Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.
El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús «les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (v. 22).
¿Qué significa «con autoridad»? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cfr. Mc 1, 23-26).
Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y «ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!» (v. 25). Sólo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes permanecen asombrados: «Pero este hombre, ¿de dónde viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!» (v. 27). La Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra, bien.
El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.
Nos lo sugiere también el mismo pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: «Su fama –la fama de Jesús– se extendió inmediatamentee por todas partes, en los alrededores de Galilea» (v. 28). La nueva doctrina que Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza competente y la acción liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
¡Acordaos siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida! No os olvidéis de esto. Él es la Buena Nueva, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. Por eso os pido siempre que tengáis un contacto cotidiano con el Evangelio, que leáis cada día un fragmento, un pasaje, que lo meditéis y también que lo llevéis con vosotros a todas partes: en el bolsillo, en el bolso… Es decir, que os alimentéiss cada día de esta fuente inagotable de salvación. ¡No os olvidéis! Leed un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vita, cambia el corazón.
Invoquemos la materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores competentes del Evangelio de Jesús».
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
<em>Angelus Domini nuntiavit Mariae…
Al concluir la plegaria, el Pontífice anunció un nuevo viaje apostólico a Bosnia y Herzegovina:
«Queridos hermanos y hermanas,
deseo anunciar que el sábado 6 de junio, si Dios quiere, voy a ir a Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Os pido que desde este momento recéis para que mi visita a esas queridas poblaciones sea un estímulo para los fieles católicos, suscite fermentos de bien y contribuya a la consolidación de la fraternidad y de la paz, del diálogo interreligioso, de la amistad».
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
«Saludo a los presentes, llegados para participar en el IV Congreso Mundial organizado por Scholas Occurrentes, que se llevará a cabo en el Vaticano del 2 al 5 de febrero, sobre el tema «Responsabilidad de todos en la educación para una cultura del encuentro».
Saludo a las familias, las parroquias, las asociaciones y a todos los que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, a los peregrinos del Líbano y Egipto, los estudiantes de Zafra y Badajoz (España); los fieles de Sassari, Salerno, Verona, Módena, Scano Montiferro y Taranto».
El Obispo de Roma se refirió también a la Jornada por la Vida en Italia:
«Hoy se celebra en Italia la Jornada por la Vida, que tiene como tema «Solidarios para la vida». Dirijo mi aprecio a las asociaciones, a los movimientos y a todos aquellos que defienden la vida humana. Me uno a los obispos italianos para solicitar «un renovado reconocimiento de la persona humana y un cuidado más adecuado de la vida, desde el concebimiento hasta su fin natural» (Mensaje para la 37 Jornada nacional para la Vida).
Cuando nos abrimos a la vida y se sirve a la vida, se experimenta la fuerza revolucionaria del amor y de la ternura (cfr. Evangelii gaudium, 288), inaugurando un nuevo humanismo: el humanismo de la solidaridad, el humanismo de la vida.
Saludo al Cardenal Vicario, a los docentes universitarios de Roma y a cuantos están comprometidos en promover la cultura de la vida».
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
«Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!»
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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