De acuerdo con el Informe de Población de la Mahidol University hay más de 50.000 niñas menores de 15 años y 100.000 menores de 18 años sometidas a la prostitución infantil, vendidas a los prostíbulos de Bangkok y Pattaya donde son maltratadas e incluso mutiladas para que no puedan escaparse. Y contra este drama en Tailandia lucha la ONG ‘Somos Uno’
Hace 12 años el escritor español y premio Planeta, José Luis Olaizola, recibió una carta de una profesora de español de la universidad de Bangkok en la que le pedía los derechos de autor de una novela suya, Cucho, pero ella le explicó que no le podría pagar. Esta mujer se llama Rasami Krisanamis. Olaizola le cedió los derechos y gracias a ello se pudo construir una escuela. Y así comenzó a estar en contacto con esta profesora: ella fue a España, le invitó a ir a Tailandia a dar una conferencia y allí conoció a la “verdadera estrella” de este asunto, el padre jesuita Alfonso, que lleva 40 años en Tailandia luchando contra todos los dramas que allí padecen. Cuando José Luis le conoció estaba luchado en concreto contra la prostitución infantil. Olaizola le ha contado a ZENIT como esto le dejó sobrecogido y ha explicado cuál es la labor que desempeñan en Somos Uno.
Al poco de conocer al padre Alfonso, Olaizola vio en él su alegría porque una azafata le había dado 100 euros. Y le preguntó al jesuita, ¿cómo te alegran tanto 100 euros con el drama y la necesidad que hay aquí? El Padre Alfonso le contestó: “José Luis, por lo menos UNA”.
De este modo, Olaizola regresó a España, dio alguna conferencia sobre el tema, escribió algún artículo y comenzó a ver una respuesta generosa de la gente. Empezó a entrar mucho dinero y “no me quedó más remedio que constituir algo”. Y así nace esta ONG, “artesanal y familiar”, porque está formada por él y su familia -mujer e hijos-. Y de este modo “llevamos 12 años luchando”.
Cuando José Luis conoció al padre Alfonso tenía escolarizadas 150 niñas y ahora ya tienen 2000, de las cuales 200 están en la universidad. “Que una niña de los arrozales de Camboya, lo más ínfimo de la sociedad tailandesa, ‘carne de prostíbulo’; entre en la Universidad es, poco a poco, ir cambiando el mundo”, afirma el escritor.
Explicando algunos detalles más concretos sobre la labor que desempeñan, el escritor español indica que “como dice el padre Alfonso, donde tenemos que volcarnos es en detectar niñas en grave riesgo de caer en la prostitución”. Y ¿cómo? Pues las hijas de prostitutas, hijas de madres que han muerto de SIDA, que dependen de una abuela anciana que las puede vender a la mínima, o de una tía mayor… Así es como se pueden encontrar allí a niñas de 13 años que están ya en la llamada “industria del sexo”. Por tanto, la verdadera lucha está con las que están en grave peligro de caer en la prostitución.
Y bastan 100 euros para poder escolarizar a una niña. Olaizola explica que las escolarizan normalmente en el lugar más cercano a su residencia para no desarraigarlas. Y ese dinero sirve para libros, uniformes y la media pensión en muchos casos.
Además, el escritor destaca el “seguimiento que el padre Alfonso y su equipo hacen a las 2000 niñas, las tienen perfectamente localizadas, se preocupan de sus problemas personales”. No son niñas ‘innominadas’, tienen su nombre, sus circunstancias y se les ayuda como se puede.
Al preguntarle a Olaizola qué hizo que se implicara en esta labor, cuenta que en su primer viaje a Tailandia, Olaizola conoció una niña que tenía catorce años. Se llamaba Ama. Decidió prender el burdel en el que vivía retenida y cuando la policía le detuvo y le preguntó por qué lo había hecho, les contestó: “Sería feliz de morir abrasada si conmigo moría también el dueño del burdel”. Y así entendió el drama de estas niñas, que muchas acaban con SIDA, con una muy bajo concepto de sí mismas. La indefensión en la que están estas niñas, le llegó al corazón. Cuando empezó todo, y vio la generosa respuesta de la gente entendió que Dios le estaba pidiendo que hiciera algo, “que no podía quedarse de brazos cruzados”. Y “me he ido implicando cada vez más al darme cuenta que hay unas posibilidades de ayudar que no tienen otras personas”, asegura el escritor.
Un rasgo característico de esta labor, es la interreligiosidad. Tal y como explica el escritor, Rasami Krisanamis es budista, tailandesa de origen chino que pertenece al movimiento budista Santi Asoke. Es una colaboradora fidelísima del padre Alfonso. De este modo, un jesuita, una budista y un padre de familia, están ayudando a las niñas de Tailandia. A veces José Luis le dice al padre Alfonso que no entiende cómo puede conseguir mandarle tanto dinero, a lo que el jesuita contesta: “son los ángeles de la guarda de las niñas”.
El sábado 20 de diciembre, gala en Madrid con la bailaora Pilar Domínguez y su Escuela de danza -con fila CERO- cuyos fondos se dedicarán íntegramente a la lucha contra la prostitución en Tailandia. Cualquier ayuda es bienvenida en la c/c 2038 2495 31 6000192025.
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