VER
La desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, en el Estado mexicano de Guerrero, así como su posible ejecución, han removido la conciencia nacional. ¿Qué pasa en nuestro país? ¿Cuáles son las causas de estos vergonzosos hechos, que lamentablemente no son únicos? Se han encontrado fosas clandestinas con muchos cadáveres de desconocidos, de quienes no había noticia. Hace años, en San Fernando, Tamaulipas, hicieron algo parecido con migrantes centroamericanos. Esto significa que Ayotzinapa no es un caso aislado. Por la despiadada guerra entre cárteles de la droga, hay asesinatos de toda índole, con un sadismo inaudito. A algunos les cortan la cabeza y la exhiben públicamente. Eso es inhumano, aberrante, señal de una descomposición de las personas y de la sociedad. No valen principios ni sentimientos humanos y cristianos. Y muchos de los autores se declaran creyentes…
Los familiares de los desaparecidos merecen todo nuestro apoyo, pues su dolor en inmenso. Las investigaciones han de aclarar la responsabilidad de autoridades locales y estatales, de la policía y de los grupos criminales. Los verdaderamente culpables han de ser sujetos a los rigores de la ley, para que no sigan en la impunidad. Sin embargo, todos hemos de preguntarnos por qué estamos llegando a estos niveles de maldad, de violencia, de criminalidad. Incluso las legítimas manifestaciones sociales de reclamo por que aparezcan vivos los secuestrados, han degenerado en saqueos y pintas por todos lados, destruyendo cuanto pueden a su paso. ¿Qué significan estos hechos de agresividad social?
Hay jóvenes, casi adolescentes, que son contratados para robar, matar, trasladar drogas y generar desorden. Algunos declaran que no conocieron a su padre, que éste era alcohólico, que les maltrataba, que en su hogar no había armonía. Huyeron de su casa, se dedicaron a lo que fuere y se dejaron encadenar por las redes criminales, con tal de ganar dinero. Si la familia está mal, ¿qué se puede esperar? Sin educación en valores, sin amor y sin disciplina, no hay cimientos sólidos para una buena sociedad. La pobreza y la corrupción están en la raíz de muchos crímenes, pero más de fondo es la falta de educación humana y cristiana, que empieza en la familia. Como Iglesia, también hemos de preguntarnos hasta qué punto nuestra escasa evangelización está también en la raíz de esta ambiente violento e inseguro.
PENSAR
Los obispos mexicanos, en nuestro documento “Educar para una nueva sociedad”, decimos:
“Es básico que cada familia tenga conciencia de su vocación como comunidad educativa, como espacio esencial e imprescindible, sujeto activo, lugar privilegiado y pilar de toda educación humana y cristiana.
La familia, como célula originaria de la sociedad, es la instancia primordial donde se genera y va madurando una verdadera educación, donde los hijos asimilan los valores humanos y cristianos, donde se vive y practica la solidaridad entre las generaciones, el respeto mutuo, el perdón y la aceptación del otro, el amor a la propia vida y a Dios.
Uno de los bienes más preciosos es la presencia de los padres que comparten el camino de la vida con los hijos, transmiten sus experiencias y la sabiduría adquirida con los años. Sólo se puede comunicar una cultura pasando juntos el tiempo y exhortando con un ejemplo convincente. La ausencia del padre puede tener graves consecuencias. Así mismo, es insustituible la ternura y fortaleza de la madre. La familia, la escuela, la parroquia deben buscar hacer sinergia para apoyarse en la tarea educativa de las nuevas generaciones” (No. 64).
ACTUAR
Para no quedarnos en lamentos y culpar a los demás, todos hemos de hacer un examen de conciencia y analizar, con humildad y verdad, qué tanta responsabilidad tenemos en esta descomposición que estamos viviendo. ¿Cómo están nuestras familias? ¿Qué modelos de familia se presentan en las telenovelas, con enorme influencia en la formación o deformación de las conciencias? ¿Qué podemos hacer, desde una evangelización más cristocéntrica y con más dimensión social?