El Día de la Iglesia Diocesana, conocido entre nosotros como la Jornada de “Germanor”, es el único día en que se hace una colecta en las iglesias con el fin de ayudar a cada diócesis u obispado en sus necesidades materiales. Gracias a esta colecta puede funcionar el llamado Fondo Común Diocesano, que es como una caja de compensación por medio de la cual las parroquias con más recursos económicos ayudan a aquellas otras que tienen muchas necesidades pero menos disponibilidades económicas.
Este año, la Jornada de “Germanor” tiene como lema principal «Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios». Y una manera de participar -no la única, sin duda- es ayudar económicamente. Nos guste o no, la Iglesia necesita medios económicos para realizar su misión. Hoy todo proyecto pastoral va acompañado necesariamente de un presupuesto, cualquier pastoral tiene unos gastos.
La Iglesia, sobre todo en esta hora de crisis económica que repercute sobre tantas personas y familias, está llamada a hacer un esfuerzo especial en el ámbito de las necesidades sociales. Está llamada a hacerlo y lo hace. Uno de los objetivos de nuestra diócesis de Barcelona nos invita a todos a ejercer la solidaridad como expresión de la fe cristiana. El papa Francisco nos dice que quisiera sobre todo una «Iglesia pobre y para los pobres», una Iglesia cuyos pastores hagan «olor a oveja», una frase bien gráfica que nos habla de una solidaridad profunda y activa con los sufrimientos y las necesidades básicas de las personas. De todas las personas, sin discriminación.
Me es muy grato expresar aquí mi profundo agradecimiento al esfuerzo que se está haciendo en este sentido en nuestra comunidad diocesana de Barcelona. Son muy numerosas las iniciativas promovidas por parroquias y otras instituciones y movimientos cristianos para ayudar a los más necesitados. El Congreso sobre la acción de la Iglesia en las grandes ciudades, cuya segunda fase celebraremos los próximos días del 24 al 26 de noviembre y que clausuraremos presididos por el papa Francisco en Roma el día 27, ha insistido en que la Iglesia, siempre pero especialmente en las grandes ciudades modernas, donde hay tantas necesidades materiales y espirituales, debe ser una «Iglesia samaritana»; es decir, una Iglesia que, como el buen samaritano de la famosa parábola de Jesús, se acerque a la persona herida y maltratada que ha sido dejada al margen del camino. Lo he comentado en mi última carta pastoral, titulada Una Iglesia samaritana en medio de las grandes ciudades.
Francisco nos pide ser una Iglesia «en salida» hacia las periferias geográficas y existenciales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, para poder hacerlo de una manera constructiva y eficaz, los recursos materiales son importantes. Para obtenerlos, llamamos en este día al corazón de los miembros de la Iglesia para que nos ayuden a garantizar la financiación de las obras religiosas y sociales. Para ello, hemos de ser conscientes de que la Iglesia necesita nuestra ayuda y nuestro compromiso económico.