El hombre actual, a pesar de estar apasionado por la ciencia y la técnica -y distraído por los sorprendentes productos que esta última produce- tiene necesidad del mensaje de Navidad y puede ser sensible a él. Porque esta fiesta nos lleva a la contemplación de un misterio sorprendente y gozoso: que Dios creador y omnipotente es sobre todo amor y que ese amor lo lleva a hacerse para nosotros un niño pobre y humilde.
Vivir escuchando la Palabra del Evangelio es para toda la Iglesia el fundamento de su esperanza y la base de su renovación. El papa Francisco desea una reforma de la Iglesia, pero para hacer una Iglesia «en salida misionera», una Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza. Esta es la Buena Nueva que nos gustaría que llegara a todos esta Navidad.
Sin embargo, no podemos olvidar que la tarea misionera tiene necesidad de unas motivaciones espirituales, como nos recuerda el papa Francisco en su documento titulado precisamente La alegría del Evangelio. Quizás sólo los místicos sean capaces de captar el sentido espiritual más profundo de la Navidad, que es un mensaje de amor. Toda la Navidad está empapada de amor. Santa Catalina de Siena, una de las patronas de Europa, lo expresaba con estas palabras hechas oración gozosa: «Tú, oh Dios, empujado por tu amor, por tu voluntad de reconciliar por la gracia el linaje humano contigo, nos diste la palabra de tu Hijo Unigénito, que realmente fue conciliador y mediador entre tú y nosotros».
La santa no podía comprender que se pudiera permanecer insensible a este mensaje cuando se hacía la pregunta: «¿Qué corazón será tan duro que se pueda conservar intacto, sin romperse, si considera que tanta alteza bajó a una profundidad y humildad tales como las de nuestra humanidad?» Y aún se preguntaba ante Dios cuál fue la causa de la Navidad, y se respondía así: «La causa fue sólo vuestro amor inefable».
Sí, realmente, el mensaje de Navidad, como ya he dicho, está empapado de amor. Por eso ha calado tan profundamente en el corazón de la humanidad. Este año es el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, que me lleva a recordar un hecho tan insólito como significativo que se produjo con motivo de la Navidad: en algunos lugares, combatientes de los dos bandos del frente salieron de sus trincheras para confraternizar los unos con los otros.
San Juan evangelista lo dice con estas palabras: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Deseo que la fraternidad y la paz de Navidad puedan llegar a todos los hombres y las mujeres de buena voluntad. ¡Santa y gozosa Navidad a todos!