De protestas a propuestas

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, sobre las protestas ante el caso Ayotzinapa

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VER

En varias partes de nuestro país se han llevado a cabo manifestaciones de solidaridad con los familiares de los desaparecidos, quizá ejecutados, de la Escuela Normal de Ayotzinapa, y al mismo tiempo de inconformidad con las autoridades. La mayoría han sido pacíficas, pero algunas muy violentas: queman, destruyen, golpean, pintarrajean, ofenden y lesionan derechos de terceros.

De varias formas hemos expresado nuestro apoyo a la exigencia de que, si aún estuvieran vivos los desaparecidos, regresen vivos con su familia. Hemos exigido que se aclare toda la verdad de los hechos, quiénes fueron los responsables, por qué lo hicieron, qué intereses tenían, porque la verdad es la base de la justicia y de la paz social. Sin la verdad de por medio, se desatan acusaciones y falsedades contra quienes nada tuvieron que ver en el asunto, o se hace crecer sin control una desconfianza generalizada a todo tipo de autoridad, lo que genera anarquismo y más violencia.

Pareciera que la violencia se apodera de los espacios públicos y familiares. Manifestaciones, bloqueos carreteros, mítines y marchas, de por sí legítimas y a veces necesarias, degeneran en insultos, golpes, palos, piedras, armas, bombas caseras, destrucción de bienes públicos y privados, enfrentamientos y polarización social. Las peticiones ya no se hacen con documentos, diálogos, planteamientos razonados, sino con amenazas y ofensas de toda índole, muchas de ellas desproporcionadas y sin fundamento.

PENSAR

Los obispos mexicanos elaboramos un documento sobre esta realidad, y entre otras cosas decimos:

¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desaparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o desaparecidos. Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse.

En nuestra visión de fe, estos hechos hacen evidente que nos hemos alejado de Dios; lo vemos en el olvido de la verdad, el desprecio de la dignidad humana, la miseria y la inequidad crecientes, la pérdida del sentido de la vida, de la credibilidad y confianza necesarias para establecer relaciones sociales estables y duraderas.

Creemos que es necesario pasar de las protestas a las propuestas. La vía pacífica, que privilegia el diálogo y los acuerdos transparentes, sin intereses ocultos, es la que asegura la participación de todos para edificar un país para todos.

Todos somos parte de la solución que reclama en nosotros mentalidad y corazón nuevos, para ser capaces de auténticas relaciones fraternas, de amistad sincera, de convivencia armónica, de participación solidaria.

Jesucristo es nuestra paz. Él está presente en su Palabra, en la Eucaristía, en donde dos o más se reúnen en su nombre, en todo gesto de amor misericordioso y en el compromiso por construir la paz en la verdad y la justicia”.

ACTUAR

¿Qué hacer? Los obispos aportamos: “Nos vemos urgidos junto con los actores y responsables de la vida nacional a colaborar para superar las causas de esta crisis. Se necesita un orden institucional, leyes y administración de justicia que generen confianza. Queremos unirnos a todos los habitantes de nuestra nación, en particular a aquellos que más sufren las consecuencias de la violencia, acompañándoles, en su dolor, a encontrar consuelo y a recuperar la esperanza.

Con esta certeza, redoblaremos nuestro compromiso de formar, animar y motivar a nuestras comunidades diocesanas para acompañar espiritual y solidariamente a las víctimas de la violencia en todo el país. A colaborar con los procesos de reconciliación y búsqueda de paz. A respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un auténtico Estado de Derecho en México. A seguir comunicando el Evangelio a las familias y acompañar a sus miembros, para que se alejen de la violencia y sean escuelas de reconciliación y justicia”.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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