La vida del padre Ignacio Mª Doñoro cambió hace unos veinte años al ver morir a niños por desnutrición en las montañas de Panchimalco (San Salvador). Algunos de estos pequeños eran vendidos para traficar con sus órganos. En Bogotá, vio también a muchos menores vagando por las calles, drogándose con pegamento. Conoció a chicos que se ganaban la vida ingiriendo gasolina, para luego encenderla en sus bocas, y así poder llamar la atención y pedir unas monedas en los semáforos. Sufrió lo indecible al entrar en contacto con estos niños sometidos a abusos de todo tipo. Al conocer estas situaciones de extrema miseria moral y material, a este sacerdote español no le quedó otra opción que pedir una excedencia como capellán militar y fundar en Puerto Maldonado (Perú) el Hogar Nazaret para vivir pobre entre los pobres. En esta entrevista con ZENIT, el padre Ignacio comparte su testimonio vital e invita a los lectores a dejarse sorprender por el Niño Dios. «El Amor puede vencer, si dejamos hacer al Creador», destaca. «El Reino ya está entre nosotros», recuerda.
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Usted se dedica a rescatar a niños en las puertas del infierno y ayudarles a recuperar su dignidad robada. ¿De dónde saca las fuerzas?
– P. Ignacio Mª Doñoro: Bueno, soy sacerdote. Me dedico a mi ministerio de forma un tanto peculiar. Sacerdote que intenta servir a los más pobres y después celebra el Misterio.
Jesús, antes de la Cena Pascual, se ciñe el vestido y lava los pies a los discípulos…
Lavar ropa, cambiar pañales, fregar suelos, contagiarme inevitablemente de las enfermedades de los niños, y después agotado, celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, donde cedo el puesto a Cristo y soy sus labios, su voz, sus gestos, alter Christus… Es otra dimensión que no sabría explicar. Estar a los pies de los niños crucificados siendo sacerdote es un gozo indescriptible.
¿De dónde saco las fuerzas? De la Santa Misa. No solo yo, sino todos los niños. Su presencia se palpa constantemente. Dios, el que más da y menos recibe, el que más ama y no es correspondido, el más pobre entre los pobres, vive con nosotros.
¿Cree que a la vieja Europa le cuesta oír el grito de los ‘niños crucificados’, el grito de Cristo en la cruz?
– P. Ignacio Mª Doñoro: Ahora ya nos podemos comunicar con cualquier lugar del mundo, recibir novedades en tiempo real. Hay tráfico de seres humanos en demasiados puntos del planeta, incluso en lugares donde creemos que ha llegado el Evangelio…
Efectivamente se escucha su grito desde la cruz en la selva del Amazonas. Imposible no escuchar el clamor. Imposible no ver en los rostros de los niños el rostro de Jesús. Es como si Dios mal disfrazado se presentara vestido de niño roto, pidiendo socorro.
Hay tanta bondad en las personas. Tantos deseos de defender la dignidad de la vida humana y erradicar genocidios como este… Estoy convencido de “que no hacemos algo porque no conocemos”. Desearía que esta página web (www.hogarnazaret.es) no nos dejara indiferentes. Podemos colaborar en este sueño de Dios.
El Amor puede vencer, si dejamos hacer al Creador. Nos da la oportunidad. El Reino ya está entre nosotros.
Hace más de dos mil años el Niño Jesús vivió en Palestina. ¿Ahora vive en el Hogar Nazaret de Puerto Maldonado?
– P. Ignacio Mª Doñoro: Así lo sentimos. Y es en el Hogar Nazaret donde el Niño Dios, el niño crucificado, crece y cura sus heridas físicas y morales. Dicen los que visitan el Hogar que llama la atención el amor de familia que se respira en el ambiente.
¡Tengo la suerte de abrazar el rostro del Señor! Tomarlo en brazos, dar de comer a mi Niño Dios, amar. Defender los derechos que les fueron arrancados a los niños más pobres entre los pobres, compartiendo su suerte, es proteger a Dios.
En el Hogar, acudimos constantemente a la Santísima Virgen. El día transcurre lleno de avemarías. Muchas veces, fue su propia madre la que los arrojó a esta situación.
