Comentario al evangelio – Domingo de la Sagrada Familia

Obispo auxiliar de San Cristobal de las Casas

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Sirácide 3, 3-7. 14-17: “El que teme al Señor, honra a sus padres”

Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”

Colosenses 3, 12-21: “La vida en familia, de acuerdo con el Señor”

San Mateo 2, 13-15. 19-23: “Toma al niño y a su madre y huye a Egipto”

Con el corazón angustiado cada año han iniciado la búsqueda de sus hijos y familiares por el territorio mexicano. Ya es la Novena Caravana de Madres Centroamericanas Buscando a sus Migrantes Desaparecidos. “Siempre es mejor llorar a un cadáver que permanecer en la eterna duda de lo que les ha sucedido”, han llegado a afirmar. Aunque han encontrado a doce migrantes, regresan con el corazón adolorido y con fuertes acusaciones contra las autoridades mexicanas y los cónsules de los diferentes países centroamericanos: “Las autoridades deberían de estar buscando a nuestros hijos. Nosotros lesentregamos a ellos expedientes de 180 casos de desaparecidos en México y esos papeles sólo sirvieron para engordar a las cucarachas”, dijo una mujer muy molesta.Durante la caravana, que hace la misma ruta de las y los migrantes cuando pasan por México para llegar a Estados Unidos, las madres también recogen testimonios de migrantes que han perdido comunicación con sus familias, rastros y huellas de los seres queridos. Las madres centroamericanas dijeron que se van indignadas y preocupadas al comprobar la inseguridad y violencia que padecen sus familiares en México. “Parece que no saben lo que es amor de una madre y creen que quedaremos en silencio. Son nuestra sangre, nuestra vida, nuestra familia”.

Jesús no fue ajeno a todas las vicisitudes de la familia. Es cierto, era la familia de sus tiempos, con sus problemas, con sus carencias, pero también con sus riquezas, con su estilo y sus límites. ¿Mejor o peor que la familia actual? No podría decirlo. Ciertamente diferente. Nuestra sociedad se sacude por los profundos cambios que están sucediendo en torno a la familia. Hay quienes añoran aquel sabor de familia numerosa, que poco a poco iba introduciendo a los hijos en la sociedad, que educaba. Pero hay quienes se quejan de que las familias antiguas tradicionales eran machistas, autoritarias y coartaban la libertad e individualidad de los hijos y sobre todo de las hijas. Hay quienes afirman que ahora prácticamente no hay familia: hay lazos de sangre, pero los estudios, la migración, los diferentes lugares de trabajo, el empleo creciente de las mujeres, todo contribuye a que sea más difícil la verdadera convivencia. La fragilidad de estos nuevos vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno.

Jesús fue educado, creció, recibió y dio amor, aprendió, trabajó, adquirió unos valores en una familia. Como todo niño judío siguió las tradiciones, las oraciones, los rituales y la educación judía. Los años vividos en compañía de José y María, tanto en Egipto como en Nazaret, no son años perdidos ni simplemente preparatorios, una especie de sala de espera antes de manifestarse en su vida pública. La familia de Nazaret es ya el hogar de revelación, es encuentro con los hombres, es experiencia de vida y ternura, es proyecto salvador, es signo luminoso de Dios con nosotros. Así la familia se transforma en liberadora, en formadora y en escuela de amor. Vivir en familia es vivir en relación, en compañía y en diálogo. Gran parte de la historia de la persona se escribe en la familia. Y muchos se atreven a decir que el futuro de un hombre depende mucho de su familia.

San Mateo nos dibuja a la familia de Nazaret plenamente insertada en la tragedia humana, pero con un referente que la sostiene: la escucha de la voz de Dios. Sus miembros viven los sufrimientos de todo extranjero, el desprecio a los allegados, los peligros de todo migrante, pero los viven en fe, en búsqueda de cumplir su misión, en unión de corazones. Y si los peligros de la migración, del terrorismo, de la trata de personas y la descomposición son graves peligros para la familia actual, lo es mucho más el reto de permanecer unidos, de amar y saberse amados, de convivir en unidad. Es mucho y valioso lo que podemos hacer en la convivencia diaria. Es cierto, debemos ir contra corriente porque una imagen y un mensaje televisivo tienen mucha más fuerza que el consejo y la atención de los padres. Pero ni la televisión, ni la escuela, ni los medios, pueden suplir el afecto, la ternura y la educación que proporcionan los papás. Quizás lo que más duela sea la falta de amor, la indiferencia, familias que no tienen una sonrisa para recibir al hermano, donde se vive en medio de pesados silencios, buscando refugio en la televisión y las distracciones, para no encontrarse con el otro. Sin amor, la carga se hace pesada y se torna insoportable.

Indudablemente que las familias ahora son distintas pero debemos crear la nueva familia con más y mejores oportunidades de verdadero amor y de verdadera comunicación. La emigración, las fuentes de trabajo y toda la movilidad actual nos obligan a plantear una nueva forma de crear relaciones familiares donde se respete el derecho de cada persona, donde se fomente una responsable y sana libertad, donde haya espacio para el diálogo y para compartir la vida. La familia, hoy más que nunca, tiene que ser consciente de que es el mejor medio para transmitir valores. Si antes esto se hacía casi automáticamente, pues se convivía a todas horas dentro del hogar, ahora se necesita implementar espacios más intensos de comunicación y de expresión de cariño y de apoyo a cada uno de sus miembros. La fidelidad a la familia, el respeto a cada uno de sus miembros, la disposición y apertura al servicio, son elementos indispensables para crear la nueva familia y una presencia muy viva de Dios en cada hogar. Y quienes por trabajo, estudios o migración se ven obligados a convivir con quien no tienen lazos de sangre, tendrían que formar una verdadera familia, si no de carne, sí de espíritu.

Hoy los discípulos de Jesús tenemos el reto de crear esa nueva familia con relaciones vivas y amorosas, pero también tendremos que buscar las estructuras que favorezcan familias estables, con seguridad, posibilidades de educación, de casa, de salud. Estamos muy lejos de poder ofrecer lo mínimo para una digna subsistencia. Las graves tragedias de la migración, la trata de personas y las modernas esclavitudes, son un grito angustioso que delata la injusticia de nuestros sistemas. Contemplemos a José en la aventura arriesgada pero amorosa, de cuidar a su familia, contemplemos nuestras familias y descubramos qué nos hace falta para parecernos a la familia Trinitaria, fuente y fundamento de toda familia. ¿Cómo es mi familia? ¿Cómo superamos nuestras naturales dificultades? ¿Creamos espacios de diálogo y comunicación? ¿Nos damos muestras de verdadero cariño? ¿Qué está dañando a nuestra familia?

Señor y Dios nuestro, Tú que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo el modelo perfecto para nuestras familias, concédenos practicar sus virtudes domésticas y estar unidos por los lazos de tu amor, para que podamos ir a gozar con ella eternamente de la alegría de tu casa. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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