El cardenal Antonio Maria Veglio, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes inauguró este lunes el VII Congreso Mundial de la Pastoral de los Migrantes que se celebra en Roma del 17 al 21 de noviembre, bajo el tema «Cooperación y desarrollo en la pastoral de las migraciones».
Para iniciar, el purpurado destacó, «incluso si puede parecer una frase evidente», que la migración «continúa siendo una señal de los tiempos, que influye profundamente en nuestras sociedades y que, viviendo en una época de cambios rápidos y sin precedentes, lleva consigo potencialidades y riesgos».
Las migraciones plantean retos específicos a causa de los diferentes problemas de naturaleza social, económica, política, cultural y religiosa que generan, y las distintas emergencias que interpelan a la comunidad internacional, advirtió el cardenal.
Por eso indicó que «el hecho de que muchos migrantes se desplazan a pesar de los persistentes obstáculos», demuestra, una cierta «incompatibilidad entre los enfoques restrictivos y un mundo que avanza hacia una mayor liberalización de otros flujos».
Y dicha incoherencia se puede considerar, «responsable del gran número de inmigrantes indocumentados, así como de la aparición de ciertas áreas de tránsito migratorio en diferentes partes del mundo, como también el ser un terreno fértil para diversos crímenes graves que atentan contra los derechos humanos, es decir, la trata de seres humanos a través de las fronteras».
A propósito, el cardenal adviritió sobre la tendencia de ver al extranjero migrante con recelo y con temor. «En lugar de acogida y solidaridad, los movimientos migratorios suscitan recelo y hostilidad, desconfianzas y prejuicios», precisó.
El cardenal se preguntó ¿cuáles son los aspectos que más se imponen para una lectura cristiana del fenómeno de la migración por motivos laborales? De este modo, ha indicado que el tema de este encuentro porque pone en evidencia dos caminos para seguir: «la cooperación y el desarrollo, en la perspectiva específica de la solicitud pastoral».
En relación a la cooperación y de desarrollo el purpurado habló del aspecto positivo del fenómeno de la migración, inclusive en el laboral; y de los grandes beneficios, «en cuanto invierte nuevas fuerzas creativas y productivas que pueden convertirse en una indiscutible utilidad para el desarrollo». Y añadió que «la inserción de los migrantes en el sector productivo de los países de acogida tiene la capacidad de crear riquezas para los países mismos y, al mismo tiempo, puede ofrecer oportunidades de formación, información, trabajo y retribución para los migrantes». Estos, a su vez, pueden compartir con el país de origen una parte importante de los beneficios recibidos en el país de acogida. Asimismo, recordó que no se debe confundir el desarrollo, sólo en términos de crecimiento económico o de otros indicadores financieros, «como han querido siempre subrayar los Papas».
El verdadero desarrollo de una sociedad o un país -advirtió el cardenal- exige por ello no sólo cambios económicos y estructurales, sino sobre todo cambios profundos en ámbito social y político. Además, destacó que sirven políticas migratorias «que consideren a los migrantes no solo como instrumentos de atracción o de mandarse afuera, de acuerdo a las exigencias, sino como personas a las cuales deben ser garantizados todos los derechos y los efectos que derivan de la residencia y de la ciudadanía».
Por otro lado, observó que los migrantes no tienen solamente necesidades materiales, sino también espirituales, a las cuales «la Iglesia está llamada a responder a través de un cuidado pastoral integral que representa una específica área de acción al interno de la pastoral ordinaria». El punto de partida es siempre, concluyó, «la comprensión de la situación de los migrantes en todas sus dimensiones, a la luz de la Palabra de Dios y de la Doctrina Social de la Iglesia».