó.
Otro punto central. Dijo el Concilio: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7). “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10). Sin embargo, hay quienes no le dan tanta importancia a la celebración litúrgica, ni a la Misa, menos a la Liturgia de las Horas, y su pastoral está casi exclusivamente centrada en análisis, reuniones, organizaciones, promoción social, todo ello sumamente importante, pero sin el sustento fundamental de la Eucaristía.
En el extremo contrario, están quienes no toman en cuenta lo que también se dice: “La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión… y estimularlos a toda clase de obras de caridad” (SC 9). “La liturgia misma enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo” (SC 10). Se reducen a puros ritos y celebraciones, sin impulsar obras concretas de servicio a los pobres, sin luchar por defender sus derechos, sin alentar su promoción humana integral, sin acercarse con el corazón a los que sufren.
COMPROMISOS
Promovamos iniciativas para que pastores y fieles conozcamos más a fondo esta Constitución y los demás documentos del Concilio. Sería la mejor forma de apoyar la reforma que el Papa Francisco anhela continuar en la Iglesia.