Jesús ha escogido para todos nosotros una Madre, María. Ella desea que sostengamos a su Hijo en el Hogar Nazaret. Te invito a que sientas esta Navidad la piel de Dios en tu mejilla… El Niño desea mecerse en tus brazos. Dale el dedo, agarrará tu mano. Acaricia su pelo. Deja que te sorprenda. El Salvador duerme, reposa en ti; y tú descansas en Él. Puedes abandonarte totalmente, sabiendo que «para los que aman a Dios todo es para bien» (Rom 8, 28).
Seguro que tendrá anécdotas inolvidables. Por favor, cuéntenos alguna.
– P. Ignacio Mª Doñoro: Su nombre es… mejor le llamaremos Pedro, para preservar su intimidad.
La madre había muerto hace un par de años, al padre nunca lo conoció. Tenía once años pero, por su baja estatura, parecía tener cinco. El rostro estaba lleno de heridas purulentas, andaba cabizbajo, arrastrando los pies. Le costaba hablar.
La madre vendió al niño por un par de cajas de cerveza a una perturbada que lo encerró donde criaba cerdos. Pedro vivió cinco años atado a una cuerda, comiendo la comida de los marranos.
Al llegar al Hogar Nazaret, poco a poco fue curando las heridas. Su cara cambió por completo. Aprendió a comer. Costó tiempo enseñarle a andar. Todavía más enseñarle a abrazar. Hablaba español con dificultad pues su lengua era el quechua. Conseguí escolarizarlo. Por primera vez celebró su cumpleaños, se bautizó, hizo la primera comunión… Aunque llamaba la atención por su corta estatura, aparentemente era un niño normal.
Pero Pedro no lograba arrancar el dolor de su alma. Cada vez que entraba alguien en casa, contaba su historia lleno de rabia: “Mi mamá era borracha, me vendió por 300 soles. Cuando murió y abrieron el cajón, no lloré porque la odiaba. Me vendió a una seño mala siendo bebito”.
Un domingo, por la mañana, estaba solo en la cocina y entró Pedro radiante:
—Padre, no se imagina lo que me ha pasado. He soñado con mi mamá.
—Pedro, tienes que perdonar, hay que botar ese dolor.
—Padre, mi mamá en el sueño estaba muy guapa. Y me ha dicho: “Hijo mío perdóname estaba enferma, yo no sabía que esa señora te iba a tratar así.”
—“Sí mamá, te perdono”. “El padre me ha explicado que el alcohol es una enfermedad, estabas enferma.”
—“Hijo, ¿qué vas a ser de mayor?”
—“Quiero ser sacerdote, mamita.”
—“Pero, para eso hay que estudiar mucho”.
—“Estoy estudiando harto. Te quiero mamita”.
Desde ese día, Pedro empezó a crecer por dentro y por fuera. Se esfuerza en sus estudios. Siempre está contento. La directora del colegio dice que es el niño más feliz que ha conocido. Sus compañeros le adoran.
El perdón nos reconcilia con nosotros mismos, nos libera. Se aprende a amar amando.
Dios sigue haciendo milagros, ¿verdad?
– P. Ignacio Mª Doñoro: El primer milagro es que Dios me ha abierto el camino en la antesala del infierno y lleva esperanza a los pequeños. Incluso vivimos de la caridad de los marginados. Son los pobres los que saben qué es pasar necesidad.
Al principio sorprendía como aparecían en el momento exacto las personas que necesitábamos, o llegaba sin explicación el saco de arroz o frijol.
No solo a nivel material sino en un sentido más profundo, la Providencia me enseñó a quitar ansiedades, aun cuando la precariedad en la que vivimos es extrema. No soy yo el que dirige el Hogar Nazaret, sino tan solo un mal secretario. Él se encarga de su casa.
Hay un milagro continuo que no deja de sorprender: los niños gradualmente asumen su situación anterior, consiguen perdonar y perdonarse. Aquello que les sucedió es un aliciente para ser
mejores y tener un temple especial para amar.
¿Qué le gustaría pedir al Señor por Navidad?
– P. Ignacio Mª Doñoro: Que sea fiel. Nada más le puedo pedir. Solo, adorar su misterio de amor con los más pobres, eligiendo el último puesto.
A los que buscan a Dios, les suplico que se adentren en su Corazón. Que se dejen seducir por el grito de Cristo desde la cruz, que comparte con los pequeños.