Ofrecemos a nuestros lectores un texto del Prof. Jose Luis Gutierrez, del Instituto de Liturgia Pontificia, de la Universidad de la Santa Cruz, sobre el origen y significado de la Cuaresma, que ZENIT ha acortado por motivos de espacio.
El tiempo de cuaresma
La celebración de la pascua de Cristo, centro de convergencia del decurso de la historia salvífica, constituye la fiesta primordial del año litúrgico.
De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtiera la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y el ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado previos al domingo de pascua.
La primitiva celebración de la pascua anual conoció la praxis de un ayuno el vienes y sábado previos al domingo de dicha conmemoración. A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolica, documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela.
Por otra parte, en el siglo III la Iglesia de Alejandría, de hondas relaciones con la sede romana, vivía ya una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.
De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros testimonios de una estructura orgánica de este litúrgico.
En la formación y desarrollo de la institución cuaresmal, influyeron las exigencias del catecumenado y de la disciplina penitencial canónica. Como el periodo de preparación intenso para recibir los sacramentos de iniciación o reconciliación se prolongaba durante seis semanas y duraba cuarenta días, recibió el nombre de quadragesima o cuaresma.
Hacia finales del siglo V, el miércoles y viernes previos al primer domingo cuaresmal comenzaron a celebrarse como si formaran parte del periodo penitencial. Dicho miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el ordo regulado por la disciplina canónica. Cuando esa institución litúrgica desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad de fieles: tal es el origen del miércoles de ceniza.
Con el correr de los siglos, se hizo perceptible un proceso de alargamiento del periodo cuaresmal. Tal praxis de anticipación del ayuno no es exclusivamente romana, pues se encuentra también en Oriente y en otras iglesias occidentales. Probablemente se trate de una práctica originada en la ascesis monástica. En cualquier caso, durante el siglo VI, la semana precedente al primer domingo de cuaresma se dedicaba en Roma, ya por entero, a la preparación pascual.
El significado teológico de la cuaresma es muy rico y profundo
Toda la tradición occidental inicia la cuaresma con la proclamación del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el periodo cuaresmal constituye, por ello, una experiencia de desierto, que como en el caso del Señor se prolonga durante cuarenta días.
Otros simbolismos bíblicos enriquecen el número cuarenta. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación para la misión recibida por la propia vocación: cuarenta días de Moisés y Elías previos a su encuentro con Yahvé; cuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su ministerio público… En este sentido, la cuaresma es un periodo de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales mediante los sacramentos de iniciación o de reconciliación.
Por último, la cuarentena es una expresión de la historia presente antes de la definitiva llegada del Reino. Así lo manifiestan los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el desierto del Sinaí. Pero si bien ninguno de los israelitas, ni siquiera Moisés, pudo superar la prueba y entrar en la tierra prometida, la Iglesia, en unión con Cristo, participará de su misterio pascual, compartiendo la experiencia de la victoria sobre la muerte y el pecado, para alcanzar al final de los tiempos la patria definitiva, el Reino de los cielos.
La reforma promovida por el concilio Vaticano II señala que la cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para las solemnidades pascuales en un clima de atenta escucha de la palabra de Dios y oración incesante: «puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo».
La primera tarea emprendida para llevar a cabo las intenciones conciliares consistió en devolver a la cuaresma su simplicidad original. De este modo, se suprimieron los domingos de septuagésima, sexagésima y quincuagésima y, también, el denominado tiempo de pasión, que comenzaba el quinto domingo cuaresmal. El nuevo calendario romano sitúa a la cuaresma como un periodo de seis semanas, comprendido entre el miércoles de ceniza y la Misa in cena domini de la tarde del jueves santo (6). Así, el periodo de preparación para la pascua queda constituido por un periodo de cuarenta días, con una estructura clara y homogénea.
El leccionario cuaresmal fue ampliado y mejorado. Las lecturas veterotestamentarias de los cinco primeros domingos recuerdan las grandes etapas del camino de la humanidad hacia la pascua de Cristo: las grandes alianzas, la posesión de la tierra prometida y el anuncio profético.
El evangelio de los dos primeros domingos refleja, por otra parte, la tradición romana, que los ha reservado desde tiempo inmemorial a las tentaciones de Jesús en el desierto y a la transfiguración, según los textos de los sinópticos.
Para los tres domingos siguientes, el ciclo A ha quedado ligado al catecumenado, ya que incluye los evangelios de la catequesis bautismal: revelación de Jesús a la samaritana, curación del ciego de nacimiento, y resurrección de Lázaro. El ciclo B, por el contrario, se ocupa de la restauración del mundo en la nueva alianza sellada por la exaltación de Cristo en la cruz; mientras que el ciclo C invita a la conversión y a la penitencia, manifestando la misericordia de Dios.
La última semana del periodo cuaresmal ha gozado desde antiguo en la Iglesia de una particular relevancia: semana santa o gran semana. En su origen se encuentra el influjo de la liturgia jerosolimitana, la primera que historificó los acontecimientos que precedieron inmediatamente a la pasión de Cristo. En su transcurso, la Iglesia recuerda los últimos días de la vida del Señor. Inicia con el sexto domingo de cuaresma, más conocido como domingo de ramos en la pasión del Señor, que conmemora su entrada gloriosa en Jerusalén, como presagio de su triunfo pascual, y el anuncio de su pasión.
La doble denominación y contenido de la fiesta proviene del encuentro de dos celebraciones distintas, una romana (la pasión) y otra jerosolimitana (ingreso triunfal en la ciudad santa). El periodo cuaresmal concluye la mañana del jueves santo con la misa crismal que el obispo concelebra con su presbiterio. Esta misa manifiesta la comunión del obispo con sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen los santos óleos y se consagra el crisma.