Amor o Indiferencia

Reflexión del obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Este miércoles empezamos en todo el mundo la Cuaresma, que es un tiempo propicio para reorientar nuestra vida, para reafianzarnos en el camino del bien, o enderezar lo que estamos haciendo mal. Sin embargo, hay personas que se imaginan que nada está mal en sus vidas, y muchas otras a quienes nada les importa este tiempo cuaresmal.

En un programa de radio que tengo, en que me consultan sus dudas, una señora me preguntaba si era bueno su proceder, porque hace 18 años se casó por la Iglesia y, desde entonces, no se ha vuelto a confesar, pero sigue comulgando. Le decía que si su conciencia nada le reprocha, que pregunte a su familia y a sus vecinos, quienes le pueden ayudar a descubrir algunas posibles fallas y pecados.

¿Hay necesidad de conversión en nuestras familias y comunidades? ¿Va por buen camino nuestra patria, o hay algo que cambiar? Ahora que ya empezaron las campañas electorales de los partidos, todos ofrecen cambios y mejoras para la población, pero ¿hay confianza en ellos, o sólo se les usa para acomodarse en un puesto? Mucha gente va a los mítines a ver qué les regalan, no a analizar propuestas de gobierno.

Hay muchas cosas que están mal: asesinatos, desapariciones, robos, corrupción, envidias, mentiras, secuestros, extorsiones, etc., y de esto no podemos culpar sólo a los gobiernos, pues las familias, la sociedad y las mismas iglesias no estamos exentos de responsabilidad. Pero lo peor es la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. Nos preocupamos por estar bien y que a nuestra familia nada le falte, pero no nos interesa el dolor ajeno. Le echamos la culpa al gobierno y a los demás; nos imaginamos que nosotros nada tenemos que hacer en remediar las penas de los pobres y de los indefensos.

PENSAR

El Papa Francisco, en su mensaje para esta Cuaresma, nos dice: “Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: Yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.El pueblo de Dios tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.

En Cristo no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

ACTUAR

Tú y yo, ¿qué podemos hacer para no contagiarnos de la indiferencia hacia los que sufren? El mismo Papa nos dice: Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

Estamos saturados denoticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

Podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Tener un corazón misericordioso que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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