El próximo domingo, 22 de marzo, celebraremos el Día del Seminario. Este año lo vivimos con un sentimiento de esperanza, como ya os comuniqué en una carta personal mía a todos los diocesanos y ahora lo recojo en este comentario semanal, por el don que Dios nos ha hecho este curso: 11 jóvenes han entrado en el Seminario Mayor de nuestra querida archidiócesis. Representa un aumento muy considerable respecto del curso anterior, ya que se ha casi doblado su número.
Me complace, con motivo del próximo Día del Seminario, haceros partícipes a todos de esta buena noticia, de esta alegría, para que se lo agradezcamos al Señor. ¿Se trata de un resurgimiento vocacional? Quizás sería prematuro hablar así. Tenemos que ver si esta tendencia se mantiene en los próximos años. No podemos lanzar las campanas al vuelo, pero estas cifras sí que son motivo de esperanza. Lo primero y más importante que tenemos que hacer es dar gracias a Dios, porque la vocación sacerdotal es sobre todo una gracia de Dios, una gracia inmerecida por parte de quienes la hemos recibido.
Mi agradecimiento, después, va dirigido a todos los diocesanos. En primer lugar a estos jóvenes que Dios ha llamado a ser sacerdotes y que han respondido generosamente. Son jóvenes que han iniciado y a veces ya han terminado sus estudios universitarios o su actividad profesional. Su experiencia humana es garantía de una sólida preparación para el ministerio presbiteral.
Mi agradecimiento también va a sus padres y familiares por la participación que han tenido en la maduración de estas vocaciones. Y a los sacerdotes, por su trabajo ministerial y su testimonio de entrega generosa a la Iglesia y a los hermanos, que mueve, sin duda, a estos jóvenes a seguir este camino que han visto realizar en la vida de sus sacerdotes amigos.
Gracias también a todas las parroquias, comunidades y realidades eclesiales porque con la oración por las vocaciones y el trabajo pastoral participan también en la tarea vocacional. Si tenemos una acción pastoral dirigida a los jóvenes, tendremos las vocaciones sacerdotales que la Iglesia necesita.
Gracias finalmente al Seminario y a sus formadores y alumnos, que acogen estas nuevas vocaciones y las ayudan a formarse adecuadamente en el aspecto humano, espiritual y pastoral para convertirse en sacerdotes santos, sin olvidar el aspecto académico, del que cuidan las facultades eclesiásticas de teología y de filosofía.
Todos los diocesanos son responsables de las vocaciones sacerdotales y deben ayudar a nuestro Seminario. Depende de ello el futuro de la misión de la Iglesia en Barcelona y también, si nos es posible, deseamos ayudar, con espíritu misionero, a las diócesis necesitadas de todo el mundo.