La globalización de la solidaridad

‘Palabra y Vida’ del arzobispo de Barcelona

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Un año más, al principio de febrero, «Manos Unidas» nos habla del problema del subdesarrollo y de una de sus manifestaciones, el problema del hambre en el mundo. El lema de esta campaña de 2015 hace hincapié en el protagonismo de cada ser humano como persona y como ciudadano. Dice así: «Luchamos contra la pobreza. ¿Te apuntas?»

Cuando los ciudadanos se implican y se comprometen se siembran gérmenes de esperanza que, tarde o temprano, darán el fruto esperado. Ciertamente, el futuro del mundo depende del compromiso de cada uno de los miembros de la humanidad.

Hoy se vive un proceso de globalización que los últimos años se va acelerando. Hay que decir, sin embargo, como nos recordó el papa Juan Pablo II, que hoy en día están globalizadas la economía y las finanzas pero no la solidaridad. La globalización económica no va acompañada de una globalización social suficiente. Tenemos un mundo cada vez más interconectado, más informado sobre lo que ocurre en todas partes, pero a pesar de ello esta interconexión desgraciadamente no comporta más solidaridad o no la comporta en la medida que haría posible la solución de los problemas del desarrollo, la falta de educación y las carencias en la alimentación y en la promoción de las mujeres.

La Iglesia ofrece una alternativa pidiendo el compromiso de todos para hacer realidad una globalización de la solidaridad. El papa Francisco, en la línea de sus antecesores –sobre todo Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI-, ha hecho una fuerte llamada a trabajar en la solución del problema del hambre en el mundo, sobre todo con ocasión de su visita a la sede romana de la FAO, el organismo de las Naciones Unidas dedicado a los problemas de la agricultura y la alimentación, y reiteró este llamamiento en su reciente visita al Parlamento Europeo, en Estrasburgo.

La doctrina social de la Iglesia da unos principios éticos fundamentales en los que debería basarse la globalización, como la solidaridad y la subsidiariedad. La Iglesia reitera la centralidad de la persona humana en la sociedad y su capacidad de buscar el bien y la justicia. Esto exige respetar las cosas que no pueden estar sometidas a la ley de la oferta y la demanda, empezando por el derecho a la vida, y a una vida digna.

La globalización no debe ser soportada como una fatalidad ni celebrada como una panacea. Es una evolución socioeconómica, política y cultural que debe ser orientada con el compromiso de todos, de modo que pueda aportar a la mayoría de personas y especialmente a las más pobres, los frutos de la justicia y de la solidaridad.

En esta línea trabaja esta ONG católica que es «Manos Unidas», y por ello, un año más, pido que pueda recibir el apoyo económico de las personas y las instituciones que sienten la responsabilidad de promover la solidaridad en favor de los derechos fundamentales de las personas.

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Luís Martínez Sistach

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