Este domingo en que empezamos el tiempo de Adviento, es decir, el camino de preparación espiritual para la celebración de la fiesta de Navidad, quisiera hablar de la vida religiosa y su importancia para la vida de la Iglesia y para el bien de nuestra sociedad.
Recientemente ha estado en Barcelona un arzobispo que es también religioso franciscano. Es de Galicia. Los superiores de las órdenes y las congregaciones más importantes de la Iglesia católica lo eligieron presidente de su organismo coordinador -la Unión de Superiores generales de las órdenes y las congregaciones- y el papa Francisco, como asumiendo esa confianza de los superiores mayores, lo ha nombrado arzobispo y lo ha puesto como segundo responsable -después del cardenal prefecto, el brasileño Joao Braqz de Aviz- de la Congregación para los Religiosos de la Curia romana.
Este arzobispo dijo, durante su visita a Barcelona, que cuando recibe a los obispos que hacen la visita ad limina quinquenal y llega el momento de hablar de los religiosos, les dice a los obispos: «¿Se han preguntado qué serían sus diócesis sin la presencia de los religiosos y las religiosas y de sus obras?» Esta es una pregunta que nos deberíamos hacer todos, y puedo decir que personalmente me la he hecho y me la hago a menudo, porque estoy muy convencido de que los religiosos y sus obras son un gran bien no sólo para la Iglesia sino también para toda la sociedad.
Recuerdo esto porque este domingo empezamos el que se ha denominado Año de la Vida Religiosa: las celebraciones se prolongarán durante todo el 2015 y hasta el 2 de febrero de 2016, fecha en que se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Es verdad que muchas instituciones de vida consagrada encuentran dificultades entre nosotros por falta de vocaciones. En otros lugares de la Iglesia no se da esta falta como entre nosotros. ¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, estimar este don de Dios para la Iglesia y para el mundo que son los hombres y las mujeres que, por amor a Dios y a los hermanos, viven más radicalmente la exigencia del bautismo y siguen radicalmente a Jesús en la castidad, la pobreza, la obediencia y la vida en común. Ellas y ellos han escuchado la invitación del Señor que dice: «Ven y sígueme».
El papa Francisco, que como jesuita procede de la vida religiosa, nos propone la celebración de este Año dedicado a la vida consagrada porque comprender esta vocación y este estilo de vida nos ayuda a comprender la naturaleza íntima de toda vocación cristiana y la aspiración de toda la Iglesia, que, como esposa de Cristo, tiende hacia la unión con su único Esposo y hacia el cumplimiento de su voluntad.
La vida consagrada es un don precioso y necesario también para nuestro tiempo y para el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión.