Con su extraordinaria capacidad de expresar gráficamente y de manera muy clara su pensamiento, el papa Francisco ha escrito que «hay cristianos cuya opción parece la de una Cuaresma sin Pascua». Recuerdo ahora esta frase suya, que encontramos en La alegría del Evangelio, su documento programático, porque con el Miércoles de Ceniza iniciamos precisamente el camino de Cuaresma que nos debe llevar a la celebración de la Pascua, la principal fiesta del año cristiano y el centro de todas las otras fiestas.
Cuando ya eran evidentes los aires de confrontación entre Jesús y algunos de los fariseos y maestros de la Ley judía, éstos -según nos cuenta el Evangelio- le hicieron una pregunta acusatoria a Jesús: «¿Cómo es que tus discípulos no siguen la tradición de los mayores, sino que comen con las manos impuras?»
Jesús, a partir de una cita del profeta Isaías, los acusa de hipócritas porque honran a Dios con los labios pero mantienen alejado su corazón, que para la Biblia es el núcleo fundamental y el centro de la persona. El fariseísmo es una tentación constante de toda práctica religiosa si ésta se apoya sólo en el cumplimiento de la letra, en la formalidad, en la apariencia e ignora el fondo, la esencia, el valor profundo y pedagógico de las prácticas. De este modo, es fácil caer en la hipocresía y en un sentimiento de falsa superioridad moral sobre los demás, tan magistralmente ilustradas por Jesús en la parábola del fariseo y el publicano con en estas palabras: «Te doy gracias, oh Dios, porque no soy como los demás hombres, ni como ese publicano…»
La liturgia del Miércoles de Ceniza es una muy buena terapia contra la tentación del fariseísmo. Y lo es precisamente con unas palabras que nos hablan de la actitud interior y la discreción espiritual con la que tenemos que vivir las tres prácticas propias de los tiempos de Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. En el Sermón de la Montaña, la carta magna del cristiano, Jesús nos dice: «Cuando oréis -oración- no lo hagáis como los hipócritas»; «Cuando ayunéis -ayuno- no pongáis cara triste»; «Cuando des a los que lo necesitan-limosna-, no lo vayas pregonando…» Y añade: «Os aseguro que ya tienen la recompensa. Tú, cuando ayunes, lávate la cara y ponte perfume para que la gente no sepa que ayunas, sino sólo tu Padre, y él, para quien no hay secretos, te recompensará.»
El Señor dice por medio del profeta Isaías que el ayuno que le complace es el que libera a los que están encarcelados, desata las correas del yugo, deja libres a los oprimidos y trocea yugos de todo tipo. «Comparte tu pan con el hambriento, viste a quien va desnudo. No los rehúyas, que son hermanos tuyos. Entonces brillará como el amanecer tu luz, y tus heridas se cerrarán al momento”. Amor y solidaridad frente a formulismos vacíos; realidad frente a apariencias. Sin hipocresías ni engaños. Lo expresa de una manera contundente el profeta Joel, a quien escucharemos el próximo miércoles: «¡Rasgad los corazones, no las vestiduras!»