P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: El que no toma su cruz y sigue al Señor, no es digno de Él.
Resumen del mensaje: Hoy el lenguaje de Cristo en el evangelio es duro de oír y de vivir. El seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En tantas ocasiones de la vida nos encontramos ante la encrucijada de opciones contradictorias: aceptar o no la cruz, optar por los valores del evangelio o por los más fáciles de este mundo. Hoy Cristo nos dice que debemos optar por él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la cruz era en tiempo de Jesús la más abyecta de las ejecuciones capitales, que los romanos aprendieron de los cartagineses y éstos de los bárbaros sometidos a las satrapías orientales; torturas exclusivas de esclavos. Tanto que al esclavo se le llamaba “portador de la cruz” (furcifer). En la comedia Miles gloriosus, de Plauto, sale un esclavo y dice: “Sé que la cruz será mi sepulcro; allí están colgados mis antecesores: padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo” (2, 4, 372-373). Le temblaban las carnes a cualquiera con sólo oírlo. Ni idea, pues, puede tener el hombre del siglo XXI de la descarga eléctrica –miedo, repugnancia, escándalo- que les corrió por la espalda a los apóstoles cuando por primera vez le oyeron a Jesús decir: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
En segundo lugar, sabemos que hay cementerios de guerra en Centroeuropa con 2.000, 8.000 cruces idénticas a tresbolillo. ¡Qué pesadilla onírica! Pues, nuestro mundo es una plantación de cruces morales, familiares, sociales, matrimoniales, políticas, diarias, físicas, espirituales. Y en cada cruz, un Cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario derrotado, el condenado a muerte, el mártir de las estructuras injustas sin posibilidad de revolucionarlas, la mujer con la lanza de la traición clavada en el costado, el moribundo por un mal diagnóstico, el hijo muerto por sobredosis de droga, ese muchacho víctima de un pedófilo o pederasta. Los 15 millones de leprosos, los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos humanos, los 4.650 millones de hambrientos, etc. Esto es un oleaje sin fin de sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, desesperación. ¿Por qué, para qué, por qué yo, precisamente yo y ahora, qué sentido tiene, a qué viene…? Y un eco místico en la tarde rebota por valles, almas y siglos: “El que no toma mi cruz y me sigue…”.
Finalmente, preguntémonos, ¿por qué nos da tanto miedo la cruz? ¿Y por qué San Francisco Javier al acercarse en 1542 a las costas de la actual Kenia, al ver en la altura la columna que en 1498 levantó Vasco de Gama, una cruz de piedra roja, escribió: “En verla, sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, viéndola así sola y con tanta victoria entre tanta morería”? Al contemplar este mundo, este campo de cruces, se nos debería ensanchar el corazón porque estamos viviendo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy: “El que no toma su cruz y me sigue…”. Estamos por buen camino. No hay que buscar la cruz, sino soportarla, como hizo Jesús. Más que soportarla, hay que combatirla, como Jesús hizo con sus milagros. Más que combatirla hay que transfigurar la cruz por la aceptación y diálogo con Jesús. Más que transfigurarla hay que liberar la cruz, como Jesús: con ella a cuestas pero no abrumado, clavado pero no desesperado, muerto pero resucitado.
Para reflexionar: ¿Qué estoy haciendo con mi cruz, con esa astilla de la cruz que Cristo me ha participado de su enorme cruz? ¿La he tirado a la cuneta y cargado en los hombros de los demás ? ¿Refunfuño y la lleva a regañadientes? ¿Me he abrazado a ella, uniéndola a la cruz de Cristo para darle valor redentor y expiatorio?
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org