La antigua capital imperial del reino de España, Toledo, ha visto pasar por sus calles un río de personas venidas de todo el mundo para contemplar la muestra “El griego de Toledo”, un acontecimiento único.
Por primera vez, se han reunido en esta exposición las más importantes obras de Doménikos Theotokópoulos, apodado El Greco que, tras una juventud aventurada aprendiendo el arte post-bizantino en su Creta natal, y yendo a los principales centros de arte italianos, recaló en esta ciudad de la meseta castellana para no abandonarla ya.
Aquí encontró, en mecenas eclesiásticos y civiles, la admiración y comprensión que sus figuras humanas alargadas, etéreas, espirituales, de colorido riquísimo, no lograron en otros lares. Hubo expertos muy renombrados que se rieron de su arte por la falta de proporciones. Pero es que Theotokópoulos quería expresar otra cosa y encontró las herramientas para ello.
Con el descubrimiento de escritos suyos que explican su concepción del arte pictórico, se ha dado ya hace años la revelación de un artista genial que hacía ver lo invisible, a través muchas veces de un forzamiento del propio cuerpo humano, en posturas que más de un experto de la época calificó de innaturales como poco.
Toledo comprendió al Greco y no le faltaron encargos al pintor que aquí encontró el amor, la familia, abrió su taller, y se integró en el paisaje castellano.
Provenía de una tradición artística muy diversa, aprendida en el arte de los iconos en su Creta natal, entonces parte de la República de Venecia, y en los mejores artistas vénetos y en general italianos. Sus primeras pinturas reflejan su maestría en el arte del icono pero añadiendo ya novedades inspiradas por su fuerte personalidad que, paso a paso que avanzaba en su reflexión pictórica, adquiría osadía y asombraba por usar recursos hasta entonces inéditos.
Quizá una de sus obras cumbre sea “El entierro del conde de Orgaz” o “El caballero de la mano en el pecho”, reinterpretadas por algunos genios del arte del siglo XX.
El rey Felipe II de España no comprendió el arte del Greco ni este logró encargos importantes del constructor del complejo palaciego de El Escorial, en la sierra madrileña. Eso que ganó Toledo, aunque tampoco el cabildo catedralicio fue muy sensible al pintor. Sin embargo, en plena Contrarreforma, se le hicieron encargos de importancia por parte de mecenas burgueses de la capital y provincia manchegas, así como órdenes religiosas y personajes de la nobleza. La tierra de El Quijote entendió perfectamente a este otro “quijote” de la pintura y lo adoptó.
La clausura de esta magna exposición, más de cien obras del artista, llegadas de ciudades de 29 países distintos, ha visto pasar por las salas del Museo de Santa Cruz a 1,2 millones de personas venidas de todo el mundo, superando todos los cálculos de los organizadores. En los últimos cien años, la valoración de El Greco no ha hecho sino aumentar. Es probable que la muestra no haya podido ser prorrogada –las entradas se habían acabado mucho antes de su clausura– por el coste de los seguros de las obras venidas de importantes museos en los que se reparte su obra. Y pasarán años hasta que se pueda ver reunida de nuevo la mayor parte de la obra de Theotokópoulos.
Pero no se acaba el Año Centenario de El Greco. Aparte de esta exposición, en Toledo quedan iglesias, hospitales, palacios en los que se conserva otra obra de Domenicos Theotocopulos. La misma ciudad se ha volcado en acoger a los visitantes, ofreciendo numerosos espacios para la restauración y albergue de los visitantes.
A partir del 9 de septiembre, habrá otra gran exposición: “El Greco: Arte y Oficio”. Y la fundación ad hoc para este centenario anuncia muchas otras actividades, a cuya información se puede acceder a través de:http://www.elgreco2014.com/.
Merece la pena este año hacer un hueco en el tiempo de vacaciones, o en fines de semana, para visitar la ciudad imperial y todo lo que tiene que ofrecer en torno a la figura del griego más universal de la pintura de los años que preludiaban ya la grandeza artística del Siglo de Oro español.